Las langostas ¿caminan o nadan? En realidad caminan para desplazarse, pero eso no parece tan claro cuando la política se interpone en una discusión al respecto.
Hace unos días tratábamos aquí un estrambótico incidente entre Reino Unido e Islandia, la Guerra del Bacalao, en el que sus respectivos armadas llegaron a embestirse e incluso intercambiar disparos, registrándose un par de muertes colaterales.
Y también decíamos que no se trató de un caso único, ya que, sin ir más lejos, la propia España vivió algo parecido con Canadá en lo que se dio en llamar la Guerra del Fletán. Un tercer caso tuvo lugar entre 1961 y 1963 con unos contendientes también bastante insólitos, Francia y Brasil: fue la Guerra de la Langosta.
Con semejante nombre es fácil deducir que de nuevo la pesca se convirtió en casus belli por la captura de ese crustáceo pero basándose en una discusión teórica bizantina que parece sacada de los debates teológicos de El nombre de la rosa.
El gobierno brasileño se negaba a admitir a los pescadores galos argumentando que las langostas, aunque animales marinos, se desplazan o caminan por el fondo de la plataforma continental (por tanto, por su territorio), mientras la postura de Francia era que las langostas nadaban y, en consecuencia, no se adscribían a ningún sitio concreto y cualquiera tenía derecho a cogerlas. Por supuesto, intervenía un factor tradicionalmente causante de numerosas controversias: la determinación del límite de las aguas nacionales, por entonces situado en una distancia de cien millas de la costa.
La cosa empezó en 1961, cuando parte de la flota pesquera francesa dedicada al crustáceo decidió trasladarse de Mauritania, donde operaba desde 1909 pero empezaba a tener problemas a raíz de la reciente independencia del país, a Brasil en busca de mejores caladeros y encontrando en el litoral de Pernambuco un lugar excepcionalmente rico en langostas que además no estaba a excesiva profundidad, por debajo de ciento noventa y ocho metros. Ese excepcional sitio ya había atraído tiempo antes a la industria pesquera japonesa, que al final, ante la exigencia de que sus naves debían contratar tripulaciones brasileñas, optó por comprar directamente la pesca en vez de trabajarla.
Como cabía esperar, la presencia de aquellos grandes barcos levantó suspicacias en los más modestos pescadores locales, que usaban técnicas artesanales en vez del arrastre francés (que además estaba prohibido en ese país) y vieron amenazado su negocio (también se dijo que influyó la protesta de una compañía pesquera estadounidense que faenaba en Fortaleza).
Así que dieron aviso a las autoridades y dos corbetas se presentaron en la zona exigiendo a los franceses retirarse a aguas más profundas. Éstos se negaron porque era la segunda vez en ocho meses que la CODEPE (Companhia de Desenvolvimento da Pesca) les daba licencia por ciento ochenta días y luego se volvía atrás en su decisión. Ante la amenaza pidieron ayuda a su armada. El conflicto estaba servido.
La tensión pasó a la esfera diplomática con el ministro brasileño de Exteriores, Hermes Lima, acusando a Francia de hostilidad y advirtiendo de que no cederían. Al otro lado del Atlántico, el embajador brasileño en París metía la pata al admitir los argumentos franceses y declarar a la prensa que “Brasil no es un país serio”. Luego De Gaulle, inmerso por entonces en una política de grandeza postcolonial que suponía marcar cierta distancia con los dos grandes bloques geoestratégicos, regatear la cuestión de Argelia e iniciar las primeras pruebas nucleares, también adoptó una postura de fuerza y envió una escuadra para escoltar a los pesqueros que incluía al portaaviones Clemenceau.
Antes de llegar a su destino le salió al paso un grupo de combate brasileño formado por un crucero y el portaaviones Minas Gerais, ya que el país sudamericano se puso en estado de alerta movilizando a sus fuerzas armadas. La cosa se iba caldeando y João Goulart, presidente carioca que pasaba una situación de cierta inestabilidad ante la desconfianza del estamento militar y una inflación en el país del cincuenta y dos por ciento, aprovechó para sacar pecho también y lanzó un ultimátum a los pescadores galos en el que les daba cuarenta y ocho horas para retirarse o su armada intervendría. Ninguno de los dos quiso contemporizar y el 2 de enero de 1962 el barco Cassiopée fue aprehendido en aguas internacionales; media docena más pasarían por situación semejante.
Pudo haber sido el inicio de una guerra, similar a la que vivían desde 1958 británicos e islandeses pero, en cualquier caso, paralizada en parte porque el material brasileño era de procedencia estadounidense y este país prohibió su uso. De hecho, el tira y afloja entre ambos contendientes se mantuvo al rojo durante un año, aunque por suerte tampoco los franceses se decidieron a pasar de la exhibición de poder.
Los intentos por solucionar la disputa negociando fracasaron varias veces porque Brasil se cerró en banda y hubo que esperar al verano de 1966 para que un tribunal internacional decidiese. Fue en Rennes y dio la razón a la posición francesa de que las langostas viven en alta mar nadando, no en la plataforma continental, mientras los brasileños insistían en que habitaban el fondo, como las ostras, y por tanto eran recursos naturales nacionales. Si una langosta nadando sobre el fondo oceánico era equiparable a un pez, sentenció el almirante Paulo Moreira da Silva, prestigioso oceanógrafo, un canguro saltando lo era a un pájaro.
O sea, que las espadas siguieron en alto. El proceso se enredó aún más cuando los jueces rechazaron la petición de indemnización que los armadores de los pesqueros hacían al estado francés por sus pérdidas en el período más tenso (el invierno de 1962-63), ya que éste no había tenido responsabilidad en ello. Los argumentos se iban enrevesando como un arabesco: que si el gobierno había autorizado el ir a pescar a Brasil, que si las licencias eran de los pescadores y no de los armadores, que si los capitanes tenían libertad para elegir dónde faenar si era en alta mar… Al final el ejecutivo quedó exonerado ante los suyos pero el problema con Brasil persistía.
Sin embargo, para entonces la situación ya se había calmado porque el gobierno de João Goulart aceptó relajar la tensión e invitó a De Gaulle a visitar Sudamérica, poniendo fin a la tirantez… además de ampliar unilateralmente sus aguas territoriales a doscientas millas. Un acuerdo firmado el 10 de diciembre de 1964 concedió licencia de pesca a veintiséis barcos galos por un período máximo de cinco años en puntos concretos y cediendo una parte de la pesca a las autoridades locales, que a su vez la entregarían a los pescadores de cada zona para compensarles.
Pocos años más tarde, en 1973, la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar sentaría las bases para evitar futuros problemas. En teoría.
Fuentes
Revista de Historia: As lagostas da discórdia / Poder Naval: A Guerra da Lagosta e suas lições / Wikipedia.
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