El pueblo Cherokee era uno de los que formaban las Cinco tribus civilizadas, junto a choctaw, chickasaw, creek y semínolas.

Fueron llamados así por los europeos al considerar que tenían un grado de civilización superior al del resto de los indios y adaptarse rápidamente a las costumbres blancas, lo que no les sirvió para evitar ser despojados de sus tierras y desplazados a Oklahoma partir de 1838 (en lo que se conoció como el Sendero de las lágrimas).

En el caso de los cherokee, a esa fácil asimilación se le buscó explicación basándose en una extraña leyenda tradicional sobre el origen de un sector de ese pueblo que presentaba unos rasgos físicos diferentes a los demás.

Ruinas de Fort Mountain, presuntos restos de presencia prehispana que en realidad son nativos/Imagen: Thomsonmeg2000 en Wikimedia Commons

Se la conoce como la leyenda de los Ojos de Luna, en referencia al color predominantemente claro del iris de parte de los cherokee, unido a un tono de piel más pálido de lo normal. Concretamente, de los cherokee que habitaban en los bosques de Carolina del Norte, en la región correspondiente de los Apalaches, que ha llevado a más de un investigador a intentar averiguar cuánto hay de verdad y cuánto de mito en esa historia.

Porque lo que la tradición ha ido pasando de generación en generación es una amalgama de elementos fantásticos mezclados con otros presuntamente históricos que resultan bastante sorprendentes.

Bandera de la nación cherokee/Imagen: Hosmich en Wikimedia Commons

En realidad, cuando contactaron con los colonos blancos por primera vez los cherokee se extendían por un territorio muy amplio que ocupaba zonas de los actuales estados de Alabama, Kentucky, Georgia, Virginia, Tennessee y las dos carolinas. No se sabe exactamente su origen, si procedían del norte y llegaron a los Apalaches en el siglo XV o si llevaban allí desde tiempos prehistóricos, lo cual dificulta la interpretación de su génesis mitológico, formado por varias leyendas.

En cualquier caso, una de ellas, también recogida en la tradición náhuatl, cuenta que algún día llegarían unos seres malignos de ojos blancos trayendo la desgracia y la destrucción, siendo los niños los encargados de regenerar el mundo. ¿Guardaba todo esto relación con la leyenda de Ojos de Luna?

Es difícil saberlo. Ese otro mito cuenta que en Murphy, Carolina del Norte, antes de la llegada del hombre blanco, vivía una tribu anterior de gente de muy pequeña estatura, rostro pálido y poblada barba a los que se conocía como Ojos de Luna porque sus ojos eran de tono azul claro y muy sensibles a la luz, lo que les obligaba a tener hábitos nocturnos de vida. Ese raro pueblo sería el autor de la construcción de las ruinas precolombinas que hay en la mitad oriental de los actuales EEUU (Cahokia, por ejemplo, una ciudad amurallada con pirámides y túmulos).

Reconstrucción de Cahokia con sus casas, pirámides, túmulos y murallas (Herb Roe)/Imagen: Herb Roe en Wikimedia Commons

Los Ojos de Luna habrían sido expulsados de su territorio por los creek, en un éxodo realizado a la luz de la luna llena siguiendo el cauce de un río. Otra versión dice que los cherokee se enfrentaron a ellos y los empujaron hacia el oeste (Tennesse) y/o el norte (el occidente de Virginia), haciendo que terminaran ocultándose bajo tierra y viviendo en el subsuelo a partir de entonces.

En 1797 el naturalista Benjamin Smith Barton publicó un libro titulado New Views of the Origin of the Tribes and Nations of America (Nuevas opiniones sobre el origen de las tribus y naciones de América) en el que recogía la leyenda india de boca de un colono llamado Leonard Marbury, que había combatido al lado de los revolucionarios llegando a ser congresista por Georgia, puesto en el que hizo de mediador con los indios y aprendió mucho de su folklore. Smith Barton sugería que los Ojos de Luna eran albinos, tal cual había descrito en el siglo XVII el explorador y bucanero Lionel Wafe en un estudio sobre indígenas panameños que también hablaban de antepasados Ojos de Luna.

En 1902 el etnógrafo James Mooney, que había vivido varios años entre los cherokee, publicó una obra titulada Myths of the Cherokee (Mitos de los cherokee) en la que también reseñaba esa leyenda y recordaba que otros autores la habían recogido ya, caso del historiador John Haywood en su The Natural and Aboriginal History of Tennessee of «white people, who were extirpated in part, and in part were driven from Kentucky, and probably also from West Tennessee» (Historia natural y aborigen de Tennessee de «personas blancas, que fueron exterminadas en parte, y en parte fueron expulsadas ​​de Kentucky y probablemente también del Oeste de Tennessee») publicada en 1823. Tras Mooney insistieron en el tema Ezekial Sanford y James Adair.

Canoas redondas de los indios Mandan, muy similares a las tradicionales galesas/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La tentación de explicar la leyenda teorizando sobre la llegada de blancos antes de Colón es muy fuerte, por supuesto, y se extendió la hipótesis de algunos que habrían alcanzado el Nuevo Mundo mucho antes que los españoles. Es cierto que los vikingos consiguieron desembarcar en la costa noreste, pero en el caso de los Ojos de Luna se hablaba más bien de navegantes galeses que tocaron aquella tierra en el siglo XII, basándose en lo descrito por un anticuario de Gales en un manuscrito del siglo XVI.

El hombre se llamaba Humphrey Llwyd y contaba que un tal príncipe Madoc o Madog, hijo de Owain Gwynedd, había atravesado el Atlántico hasta arribar en Mobile Bay, Alabama (en realidad hay más sitios candidatos), en el año 1171. Era una actualización de un cuento medieval recuperado por la Inglaterra isabelina como justificación de su derecho a establecer colonias en el Nuevo Mundo; a despecho de los españoles, que reclamaban la exclusividad.

Mapa de culturas Mississipianas/Image: Herb Roe en Wikimedia Commons

Madoc y lo suyos se internaron por el valle de Tennesse y nunca se volvió a saber de ellos, pero se habrían mezclado con los indios Mandan en un mestizaje que dejó gente de rasgos blancos e incluso una lengua de resonancia similar al galés. De hecho, esa leyenda atribuye a Madoc la erección de las citadas ruinas, algo a lo que enseguida se apuntaron los blancos decimonónicos, para quienes los indios carecían de capacidad para ello: por ejemplo, el exgobernador de Tennessee, John Sevier, dejó escrito en una carta fechada en 1810 que así se lo había dicho treinta años antes el jefe cherokee Oconostota.

La cosa no pasa del plano fantástico, aunque hizo fortuna en la literatura y muchos norteamericanos lo creen a pies juntillas; sin embargo, hoy sabemos que los autores de aquella peculiar arquitectura correspondían a la llamada Cultura Missisipiana, que floreció entre los años 800 y 1550 aproximadamente. Otros apuestan por una fusión en torno al siglo III d.C. entre los cherokee y otra cultura denominada Adena, de la que quedan muestras similares (tumbas, túmulos…) en el valle del Ohío.

Por tanto, de fondo persiste el enigma de los Ojos de Luna, agravado por la ausencia de registro arqueológico, salvo que se considere una muestra representativa la escultura de esteatita encontrada en Murphy en 1840 y conservada en el Museo Histórico del Condado de Cherokee (dos figuras antropomorfas unidas, una de ellas con enormes ojos.


Fuentes

Myths of the Cherokees (James Mooney) / Encyclopedia of American Indian History (Bruce E. Johansen y Barry M. Pritzker editores) / Fantasy Fiction and Welsh Myth: Tales of Belonging (Kath Filmer-Davies) / Wikipedia.


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