África fue un continente casi ignoto cuyos misterios no empezaron a desentrañarse hasta bien entrado el siglo XIX, cuando menudearon las expediciones científicas a su interior.

En ese estado de desconocimiento, las noticias y leyendas sobre una extraña especie humanoide que habitaba en selvas y montañas y era de carácter huidizo no pudieron ser corroboradas hasta que se comprobó su existencia real. Resultó ser un gran simio, el gorila. Y el mérito de su descubrimiento correspondió al francés Paul du Chaillu.

En realidad el primero en mencionar su existencia fue un médico y misionero estadounidense llamado Thomas Staughton Savage, quien durante su estancia en Liberia encontró cráneos y huesos de lo que bautizó -en colaboración con el naturalista Jeffries Wyman- como Troglodytes gorilla.

Chaillu en la última década del siglo XIX/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Troglodita era el término aplicado por entonces a los cavernícolas (aunque era 1847 y faltaban doce años para la publicación de El origen de las especies, existía una larga tradición de creencia en los hombres salvajes), mientras que gorilla aludía a la tribu de hombres salvajes que habitaba el golfo de Notúceras (que posiblemente fuera el de Guinea) y asaltaban a los barcos que fondeaban en la costa atlántica africana, tal como describió el navegante cartaginés Hannón en el famoso periplo que protagonizó en el siglo V a.C.

Hubo que esperar hasta 1861 para determinar si todos esos relatos eran veraces o fantásticos. Ese año se publicaba el diario que Paul du Chaillu había escrito durante una expedición por las regiones ecuatoriales de África occidental, en lo que hoy es Gabón, concretamente el estuario del río homónimo y el delta del Ogowe.

El viaje estaba patrocinado por la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia (Chaillu se estableció en EEUU huyendo de unas deudas que dejó tras fracasar su intento de llevar una plantación de café) y llevó casi cuatro años desde 1855 hasta 1859. Fue entonces cuando Chaillu tuvo oportunidad de ver con sus propios ojos a los gorilas, demostrando su existencia; Hannón tenía razón aunque hubiera adornado su relato y conferido a los simios una categoría humana o semihumana.

Paul Belloni du Chaillu era natural de la localidad aquitana de La Reunión, donde nació en 1835. O así se dijo oficialmente, ya que no se conserva documentación alguna y existen dudas tanto sobre la fecha exacta como sobre el lugar, lo que daría lugar a cierta controversia, como veremos. Por ejemplo, la lápida de su tumba sitúa su origen en Luisiana, quizá porque él siempre dijo que EEUU era su país de adopción.

En cualquier caso, viajó desde muy joven porque su padre era comerciante y tenía África en su agenda de distribución, así que el joven Chaillu pisó muy pronto aquel continente, como si estuviera predestinado a volver algún día. De hecho, fue en el protectorado francés de Gabón donde transcurrió parte de su infancia y donde aprendió la geografía, lengua y costumbres locales que décadas después convencerían a la citada academia estadounidense para encomendarle aquella misión (también allí aprendió inglés, gracias a las lecciones de un predicador protestante).

Distribución de los pigmeos por África/Imagen: Kwamikagami en Wikimedia Commons

Chaillu se llevó los cuerpos de tres gorilas que había cazado y, tras disecarlos (de joven había estudiado taxidermia) se los vendió al Museo de Historia Natural de Londres junto con unos cráneos que describió fantasiosamente como pertenecientes a caníbales (también exageró al describir a los gorilas como bestias feroces).

Ello y la cŕonica publicada de su experiencia bajo el título Explorations and Adventures in Equatorial Africa, le dieron prestigio suficiente en el mundo científico como para que la American Geographical and Statistical Society (la Academia de Filadelfia no porque quedó descontenta con los gastos sin justificar que había) le apoyara en una nueva expedición que se puso en marcha en 1863, de nuevo para buscar una enigmática tribu que también vivía apartada en la selva pero tenía características diferentes; de ésta, ya reseñada en su día por Heródoto en Euterpe (el segundo de sus Nueve Libros de la Historia), las habladurías locales contaban que sus miembros eran de muy pequeña estatura.

Chaillú dio con aquellos sorprendentes hombres que hoy conocemos genéricamente como pigmeos, si bien se dividen en múltiples pueblos (twa, mbuti, binga y bongo, a su vez subdivididos en otros). Lamentablemente, perdió buena parte del material documental y gráfico al tener que huir de la región por el estallido de una guerra tribal.

El francés concluyó esta última aventura en 1865 y dos años más tarde publicó el correspondiente relato bajo el título L’Afrique sauvage (A Journey to Ashango-Land: and further penetration into equatorial Africa). La alusión a Ashango tenía un sentido especial, ya que durante su estancia en esa tierra fue elegido rey de los apingi, curiosidad que en 1872 narró en otra obra, The country of the dwarfs (El país de los enanos).

Itinerario del segundo viaje/Imagen: Sémhur en Wikimedia Commons

Pese al éxito editorial que tuvo siempre, en un primer momento los trabajos de Chaillu no fueron tan bien recibidos como cabía esperar, acusándosele de impostor y falsificador, algo que está relacionado con esos oscuros orígenes que decíamos antes. Al parecer, su madre era mulata -esclava, incluso, según algunas versiones- y él no habría nacido en La Reunión de Aquitania sino en Isla Reunión (en el Índico, junto a Madagascar), desconociéndose en que momento y condiciones llegó a Francia.

Esto, debido al racismo típico de la época jugaba en contra de su credibilidad intelectual y científica; así lo confirmó la famosa exploradora inglesa Mary Kingsley, quien le defendió (tres décadas después recorrió las actuales Sierra Leona, Luanda y Angola), al igual que antes hizo sir Richard Burton. Es probable que ese segundo viaje tuviera como objetivo extra aclarar todas las dudas sobre su profesionalidad.

Chaillu ataviado al estilo lapón/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Pese a todo, se impuso la lógica y Chaillu inició una intensa tournée de conferencias por Europa y EEUU, ya que, aparte de gorilas y pigmeos, también había descubierto un buen número de especies animales y vegetales hasta entonces desconocidas, como treinta y nueves tipos de ave, la musaraña gigante, la ardilla pigmea africana, el murciélago cabeza de martillo, etc.

Asimismo se internó en la literatura de creación escribiendo relatos de aventuras juveniles. Luego pasó unos años viajando por Escandinavia estudiando las costumbres, naturaleza e historia de esos países, dejando constancia de ello en otros dos libros: The land of the midnight sun (La tierra del sol de medianoche, 1881) y The viking age (La era vikinga, 1889). Su teoría sobre la decisiva influencia que tuvieron los nórdicos en la cultura de los pueblos británicos durante la Edad Media también fue merecedora de burlas, aunque el tiempo terminó dándole la razón.

A partir de 1881 se estableció en Nueva York, entablando amistad con algunos escritores y escapando por poco a un atentado racista. Finalmente falleció de un ataque al corazón el 29 de abril de 1903 en San Petersburgo, durante una visita a Rusia para ampliar su investigación sobre las culturas escandinavas.

Su cuerpo fue embalsamado y trasladado a EEUU, realizándosele un funeral público al que asistieron importantes académicos del mundo de la Geografía y la Literatura y quedando enterrado en el cementerio neoyorkino de Woodlawn (en 1855 había solictado la nacionalidad estadounidense). Un macizo montañoso de Gabón lleva su nombre como homenaje.


Fuentes

Cazadores de especies. Héroes, locos y la delirante búsqueda de la vida sobre la Tierra (Richard Connif) / Explorations and Adventures in Equatorial Africa (Paul Belloni du Chaillu) / The Myth of the Noble Savage (Ter Ellingson) / Between Man and Beast (Monte Reel) / Wikipedia.


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