Con anterioridad tratamos aquí, en varios artículos, cuestiones relacionadas con el asentamiento vikingo de L’Anse aux Meadows, un yacimiento arqueológico situado en el extremo norte de Terranova.
Excavado por el matrimonio de arqueólogos noruegos Helge y Anne Stine Ingstad en los años sesenta, el sitio que, ya había sido ocupado con anterioridad por otras culturas, fue reaprovechado por los vikingos, que lo habitaron antes de abandonarlo tres años más tarde. La historia de ese efímero poblamiento, hoy protegido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, ya ha sido aceptada por los historiadores e incluso se ha vuelto bastante familiar.
Así, raro es el que no haya oído hablar de Erik Thorvaldsson, más conocido como Erik el Rojo, el primer vikingo en instalarse en un lugar ya conocido por los marinos pero virgen hasta el momento, Groenlandia, donde pasó tres años exiliado a causa de una acusación de asesinato que había contra él.
Al término de ese ostracismo regresó a su tierra natal, Islandia, y provechando que allí se estaba pasando una etapa de pobreza y hambruna, y ayudándose además de cierto engaño o verdad a medias (Groenlandia quiere decir Tierra verde, nombre que promete más de lo que realmente es), organizó una expedición colonizadora.
La colonia prosperó con él al mando y llegó a tener unos tres mil habitantes, pero una de las oleadas de nuevos emigrantes llevó una epidemia que diezmó a la población e incluso se llevó por delante al propio Erik.
Su hijo Leif (al que, por cierto, una dudosa leyenda atribuye la introducción del cristianismo en la civilización vikinga) resultó ser tan emprendedor como su padre y se convertiría en el primer europeo en pisar el continente americano, en una zona que él denominó Vinland . La pregunta es ¿qué incitó a Leif a aquel viaje hacia occidente? Y la respuesta es un relato del comerciante y explorador llamado Bjarni Herjólfsson, que hablaba de un país al otro lado del océano, rico en salmones y pastos.
Herjólfsson nació en la localidad islandesa de Herjólfr, hijo de Bárdi y Thorgerdr Herjólfsson. Como muchos vikingos, al hacerse adulto llevó una vida de mercader viajero, lo que para aquella civilización era sinónimo de marino. Al parecer tenía su base en Noruega pero solía visitar a sus padres cada verano, aprovechando la bonanza meterológica de esa estación. La saga Grœnlendinga (Saga de Groenlandeses), que se escribió en el siglo XIII como parte del manuscrito llamado Libro de Flatey, es la principal fuente historiográfica para saber cómo fue la aventura de Bjarni Herjólfsson, aunque, como todos los documentos de su tipo, mezcla dosis de realidad con otras de fantasía y, a veces, se hace difícil determinar dónde acaba una y empieza la otra.
El caso es que esa saga cuenta la colonización de Groenlandia por Erik el Rojo y el posterior viaje a Vinland de su hijo.
Según ese texto, en el verano del año 986 d.C. Bjarni dejó Escandinavia en su barco para hacer la acostumbrada visita a sus progenitores, pero al llegar a Islandia resultó que no estaban: se habían ido a Groenlandia con Erik el Rojo. Sin dudarlo, Bjarni levó anclas, desplegó la vela y se lanzó a hacer la misma ruta para reunirse con ellos.
Lamentablemente, a pesar de que los vikingos eran espléndidos navegantes, carecían del instrumental que siglos después tuvieron los marinos para trazar rumbos con seguridad en condiciones adversas, así que no tenía coordenadas hacia las que dirigirse y sólo sabía que Erik el Rojo navegaba hacia el oeste. A ello hay que añadir que, tres días después de zarpar, el viento roló soplando en contra y una densa capa de niebla se aposentó sobre la superficie marina, haciendo imposible determinar la posición y llevando a la deriva a aquella cáscara de nuez (presumiblemente un knorr, el modelo que se usaba para los viajes comerciales, más grande y panzudo que los drakkars de guerra).
Así pasaron varios días y cuando por fin mejoraron las condiciones, algunas gaviotas sobrevolaban el barco anunciando la proximidad de tierra, cuyo esperanzador perfil se recortó en el horizonte. No obstante, algo no cuadraba. Algunos de los hombres habían estado en Groenlandia y aquel paisaje arbolado y montañoso no se parecía al helado donde se habían establecido los vikingos de Erik el Rojo.
Estaba claro que era otro sitio y parecía acogedor de cara a instalarse, pero Bjarni no quiso desembarcar; estaba ansioso por reunirse con sus padres y sus hombres tuvieron que contentarse con contemplar el sitio desde el mar mientras viraban hacia el norte y recorrían el litoral, perdiendo de vista la costa pero avistándola luego de nuevo hasta cuatro veces. Al final consiguieron reencontrar el rumbo adecuado porque divisaron un barco varado en una playa que casualmente resultó ser el de Bárdi Herjólfsson, que se había establecido allí. Ya estaban en territorio groenlandés.
Bjarni decidió quedarse con él en la ciudad de Herjolsnes, dejando su actividad comercial para llevar la hacienda familiar. Por supuesto, informó de su descubrimiento pero nadie pareció mostrar demasiado interés en su relato hasta que llegó a oídos de Leif Erikson, el segundo vástago de Erik, que, como hemos visto, resolvió partir en busca de aquella misteriosa tierra atraído por la posibilidad de conseguir madera (muy escasa en Groenlandia) y además lo hizo, al parecer, en la misma nave que usó Bjarni con treinta y cinco tripulantes e instalándose en el citado poblado de L’Anse aux Meadows (hace poco se descubrió otro posible asentamiento en Point Rosee, al suroeste de Terranova).
Hoy, los investigadores creen que lo que vio Bjarni Herjólfsson seguramente fueron las actuales Terranova, Labrador e Isla de Baffin, lo que le convertiría, probablemente, en el primer europeo en avistar el Nuevo Mundo.
Fuentes
Icelanders in the Viking Age. The people of the sagas (William R. Short) / The conquest of the North Atlantic (Geoffrey Jules Marcus) / The vikings classic histories series (Magnus Magnusson) / Wikipedia.
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