Dice el aforismo que si la conquista de América fue una guerra civil indígena, los procesos independentistas que dieron lugar a los países iberoamericanos actuales nacieron de una guerra civil entre españoles.
Y, efectivamente, en aquellos procesos emancipatorios los indios jugaron un papel secundario, más como porteadores que como combatientes. No obstante, y frente a otros grupos étnicos o raciales, en general tendieron a mantenerse al lado de las autoridades virreinales, conscientes de que éstas constituían, con su cobertura legal, el único paraguas protector ante el despojo que, imaginaron, traerían las ambiciosas oligarquías criollas.
Aún así sorprende el hecho de que un humilde campesino quechua alcanzara el grado de general del ejército realista. Se llamaba Antonio Huachaca.
Sus sencillos orígenes hacen que esa primera parte de su biografía deba hacerse a base de muchas conjeturas. Así, se ignora la fecha exacta de su nacimiento, situándose éste en el último cuarto del siglo XVIII, en la localidad de San José de Iquicha, en el actual departamento de Ayacucho, por entonces integrado en el Virreinato del Perú.
Una tierra agreste y dura que ya en tiempos prehispanos presentó denodada resistencia al dominio inca y que luego fue escenario de varias insurrecciones, antes y después de la emancipación, así como área de operaciones del grupo terrorista Sendero Luminoso, ya en la segunda mitad del siglo XX.
Al parecer, Huachaca era un simple arriero carente de recursos que ni siquiera sabía leer y escribir pero que pertenecía a ese grupo selecto de personas que irradian un carisma especial, capaz de ganarse el afecto y la devoción de la gente; sobre todo la de los más desfavorecidos económicamente.
De hecho, los primeros datos concretos, fechados en 1813, le sitúan liderando a los descontentos con los abusivos impuestos decretados por el intendente iqueño, que desobedecía así la orden emanada de las Cortes de abolir el tributo indígena y la minka (una versión de la mita que consistía en la prestación laboral obligatoria gratuita para la ejecución de obras publicas), establecida como represalia por los disturbios ocurridos el año anterior entre liberales y absolutistas, en los que los indios apoyaron la autoridad real.
Al año siguiente se produjo la llamada Rebelión de Cuzco. Esta intendencia, junto a las de Puno, Arequipa, Huamanga y parte de Charcas, se alzó contra el virrey José Fernando de Abascal y Sousa en apoyo de la Junta de Buenos Aires, exigiendo la formación de una diputación autónoma, tal como mandaban las Cortes, que el tribunal de la Real Audiencia del Cuzco desoyó encarcelando a los participantes.
Éstos estaban liderados por los hermanos José, Vicente y Mariano Angulo, miembros del cabildo cuzqueño, que tuvieron que huir y unirse al cacique Mateo Pumacahua para formar una junta y un ejército con el que tomaron La Paz, Huamanga y Arequipa. El movimiento terminó en marzo de 1815, duramente reprimido por las tropas del general José de la Serna, a cuyas órdenes se puso Antonio Huachaca como comandante de milicias, actuando con tácticas guerrilleras. Su natural habilidad para la estrategia, superando las carencias materiales con que contó, llevó a que se le ascendiera a general de brigada.
Fue la primera vez que tuvo ocasión de demostrar su valía militar pero no la última porque con la situación en España, el país ocupado por los franceses primero y las luchas entre Fernando VII y los liberales después, llegó la ocasión que esperaban los criollos para iniciar los procesos independentistas.
En un primer momento la región de Huamanga se convirtió en escenario de enfrentamientos entre tropas irregulares de uno y otro bando pero luego, en 1820, se creó el Ejército Unido Libertador del Perú, constituido por fuerzas autóctonas que se engrosaron con otras procedentes del Río de la Plata, Chile y la Gran Colombia, y a cuyo mando estaba José de San Martín; poco a poco fue arrinconando al Ejército Real del Perú.
Pero aún faltaba por librarse un sangriento enfrentamiento conocido como la Guerra de Iquicha, que estalló en 1825 por el descontento de los campesinos indios de esa zona: por su apoyo a los realistas, fueron castigados por el mariscal Sucre a pagar un impuesto especial que se sumaba al restablecido tributo indígena y a las políticas liberales de sustituir las tierras comunales por una parcelación individual, algo ajeno a los conceptos indios.
Asimismo, la región de Huamanga (Ayacucho) era el lugar donde se refugiaban los restos de los simpatizantes realistas: exmilitares, curas, comerciantes expoliados… Un grupo muy heterogéneo que encontró una causa común, con la corona española y la religión como símbolos, más el descontento como aglutinante.
Para empeorar las cosas aparecieron los guerrilleros morochucos. Éstos eran una especie de gauchos, jinetes dedicados a la cría de ganado que apoyaron tradicionalmente los intentos emancipadores para evitar que el gobierno les incautase sus reses para alimentar a los soldados. De manera que el conflicto adquiría tintes muy complejos, con el extra del clásico choque entre agricultores y ganaderos.
En enero de 1825, Antonio Huachaca puso en pie de guerra a varios miles de indios, con numerosa caballería pero pocas armas de fuego, a pesar de lo cual logró evitar el intento de detenerlos del gobierno. En junio pasaron al ataque y asaltaron Huachaca y Huantayo, incrementando sus efectivos con la adhesión de los Húsares de Junín, aunque fracasaron en el intento de entrar en Ayacucho. La represión llevada a cabo por el general Andrés de Santa Cruz fue brutal, con ejecuciones sumarias, exterminio de ganado e incendio de viviendas, obligando a los guerrilleros a huir a las montañas.
Parecía que todo había terminado pero en noviembre de 1827 descendieron de nuevo para seguir luchando, dirigidos de nuevo por Antonio Huachaca, haciendo una incursión en Huanta para después dirigirse a Ayacucho, desde donde pensaban desarrollar una campaña de conquista de las principales ciudades para restaurar la monarquía hispana.
Al grito de ¡Viva el Rey! y enarbolando una bandera con la cruz de Borgoña, Huachaca, que había sido nombrado Gran Jefe de la División Restauradora de la Ley, se lanzó sobre Ayacucho… y volvió a fracasar ante la defensa cerrada de su guarnición. Un par de derrotas más supusieron el final definitivo; poco a poco todos los oficiales fueron cayendo presos o muertos y, ya sin defensa, los indios empezaron a ser exterminados a sangre fría; sólo unos pocos lograron sobrevivir, escondidos en los cerros.
En agosto de 1828 aún librarían una batalla desesperada en Uchuracayy, armados sólo con ondas y lanzas, en la que perdió la vida Prudencio, el hermano de Antonio. Éste pudo escapar a caballo de la masacre, si bien su mujer y su hijo cayeron presos.
A lo largo de los años siguientes, con la cabeza puesta precio y mientras los indígenas seguían rebelándose esporádicamente (ya en clave estrictamente nacional), Huachaca tuvo que permanecer en la clandestinidad. En 1834 estalló la guerra civil entre los liberales de Orbegoso y los conservadores de Gamarra; ambos intentaron atraerse a las milicias indias de Huanta, consiguiéndolo el primero, que fue quien finalmente se hizo con la presidencia.
Orbegoso había mantenido comunicación con Huachaca pero nunca llegaron a encontrarse porque éste no se fiaba de él (no lo hacía de ningún republicano), aunque a cambio se le ofreció educación para su hijo.
El otrora general del Ejército Real todavía participaría en una nueva guerra que duró de 1836 a 1839: la de la Confederación Peruano-boliviana, una institución que se veía como continuación de la monarquía y en la que él pasó de ejercer de juez de paz y gobernador de Carhuaucran (además de ostentar el cargo honorífico de Jefe Supremo de la República de Iquicha) a obtener una brillante victoria en la batalla de Campamento-Oroco, cayendo sobre el enemigo de improviso al aprovechar una tormenta para acercarse sin ser detectado.
El Tratado de Yanallay puso fin a las hostilidades pero mientras Tadeo Chocce (otro indio que hizo carrera militar, llegando a coronel, aunque éste no era analfabeto) aceptó firmarlo, Huachaca se negó porque era reoconocer la derrota, por lo que cambió su nombre (pasó a llamarse José Antonio Navala Huachaca, en honor de Sucre y de la marina peruana) y marchó al exilio en la región selvática de Apurímac, donde fallecería en 1848. Hoy está enterrado en su Iquicha natal, en el altar mayor de la iglesia, y es considerado un héroe por la comunidad indígena.
Fuentes
La oposición de los indios a la república peruana. Iquicha 1827 (Heraclio Bonilla) / La reindianización de América, siglo XIX (Leticia Reina, coordinadora) / De la guerra a la rebelión (Huanta, siglo XIX) (Patrick Husson) / Wikipedia.
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