Ahora que el recién elegido Donald Trump empieza a aplicar su promesa electoral contra los extranjeros en suelo de EEUU es un buen momento para explicarle que si hay un país formado por emigrantes es precisamente el suyo.
Y un buen ejemplo, de los muchos que se podrían poner, es recordar la Homestead Act o Ley de Asentamientos Rurales que promulgó un ilustre predecesor en el cargo, Abraham Lincoln, para hacer justo lo contrario que él: incentivar la llegada de europeos ofreciéndoles tierras e ir así ampliando las fronteras nacionales hacia el Oeste.
Es curioso que la labor legislativa del gobierno en ese sentido no se detuviera ni en las difíciles circunstancias que se daban el 20 de mayo de 1862, cuando salió dicha ley: la Guerra de Secesión llevaba un año masacrando gente y aún le quedaban otros tres para finalizar, pero el Partido Republicano ya había hecho algunas propuestas de ese tipo que tumbaron los demócratas por la diferencia conceptual que tenían unos y otros respecto a la propiedad.
Mientras los republicanos querían parcelas colonizadas por ciudadanos particulares que se convirtieran en pequeños propietarios, siguiendo el ideal concebido medio siglo antes por Thomas Jefferson, el Partido Demócrata prefería grandes extensiones para hacendados que las trabajasen con esclavos. Pero la separación de los estados del Sur dejó esta última postura muy debilitada y abrió un camino expedito al presidente.
Basándose en un precedente de 1850, la Donation Land Claim Act, que permitía a los colonos solicitar tierras en el territorio de Oregón (por entonces mucho mayor que el actual estado porque incluía también los actuales Idaho, Washington y parte de Wyoming), se cedieron más de dos centenares y medio de hectáreas a lo largo de cinco años.
Andrew Johnson (que sería el sucesor de Lincoln en la presidencia), George Henry Evans y Horace Greeley fueron los principales defensores de la Homestead Act, estableciendo la posibilidad de que cualquier ciudadano pudiera asentarse en una parcela de poco más de medio kilómetro cuadrado; las condiciones eran permanecer allí un período mínimo de un lustro, no haber empuñado nunca las armas contra el país y tener al menos veintiún años o ser cabeza de familia, además de la obligación de construir una casa y trabajar esa tierra.
Como cabía esperar, esta gran oportunidad de convertirse en propietario a un coste mínimo -entre ocho y diez dólares- disparó las cifras de inmigración desde Europa; ése era el objetivo, al fin y al cabo, ya que el modelo anterior de reparto de tierras, la subasta, se había revelado poco práctico al hacer subir los precios, obligando a introducir la Preemption Act de 1841 (la famosa ley que daba derecho a la tierra al primero que la ocupase) y la Graduation Act de 1854 (por la cual las tierras que no encontrasen comprador debido a su coste verían reducido éste progresivamente año tras año).
La Homestead Act era el remate, el colofón, ya que cualquiera podía solicitar un área y tomar posesión de ella pagando un precio simbólico y además luego podría comprarla definitivamente a los cinco años a un precio mínimo, gracias al dinero obtenido de la producción de dicha tierra.
De esta forma llegaron a EEUU miles de granjeros pobres del viejo continente, pero también optaron a ser propietarios los hijos de emigrantes asiáticos nacidos en suelo americano, los esclavos liberados (especialmente tras la publicación de la Decimocuarta Enmienda, que les otorgaba la ciudadanía) e incluso las mujeres solteras.
En la práctica las cosas no resultaron tan bien como prometían. Buena parte del territorio ofertado era más bien árido, inadecuado para la labor agraria, lo que dio lugar a tensiones por el agua, que muchos necesitaban para regar pero otros prefirieron usar para abrevar ganado.
Asimismo, en algunas zonas se descubrieron oro o plata y la actividad se desvió hacia la minería lo que, legalmente, privaba al gobierno de su derecho a cobrar un porcentaje. Igualmente se detectaron fraudes diversos: testigos sobornados (era necesario contar con testimonios de que el colono había residido en su parcela el tiempo estipulado), formación de latifundios al juntarse tierras de miembros de una misma familia…
Por supuesto, tampoco faltó el gran problema de que una parte importante de esos territorios ya tenía dueño: el pueblo indio, que no se resignaba a perderlo sin más y ello le llevó a la guerra, con sus nefastas consecuencias en forma de muertes, deportaciones, etc.
En ese sentido, la Dewes Act de 1887 trató de llegar a un compromiso mutuo parcelando también las tierras de las tribus (en este caso en Oklahoma) y asignándole cada una de dichas áreas a familias individuales indígenas para que las trabajaran, quedando para el Estado la porción que sobraba; ésta era la mitad del total aproximadamente, vendiéndose una parte a las compañías ferroviarias y poniéndose la otra a disposición de los colonos dos años más tarde a través de un insólito sistema: la Land Rush o Carrera por la tierra, en la que se fraccionaban en pequeños lotes nada menos que 8.000 kilómetros cuadrados, pudiendo tomar posesión de cada uno el que primero llegase; se beneficiaron unas 50.000 personas.
La Homestead Act fue completándose a lo largo del siglo XIX con otras leyes que la ampliaron y perfeccionaron en algunos detalles, corrigiendo de paso algunos fallos detectados.
De esa forma se entró en la centuria siguiente y siguió vigente hasta que se dio por concluida en 1976 con la Federal Land Policy and Management Act, aunque aún duraría una década más en Alaska.
Desde aquel lejano 1862 hasta el año 1934 se calcula que se concedieron 109.265.124 hectáreas a más de millón y medio de personas, de las que casi la mitad llegaron a ser propietarios definitivos. Así, la ley sirvió no sólo para crear una clase media autosuficiente sino también para colonizar un 10% del territorio de EEUU. A modo de anécdota, se puede reseñar que el último beneficiario de la Homestead Act fue un vecino de Alaska llamado Ken Deardorff.
Fuentes
The Homestead Act of 1862. A Primary Source History of the Settlement of the American Heartland in the Late 19th Century (Jason Porterfield) / The Homestead Law. A Brief Sketch in United States History (United States Department of Interior) / The American West. A New Interpretive History (Robert V. Hine y John Mack Faragher) / Wikipedia.
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.