¿Había carreteras en la Prehistoria? Realmente resulta difícil imaginar una red viaria salvo que estemos pensando en el troncomóvil de los Picapiedra.

Pero el caso es que, al menos, una sí que hubo. Sus restos se encuentran en el condado de Longford, Irlanda, y evidentemente no es de hormigón ni tiene señales de tráfico.

Oficialmente se llama Corlea Trackway, aunque en gaélico su nombre es Bóthar Chorr Liath y popularmente se la conoció durante mucho tiempo como Carretera de los daneses.

Para ser exactos, hay pistas prehistóricas parecidas en otros sitios como Alemania, Holanda o Gran Bretaña y aquí mismo hemos tratado alguno, como aquellos surcos excavados en el suelo rocoso de Malta que responden al nombre de Cart Ruts.

Detalle de los anclajes/Foto: Ingo Mehling en Wikimedia Commons

El carácter especial de la Corlea Trackway es que está construida de madera y se extendía sobre un suelo pantanoso y movedizo, permitiendo circular sobre él sin problemas, de manera similar a las pasarelas que atraviesan grandes superficies húmedas (caso de Doñana, por ejemplo) o los sistemas dunares de las playas.

La Corlea Trackway medía cerca de un kilómetro y se contruyó con tablones de roble que miden entre tres y tres metros y medio de longitud por unos quince centímetros de anchura, sobre una especie de raíles separados entre sí por metro y medio de distancia, y anclados al suelo por sus extremos con pivotes.

En 1984 un estudio dendocronológico de la madera la dató entre finales del año 148 a.C y principios del 147 a.C, lo que sitúa la carretera en el contexto de la tardía Edad del Hierro británica. Los cálculos apuntan a que se usaron unos trescientos robles de gran tamaño, aunque los pivotes están hechos de abedul, de los que se habría utilizado un número similar al ser de menor tamaño. No hubo dificultad para encontrarlos, ya que alrededor del pantano abundaban los bosques.

Algunos de los fragmentos recuperados / foto John M / Corlea Trackway en Wikimedia Commons

La Corlea Trackway ejerce una lógica fascinación sobre los arqueólogos que la estudian. En primer lugar porque inicialmente pensaban que sería de la Edad del Bronce y resultó ser más reciente, como vimos, corroborando el análisis de carbono 14 practicado en 1984.

Y segundo, porque la vía termina en un pequeño islote que está en medio del pantano pero continúa por el otro lado en una segunda mitad de longitud parecida y de la misma época, lo que seguramente implicó a una considerable cantidad de gente en los trabajos; suficiente en todo caso para tenerla lista en sólo un año.

Por si no hubiera bastantes, luego aparecieron otros dos tramos más. Ahora bien, ninguna cuestión es tan sugestiva como su utilidad: ¿para qué se quería salvar el paso sobre la ciénaga?

Hay tantas teorías como estudiosos, desde la que propone una red viaria que conectaba los principales centros célticos como Ulster Eamhain Macha o Connachts, a la que habla de una simple manera de cruzar esa zona pantanosa. También hay una que sugiere que la intención no era ésa sino la contraria: entrar en ella, probablemente por motivos rituales.

Al fin y al cabo, en una vieja leyenda de la mitología irlandesa titulada Tochmarc Étañne (El cortejo de Etain), conservada parcialmente en el manuscrito Lebor na hUidre (siglo XII) y de forma completa en el Libro Amarillo de Ecan (siglo XV), hay una referencia a las tareas que el rey Eochu Airem encarga al héroe Midir para recuperar a su amada Etain, figurando entre ellas plantar un bosque y construir un camino a través del pantano de Móin Lámraige.

La campaña arqueológica, desarrollada en 1991 por Barry Rafferty (University College de Dublín) con ciertas prisas porque el lugar está justo en medio de un yacimiento de turba y los trabajos de excavación amenazaban destruirlo, permitió rescatar cincuenta y nueve tablones que luego se ampliaron con otros setenta y seis extraídos un poco más allá, en Derryoghil.

Estudiándolos minuciosamente se llegó a la conclusión de que estaban concebidos para cruzarlos a pie, aunque algún segmento mostraba muestras de haber soportado tráfico rodado. Lo cierto es que esa extraordinaria calzada sólo pudo usarse un tiempo breve, unos pocos años, ya que poco a poco fue hundiéndose en el suelo por su propio peso.

Algo que, como suele ocurrir, permitió su preservación durante dos milenios para que ahora podamos disfrutarla: el Corlea Trackway Visitor Center de Longford exhibe un tramo reconstruido de dieciocho metros junto a una serie de piezas coetáneas.


Fuentes

Longford Tourism / Heritage Ireland / Wikipedia


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