Bunga bunga es una expresión que a todos nos resulta ya familiar después de que el inefable Berlusconi la popularizara como eufemismo de sus correrías sexuales.

Sin embargo, no fue un invento suyo ni es de esta época ni tiene origen italiano. De hecho, ni siquiera nació con ese sentido sino que se extendió, en un tono sarcástico, eso sí, en relación a un esperpéntico episodio vivido por la Armada Británica a principios del siglo XX: el llamado Engaño del Dreadnought.

El HMS Dreadnought fue designado buque insignia de la Royal Navy cuando se botó en 1906. Era un acorazado tecnológicamente revolucionario, el que abrió un nuevo concepto de buque de guerra para el nuevo siglo, dejando atrás los modelos decimonónicos: el primero en desplazarse exclusivamente a motor y en tener una artillería uniforme, además de conseguir el récord mundial de velocidad (21 nudos). Medía 160,6 metros de eslora por 25 de manga y 9 de calado, desplazaba 18.410 toneladas y estaba armado con un total de 37 cañones de dos calibres más 5 tubos lanzatorpedos. Paradójicamente apenas podría intervenir en la Primera Guerra Mundial en una acción aislada que enseguida veremos, pero por entonces era una joya, el orgullo de la ingeniería naval británica.

El HMS Dreadnought/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Este navío se convirtió en escenario de una monumental broma que dejó en ridículo a la Armada y provocó una profunda irritación en el estamento militar. La protagonizó un grupo de amigos agrupados bajo el nombre de Círculo de Bloomsbury, un conjunto de intelectuales y artistas que solían reunirse en casa de la escritora Virginia Woolf y muchos de los cuales formaban parte de una sociedad secreta de carácter cultural denominada los Apóstoles de Cambridge, en alusión a la universidad donde se fundó; entre sus integrantes figuraron el poeta Alfred Tennyson, el filósofo Bertrand Russell, el literato E.M. Forster, el editor Leonard Woolf (el marido de Virginia) y otros.

Pero lo que importa aquí es el Círculo de Bloomsbury, que tampoco era parco en miembros de prestigio: aparte del matrimonio Woolf, estaban los citados Russell y Forster, el filósofo Ludwig Wittgenstein, el hispanista Gerald Brenan, el economista John Maynard Keynes, el sinólogo Arthur Waley, los críticos de arte Roger Fry y Clive Bell, el biógrafo Lytton Strachey, el crítico literario Desmond MacCarthy, la escritora Katherine Mansfield, los pintores Duncan Grant, Vanessa Bell y Dora Carrington…

Imagen recuerdo de la broma de Cambridge/Foto: W. Wright en Wikimedia Commons

Esa extraordinaria congregación de genio y talento tenía como denominador común su juventud, desenfadada, desafiante y provocadora, dispuesta a infringir los dictados de la moral victoriana y la religión imperantes. Y seis de ellos decidieron ir un paso más allá y pasar a la práctica. Fueron el jurista Guy Ridley, el naturalista Anthoy Baxton y el pintor Duncan Grant; en el último momento se les unieron Virginia Woolf (por entonces apellidada Stephen) y su hermano Adrian, prestigioso psicoanalista. Todos ellos liderados por el poeta irlandés Horace de Vere Cole, un bromista contumaz e incorregible que fue quien propuso la idea recuperando una farsa que había montado en la Universidad de Cambridge cuando era estudiante.

Una de sus chanzas más atrevidas tuvo lugar cuando, provechando su parecido físico con el primer ministro británico Ramsay MacDonald, se hizo pasar por él suplantándole en una conferencia donde ponía a caldo a su propio partido para pasmo de la concurrencia (curiosamente, luego sería cuñado de Neville Chamberlain); asimismo, eran frecuentes otras como llenar de estiércol la Plaza de San Marcos durante su luna de miel o, se sospecha, el famoso fraude del Hombre de Piltdown.

Pero la broma universitaria fue aún más refinada: también se trató de una impostura pero en este caso haciéndose pasar por el sultán de Zanzíbar (que en aquel momento estaba de visita en Londres), para lo cual él, Adrian Stephen, Leland Buxton, Robert Bowen y Drummer Howard se disfrazaron tan convincentemente que consiguieron que les hicieran un recorrido guiado por el campus y que el alcalde les agasajara con todo tipo de atenciones. Menos mal que no se impuso la idea inicial de Stephen: ponerse uniformes alemanes y atravesar la frontera francesa como si fuera el inicio de una invasión.

El 7 de febrero de 1910 los ínclitos decidieron repetir y, junto con los compañeros del Círculo de Bloomsbury mencionados antes, se oscurecieron la piel con maquillaje y se envolvieron en ropajes árabes (Virginia Woolf incluso se cortó el pelo) para presentarse públicamente como el príncipe abisinio Mussaka Alí con su corte, recién llegado al país en visita de Estado.

De esa guisa, con De Vere interpretando a un funcionario del Foreign Office y Stephen asumiendo el rol de Herr Kauffmann, un intérprete alemán, fueron hasta la estación ferroviaria de Paddington, donde el jefe puso a su disposición un tren especial que les llevó a Weymouth, desde donde enviaron un telegrama «firmado» por el mismísimo Charles Hardinge (subsecretario del ministerio de Exteriores) a la isla de Portland (que se encuentra a 8 kilómetros de la costa). Allí se ubicaba una base naval en la que estaba anclado el HMS Dreadnought y en el texto anunciaban su intención de visitar el barco.

Viñetas del Daily Mail/Imagen: William Haselden en Wikipedia

La comitiva fue recibida con pompa militar: alfombra roja, banda de música, guardia de honor… Se interpretó el himno de Abisinia y, como no hubo forma de encontrar una bandera de ese país, se izó una de Zanzíbar. A continuación, sir William May, almirante de la flota, les guió a bordo del acorazado. A los impostores les debió resultar difícil contener la risa porque hablaban entre ellos en un idioma fingido que, entre frase y frase inventada, incluía citas clásicas en griego y latín.

La expresión recurrente para mostrar asombro era ¡Bunga bunga! Dado que nadie se daba cuenta de la tomadura de pelo, a pesar de que la lluvia les corrió en parte el maquillaje, de que a Buxton se le desprendió el bigote falso por un estornudo y que incluso no fueron reconocidos por el comandante Willie Fisher (que era primo de Stephen y conocía a los demás), improvisaron llevar la cosa hasta el extremo de pedir unas alfombras para poder rezar en dirección a La Meca. Finalmente tras cuarenta minutos de cachondeo, entregaron unas medallas de pega y desembarcaron.

Poco después De Vere envió a la prensa un relato de lo que habían hecho, incluyendo las fotografías de grupo que se habían tomado antes. Como cabía esperar, la Royal Navy quedó en ridículo y el gobierno fue fustigado sin contemplaciones por la oposición en el Parlamento. Jurídicamente, el engaño no tuvo consecuencias ni para los marinos -se dijo que algunos se habían percatado de la burla pero no se atrevieron a decir nada por si acaso- ni para los bromistas, ya que la única ley infringida fue la falsificiación de la firma del subsecretario y eso lo hizo un sexto miembro cuya identidad nunca se facilitó para evitarle problemas.

Parte de los mandos asumieron el asunto con buen humor (es más, parece ser que algunos oficiales del crucero HMS Hawke habrían sido los instigadores, por rivalidad con los del Dreadnought) pero otros se presentaron en el domicilio del poeta con intención de agredirle. Para relajar un poco el ambiente, se sugirió a los culpables que acudieran al Almirantazgo a disculparse, aunque sólo lo hizo uno y además no quisieron recibirle.

El caso es que, a partir de ahí, la expresión ¡Bunga bunga! se popularizó extraordinariamente: se compusieron canciones satíricas con esa letra y la gente se lo gritaba sardónicamente a los marinos cuando paseaban por la calle, con el almirante May como víctima propiciatoria especial. Cuando, como comentaba al principio, el HMS Dreadnought protagonizó la única acción en la que intervino en la Primera Guerra Mundial, el hundimiento de un submarino alemán por el expeditivo método de embestirlo, uno de los telegramas de felicitación recibidos decía simplemente BUNGA BUNGA (por cierto, al parecer es el único acorazado que ha hundido un submarino).

Toda esta esperpéntica historia, que narró el propio Adrian Stephen en su libro The Dreadnought hoax, tuvo un epílogo no menos cómico cuando el Ras de Etiopía -el de verdad, Haile Selassie I- visitó Inglaterra en 1924. Aún se recordaba el incidente o bien la prensa se encargó de ponerlo otra vez en el candelero porque grupos de niños se arremolinaban a su paso exclamando ¡Bunga bunga! y su solicitud oficial de visitar las instalaciones de la Royal Navy fueron diplomática pero contundentemente rechazadas.


Fuentes

The Dreadnought hoax (Adrian Stephens) / On or about december 1910. Early Bloomsbury and its intimate world (Peter Stansky) / The Cambridge Companion to the Bloomsbury Group (Victoria Rosner) / Wikipedia.


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