Durante los siglos XVI y XVII las mujeres nobles y de clase alta de toda Europa utilizaban unas singulares máscaras que les cubrían todo el rostro.
En aquellos tiempos que una mujer tuviera el rostro curtido y bronceado por el sol se asociaba a una baja posición social, a la falta de medios y a la necesidad de trabajar al aire libre.
Las mujeres con una alta posición en la sociedad se cuidaban mucho de mantener su piel tan blanca y pálida como fuera posible. Para ello utilizaban todo tipo de métodos para proteger su reputación, como cremas, zumo de limón o incluso azufre. Pero había un problema. Evidentemente había momentos en que no podían evitar el sol, especialmente en los viajes largos.
Surgió entonces la moda de utilizar unas máscaras ovaladas que cubrían totalmente el rostro. Estaban hechas de terciopelo en su parte externa, y de papel prensado en la interna, con ambas capas unidas mediante algodón. Según Francis Douce procedían de Francia y comenzaron a ser importadas a Inglaterra en época de Cromwell.
Tenían dos aberturas lenticulares para los ojos, a menudo cubiertas con cristal, un hueco para la nariz y otra abertura para la boca. Sin embargo para llevarlas no se ataban a la cabeza, sino que a la altura de la boca disponían de un cordón en cuyo extremo había una pequeña perla de vidrio que la portadora introducía en su boca, sujentando de esa manera la máscara. Lo cual le impedía por tanto hablar mientras la llevase puesta, añadiendo un ingrediente más de misterio a la peculiar apariencia.
Muy pocas de estas máscaras se han conservado, pero su representación en pinturas desde el siglo XVI al XVIII es abundante, así como las referencias en la literatura.
Una de las más famosas menciones es la del reformista puritano Phillip Stubbes en su libro Anatomy of the Abuses in England, escrito en 1583:
Cuando acostumbran a cabalgar llevan protectores o máscaras, viseras de terciopelo con las que cubren todo su rostro, con agujeros para los ojos, por los que miran. De modo que si un hombre no las conocía anteriormente, al encontrarse con una de ellas, pensaría estar ante un monstruo o un demonio; porque no puede verle la cara, salvo por los dos agujeros con lentes en sus ojos.
En 1605 Peter Erondell describía en su libro The French Garden, un manual de diálogo en lengua francesa para mujeres inglesas, como una dama era asistida por su camarera para vestirse por las mañanas:
Los toques finales son el collar, el monedero, los guantes, la máscara, el abanico..
La pintura veneciana del siglo XVII ofrece numerosos ejemplos gráficos de este tipo de máscaras, por ejemplo en los cuadros El Rinoceronte y Los enmascarados de Pietro Longhi. También en una ilustración de un manuscrito francés de 1580 conservado en la Biblioteca Nacional de París, donde aparece una mujer a caballo con su marido llevando el accesorio.
En el caso italiano las máscaras carecen de abertura para la boca y se denominan morettas, pero el método de sujección es similar a las que se utilizaron en Francia e Inglaterra.
Su uso se extendió hasta mediado el siglo XVIII, y luego fueron progresivamente desapareciendo de la moda.
Fuentes
Illustrations of Shakspeare, and of Ancient Manners (Francis Douce) / Gloves and Muffs and Masks, Oh My! (Baronne Belphoebe de Givet) / Portable Antiquities Scheme / Wikipedia
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