En el último cuarto del siglo XIX, la zona africana comprendida entre el Congo y el lago Tanganika no estaba controlada por una todopoderosa potencia colonial sino en manos de un único y oscuro individuo.

Un musulmán vividor dueño del tráfico de esclavos y del comercio en general en la región, y cuya colaboración era inevitable para todo aquel explorador occidental que quisiera adentrarse en el continente. Ha pasado a la Historia con el nombre de Tippu Tib.

En 1887, Henry Morton Stanley, periodista y aventurero galés nacionalizado estadounidense y que había alcanzado fama mundial por la expedición que capitaneó entre 1869 y 1871 en busca del desaparecido médico misionero escocés David Livingstone por el centro de África, volvía al continente con una nueva misión, similar a la anterior: encontrar a Emin Pachá, físico y naturalista musulmán pero prusiano, cuyo verdadero nombre era Isaak Eduard Schnitzer y que había enviado un dramático SOS solicitando ayuda para evitar que la provincia egipcia de Ecuatoria, de la que era gobernador, cayera en poder del Mahdí, el mesías de los derviches, quien ya había tomado Jartum y matado al prestigioso general Gordon en 1885, amenazando adueñarse de todo el territorio.

Henry Morton Stanley en 1885/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ecuatoria estaba aislada junto al lago Alberto, luego resultaba casi imposible de socorrer, máxime teniendo en cuenta que Egipto pensaba retirarse evacuando, en la medida de lo posible, a sus tropas. Pero sí podía organizarse una expedición menor y sacar de allí a Emin, tal como se ofreció a sufragar el filántropo escocés William McKinnon, encontrando en el experimentado Stanley al hombre perfecto para la operación.

Éste se trasladó a El Cairo y desde allí a Zanzíbar, donde tenía pensado llevar a cabo los preparativos prácticos del viaje poniéndose en contacto con Tippu Tib -que ya le había ayudado cuando lo de Livingstone- para contratar porteadores, adquirir provisiones, comprar embarcaciones fluviales, etc.

Era un personaje sin cuya participación resultaría imposible llevar a cabo un plan tan complejo como el previsto, que incluía remontar navegando el río Congo hasta Aruwimi, desde donde se seguiría a pie hasta hallar a Emin y regresar con sus soldados, sus familias y el ingente cargamento de marfil acumulado durante años (75 toneladas, nada menos).

Tippu Tib se llamaba en realidad Hamad bin Muhammad bin Juma bin Rajab el Murjebi y el otro nombre era un apodo popular que significaba algo así como «el que acumula riquezas», aunque según una versión alternativa los africanos se lo pusieron al identificarlo con el sonido que producían las armas de fuego de sus partidas esclavistas al disparar. En cualquier caso era natural de la isla de Zanzíbar, donde habría nacido hacia el año 1832, deduciéndolo de los diferentes capítulos de su vida, ya que hay pocos datos seguros.

Retrato a mano de Tippu Tib/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Su familia era swahili (los habitantes de la costa de las actuales Kenia y Tanzania, una peculiar cultura resultado de la mezcla de negros y árabes, que hablaba un idioma común extendido hasta el lago Victoria), de procedencia acomodada: su madre era una adinerada mujer de Muscat (Omán) y su bisabuela paterna hija de un rico omaní que se había casado con una mujer bantú, de ahí los rasgos negroides que su biznieto heredó.

Sus progenitores regentaban varios negocios pero los más importantes eran el tráfico de esclavos y de marfil. Tippu Tib encabezó desde muy joven las incursiones al interior para proveerse de ambos tipos de mercancía, al mando de partidas de un centenar de hombres armados con los que, de paso, saqueaba los pueblos que encontraba y engrosaba su botín; en general solía intentar llegar a acuerdos pacíficos pero no le temblaba la mano si debía recurrir a los mosquetes.

Leopoldo II de Bélgica/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Tampoco gozaba mucho de las comodidades que podría tener y en vez de viajar en burro o en litera encabezaba las marchas a pie, prohibiendo terminantemente la bebida y el tabaco porque era muy religioso. Gracias a ello adquirió buenos conocimientos geográficos de aquella zona y además aprendió a organizar expediciones, intentando llevarse bien siempre con los blancos.

Evidentemente fue enriqueciéndose cada vez más y, aunque jurídicamente parece que nunca llegó a tener tierras propias, aparte de ser prácticamente el dueño del comercio esclavista y marfileño, controlaba también las plantaciones de clavo y ejercía el cargo de gobernador de los sucesivos sultanes zanzibareños.

Si varios exploradores como Speke, Cameron o Wisemann habían tenido que recurrir a sus servicios para poder equipar sus viajes, Livingstone sobrevivió en Tanganika (probablemente con cierta repugnancia, ya que era un activo abolicionista, si bien en sus apuntes de campaña siempre habló bien de él), igualmente Stanley tuvo que recurrir a él, como veíamos antes.

En febrero de 1887 llegó a Zanzíbar, obtuvo el permiso del sultán Barghash y se entrevistó con Tippu Tib, entonces en el esplendor de su poder, ofreciéndole convertirse en gobernador de Leopoldo II de Bélgica en el Congo por dos razones: una, limar las tensiones que hubo el año anterior entre belgas y swahilis, que habían desembocado en enfrentamiento armado entre los hombres de Tippu tib y los europeos, tras dar cobijo éstos a una esclava huida (secuestrada, según la versión contraria); otra, compensarle, ya que Tippu Tib había fundado un estado en la región de Stanley Falls al que llamó Mambeya y que ahora reclamaba para sí Bélgica.

El encuentro entre Stanley y Emin/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Stanley estaba al servicio de Leopoldo desde hacía años para el establecimiento del Estado Libre del Congo y además el monarca colaboraba en la expedición aportando los barcos de vapor para remontar el río a cambio de que la expedición atravesara la región congoleña, contribuyendo a descubrir sus secretos (y a quedarse con los dominios de Emin). Asimismo, la oferta incluía que Tippu Tib participaría de los beneficios de la venta del marfil traido de Ecuatoria, cuyo valor de mercado se calculaba en torno a 60.000 libras esterlinas, según cuenta Alan Moorehead en su célebre obra El misterio del Nilo Blanco. En apenas tres días de negociaciones llegaron a un acuerdo y Tippu Tib facilitó al explorador 620 porteadores.

Aquel viaje, del que Tippu Tib formó parte en persona, terminó siendo un infierno: 10.000 kilómetros de marcha a través de una densa selva, continuos ataques nativos, pérdidas de rumbo continuas, escasez de comida… Los dos meses previstos se convirtieron en seis y, pese a que Stanley dio con Emin, éste se resistió a irse con él porque los mahdistas se habían contentado con mutilarle, aunque al final accedió al amotinarse sus tropas.

ruta de la expedición/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Parte de aquellas penurias se debieron a que el magnate zanzibareño, enfadado porque le habían dejado atrás, incumplió su palabra de proporcionar otros 700 porteadores al cuerpo de retaguardia que había quedado en Arawimi y, en consecuencia, no pudo moverse del campamento, por lo que cuando el grueso de la columna volvió sólo quedaban 60 hombres de los 270 iniciales; él alegó que si le hubieran dejado pólvora habría podido salvar a aquella gente.

Las pérdidas totales de la misión rondaron el millar de vidas y Stanley culpó a Tippu Tib de todos aquellos desastres en su libro In darkest Africa; or, the quest, rescue, and retreat of Emin, governor of Equatoria.

Así, pese a que hubo final feliz, con la gente de Emin a salvo, el éxito literario de Stanley e importantes descubrimientos geográficos (como las Montañas de la Luna o Rwenzori), el resultado se podría tildar también de agridulce porque algunos de los oficiales blancos de la expedición criticaron duramente a su jefe, Emin renegó de su rescate indignado además porque Stanley presentó una demanda contra Tippu Tib en su nombre y, sobre todo, la opinión pública puso en tela de juicio la ética de pactar con el mayor traficante de esclavos de África, quien además se habría quedado con buena parte del cargamento de marfil.

Tippu Tib fotografiado hacia 1890/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

De hecho, tras aquel ajetreado viaje y viendo que su salud ya no era la misma, Tippu Tib decidió jubilarse, pasándole el testigo de los negocios a su hijo Sefu mientras él, apaciblemente establecido en Zanzíbar, se dedicaba a escribir sus memorias en lo que constituyó la primera autobiografía escrita en swahili. Sería en torno al año 1890 o 1891 y la obra llegó a traducirse a varios idiomas y a publicarse en Gran Bretaña en 1907.

Aún no acabarían los avatares turbulentos en la región, ya que todos los negreros se levantaron en pie de guerra contra los decretos antiesclavistas europeos; todos excepto Tibb, cuya proverbial astucia le había hecho comprender que aquel mundo se terminaba y no se podía hacer frente al poder militar europeo. No obstante, uno de sus hijos sí se sumó a la revuelta y murió en ella, suceso que amargó los últimos años a su padre.

El 13 de junio de 1905 la malaria le llevó a él también a la tumba. Como testimonio del que probablemente fue el personaje más representativo de la historia de Zanzíbar, su casa aún sigue en pie, aunque repartida en varias viviendas desde la revolución de 1964.


Fuentes

Cuentos de la frontera africana (John Hunter yDaniel Pratt Mannix) / El sueño de África. En busca de los mitos blancos del continente negro (Javier Reverte) / Henry Stanley and the Quest for the Source of the Nile (Daniel Cohen) / Bula Matari: la aventura de África (Jakob Wassermann) / Wikipedia.


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