Seguramente más de uno recordará aquel estrambótico conflicto entre España y Canadá que dio en llamarse la Guerra del Fletán y que tuvo lugar en 1995

En aquella ocasión una patrullera del país americano ametralló y abordó a un pesquero español, capturando a su tripulación y motivando que el gobierno de Felipe González no sólo presentara una protesta diplomática -apoyada por la Unión Europea- acusando a los canadienses de piratería sino también que enviara varios patrulleros de altura.

El incidente, sin embargo, no era nuevo; había tenido algunos precedentes con otros países como protagonistas, uno de los cuales fue el que se conoció como la Guerra del Bacalao.

La Guerra del Bacalao alcanzó un nivel bastante más grave que la del fletán pero tuvo un origen distinto, pues si ésta se debió a la acusación de esquilmación de la pesca por parte de los pescadores españoles, que usarían redes ilegales, el otro estuvo motivado por las diferencias entre Islandia y Reino Unido a la hora de determinar el alcance de las aguas jurisdiccionales de la primera y las correspondientes cuotas de pesca en ellas.

Además, no se limitó a un único capítulo sino a tres, ocurridos a lo largo de varios años entre 1958 y 1976, para malestar del mundo occidental en un contexto donde había otro estado bélico presente subyacentemente, la Guerra Fría.

Todo empezó mucho antes, en realidad, ya que los barcos de pesca británicos iban a faenar a los caladeros islandeses (muy ricos porque la confluencia de corrientes cálidas y frías es buena para el plancton) al menos desde el siglo XV y ya entonces se registraron altercados con los escandinavos por el control económico de la zona.

De hecho, en 1893 Londres y Copenhague mantuvieron una disputa por la negativa del primero a reconocer al danés (por entonces propietario de la isla) el derecho a establecer la territorialidad de las aguas islandesas en 93 kilómetros; los británicos temían que otros países del Mar del Norte hicieran lo mismo, limitando la capacidad de su flota pesquera. Al final llegaron a un acuerdo pero la tensión se reprodujo en 1899 frente a las Islas Feroe, con los disparos de una cañonera danesa sobre el pesquero Caspian y el encarcelamiento de su capitán durante un mes.

La cosa se repitió con otros barcos mientras la opinión pública británica reclamaba la intervención de la Royal Navy, aunque un acuerdo firmado en 1901 y el posterior estallido de la Primera Guerra Mundial calmaron los ánimos durante un tiempo. Ese acuerdo estipulaba una territorialidad de 6 kilómetros que estaría vigente 50 años pero, tras el Tratado de Versalles, Islandia pasó a ser fundamental para el sector pesquero británico, doblando en capturas a todos los demás caladeros juntos.

Un guardacostas islandés junto a un pesquero británico/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

La situación eclosionó en septiembre de 1958, cuando el gobierno de Reikiavik amplió unilateralmente esa territorialidad de 4 a 12 millas náuticas (algo más de 22 kilómetros). Ante la inutilidad de sus protestas, Londres determinó proteger a su flota pesquera con un grupo de buques de guerra, el llamado Fishery Protection Squadron, a través de la Operación Whippet, provocando manifestaciones de protesta en la capital islandesa contra la embajada británica.

El embajador se portó chulescamente y se produjeron algunos incidentes navales, con choques e intercambio de disparos entre embarcaciones. Islandia amenazó con salir de la OTAN y cerrar la base militar estadounidense, y la presión surtió efecto: el 1 de febrero de 1961 un nuevo acuerdo reconocía las 12 millas islandesas a cambio de un trienio de concesión de derechos pesqueros a la flota de altura de Reino Unido y el compromiso de solucionar posibles futuras discrepancias en el Tribunal de La Haya.

Finalizaba así la Primera Guerra del Bacalao (nombre que le dio la prensa británica por ser este pescado la principal captura), con la participación en las operaciones de 37 buques de la Royal Navy contra los 6 de la armada islandesa.

Pero en 1972 Islandia volvió a ampliar los límites a 50 millas (93 kilómetros) con vistas a proteger los caladeros, que empezaban a bajar su producción. Esta vez no se le opusieron sólo los países de Europa occidental sino también los del Pacto de Varsovia, siendo apoyada únicamente por varios estados africanos debido a un astuto enfoque del problema por parte del ejecutivo de izquierdas como una cuestión de lucha contra el imperialismo.

La armada islandesa procedió a cortar las redes de cuanto barco extranjero veía faenando y finalmente pasó lo que todos temían: un marinero alemán falleció durante uno de aquellos rifirrafes. Cuando una veintena de barcos sufrieron los cortes entró en liza otra vez la Royal Navy. Entonces pareció que la naturaleza quisiera intervenir como mediadora al entrar en erupción el volcán Eldfell el 23 de enero de 1973, obligando a las patrulleras islandesas a dejar aquella Segunda Guerra del Bacalao para rescatar a los habitantes amenazados.

Pero en mayo las espadas volvían a estar en alto, con fragatas y aviones británicos operando en protección de su flota pesquera.

Islandia recurrió otra vez a la OTAN mientras multitudes enardecidas arrojaban piedras a la embajada de Reino Unido en Reikiavik y los buques se embestían unos a otros; en uno de esos choques los islandeses sufrieron su primera baja, al morir electrocutado un ingeniero mientras reparaba el casco de su nave.

El 13 de noviembre, tras una visita del mismísimo secretario general de la OTAN para intentar poner paz, evitar la intención del gobierno local de clausurar la base norteamericana y disuadir a la opinión pública islandesa de su petición de abandonar la alianza, se firmó otro acuerdo: se aceptaba la ampliación de las millas a cambio de conceder a los arrastreros británicos una cuota pesquera anual de 130.000 toneladas, 20.000 menos de las que pedían. Atrás quedaba el despliegue británico de hasta 32 fragatas.

La calma apenas duró 9 meses. El 19 de julio de 1974 una cañonera islandesa disparó contra el Forester, uno de los mayores arrastreros británicos, capturándolo y condenando a su capitán a un mes de encierro y una multa de 5.000 libras. Fue el prólogo de la Tercera Guerra del Bacalao, que llegó un par de años después de la anterior. Basándose en una resolución de la ONU y de nuevo con el preocupante descenso de la producción pesquera.

Islandia volvió a ampliar sus aguas territoriales a 200 millas, poniendo a 6 guardacostas y 2 patrulleras a impedir el paso a barcos pesqueros y procediendo a cortar las redes de los que desobedecían. Volvieron, pues los incidentes y esta vez revistiendo mayor gravedad que antes, pues algunos barcos británicos respondieron a las amenazas de los patrulleros islandeses embistiéndolos.

En febrero, un pescador británico resultó gravemente herido al tratar de impedir el corte de las redes e incluso se habló -nunca confirmado de forma oficial- de la muerte accidental de otro por disparos islandeses. Las relaciones diplomáticas entre ambos bandos se rompieron a mediados de ese mes y la Royal Navy aprovechó para enviar las fragatas destinadas a controlar a los submarinos soviéticos y probarlas sobre el terreno: hasta 22 unidades, sin contar otros buques de apoyo.

Las sucesivas ampliaciones de la zona de exclusión islandesa/Imagen: Kjallakr en Wikimedia Commons

La tensión hizo que se sucedieran las embestidas, los choques deliberados y el intercambio de fuego de advertencia, registrándose más de medio centenar de casos. Como los islandeses tenían desventaja en tamaño, trataron de adquirir cañoneras más grandes a EEUU y, al negárselas Kissinger, se pusieron en contacto con la URSS para comprar fragatas. Paralelamente, volvieron a plantear el cierre de la base de Keflavik, lo que hubiera supuesto un serio problema de seguridad en la OTAN de cara a controlar el Atlántico Norte.

Entonces, una vez más, la alianza intervino como mediadora y, con el apoyo de una conferencia extraordinaria de la ONU, el 1 de junio de 1976 consiguió un tercer acuerdo que seguía las pautas de los anteriores: se aceptaban las 200 millas de exclusión pero concediendo licencia a 24 arrastreros para pescar 30.000 toneladas, es decir, una cuarta parte de lo practicado hasta entonces. En la práctica, pues, ganó Islandia y más aún cuando en 1994 la comunidad internacional reconoció oficialmente esas 200 millas de la discordia.


Fuentes

The history of Iceland (Guðni Th. Jóhannesson) / Icy fishing: UK and Iceland fish stock disputes / How ‘cod war’ came: the origins of the Anglo-Icelandic fisheries dispute, 1958–61 (Gudni Thorlacius Johannesson) / Fourth Force. The Untold Story of the Royal Fleet Auxiliary Since 1945 (Geoff Puddefoot) / Wikipedia.


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