Si hablamos del gran héroe nacional alpino está claro que a todos se nos vendrá inmediatamente a la cabeza el nombre de Guillermo Tell.
Pero la historicidad de este personaje es dudosa y, como mínimo, confusa, ya que las primeras referencias que hay sobre él son bastante posteriores a la época en la que presuntamente habría vivido.
Así que tendremos que centrar la atención en otro nombre y éste sí que existió realmente: Andreas Hofer. La época, eso sí, es muy diferente porque si las aventuras de Tell habrían tenido lugar en la Baja Edad Media, a caballo entre los siglos XIII y XIV, las de Hofer fueron quinientos años posteriores, cuando encabezó la resistencia contra los invasores franceses.
En 1798 el Directorio, es decir, el gobierno que asumió el poder en Francia tras años de revolución promulgando una viraje a posiciones más conservadoras, decretó la ocupación de Suiza, desgajándole algunos territorios y creando la República Helvética, en la práctica un estado satélite. Por supuesto, la imposición no hizo ninguna gracia a los naturales y la resistencia fraguó en el mes de septiembre con un levantamiento en Nidwalden que fue reprimido a sangre y fuego; los invasores estaban para quedarse pero al precio de sembrar el odio entre la población local. Esto se hizo extensivo a otras regiones limítrofes, como la tirolesa.
Un año después, un carismático general llamado Napoleón Bonaparte, que acababa de regresar de una brillante campaña por Egipto, deba un golpe de estado y se proclamaba cónsul; aunque inicialmente lo hacía de forma tripartita, a la manera romana, poco a poco fue acumulando todo el poder en sus manos hasta hacerse vitalicio y, finalmente, proclamarse emperador. El nuevo régimen se embarcó en una guerra en la que, progresivamente, casi todas las potencias terminaron uniéndose contra él en 1805 en la llamada Tercera Coalición. En ese contexto es en el que hace su aparición Andreas Hofer.
Hofer nació en 1767 en San Leonardo, un pueblo del sur del Tirol, territorio históricamente vinculado a los Habsburgo. Era hijo de un sencillo posadero de quien heredó el negocio (y el apelativo de Wirt, alusivo en alemán a ese trabajo), ampliándolo y comerciando con vinos y caballos con la zona norte de Italia, lo que le permitió aprender la lengua.
En 1791, ya con su tierra absorbida por Francia, su vida dio un giro en lo personal y en lo público: por un lado contrajo matrimonio con Anna Ladurner y por otro se metió en política, siendo elegido parlamentario de la asamblea tirolesa. Con el estallido de la guerra Hofer se incorporó al ejército austríaco, primero como francotirador y luego como capitán.
Pero los austríacos fueron derrotados por Napoleón en Ulm y Austerlitz en apenas mes y medio, no quedándoles más remedio que pedir la paz. Ésta se plasmó en el Tratado de Presburgo (actual Bratislava), por el cual el emperador Francisco II aceptaba retirarse de la Tercera Coalición y pagar a Francia diversas compensaciones, unas económicas (cuarenta millones de francos) y otras territoriales, entre ellas el Gran Ducado de Baden y los reinos de Wurtemberg y Baviera.
Esta última, por tanto, pasaba a manos galas y en la entrega iba incluido el Tirol. Hofer abandonó las filas austríacas y pasó a liderar un movimiento antibávaro que en 1809 incluso le llevó a presentarse en Viena ante el emperador para solicitar su respaldo al inicio de una rebelión. Francisco II se lo dio y él se puso manos a la obra, organizando consejos locales de aldea en aldea y armando una milicia en el Valle del Passeier, donde estaba su hogar.
Tres meses más tarde los insurrectos comenzaban sus primeras acciones contra los bávaros dando la señal de levantamiento con un curioso método: arrojar al río Inn sacos de serrín que la corriente arrastraba por los pueblos, de manera que nadie pudiera interceptar un correo comprometedor; a continuación, las campanas convocaban a los milicianos con sus armas o incluso sus herramientas de labranza.
A partir del 9 de abril fueron sometiendo a las guarniciones aisladas -incluso a una columna francesa de paso- para después vencer en Isel y Sterzing, ocupando Innsbruck el día 11. Una fuerza franco-bávara contraatacó la noche siguiente pero fue rechazada en la que se puede considerar la primera batalla propiamente dicha, la de Bergisel. Los éxitos continuaron uno tras otro: Bozen, Trent…
Entretanto, el general austríaco Johan Gabriel Chasteler de Courcelles instauró un gobierno provisional tirolés con Joseph Hormayr al frente. Napoleón decidió cortar aquellas veleidades patrióticas y mandó a sus fuerzas contra el archiduque Carlos de Austria, al que aplastó sucesivamente en Teugen-Hausen, Abensberg, Eckmühl y Ratisbona, expulsando a los austríacos del Tirol y dejando al frente al mariscal Lefebvre. El 13 de mayo el general Karl Philipp von Wrede remató la jugada ganando la sangrienta batalla de Wörgl y reconquistando Innsbruck. Todo ello dejó en una situación muy comprometida a Hofer y sus hombres, que tuvieron que buscar refugio en las montañas.
Pero, en cuanto se fueron los franceses, volvieron a la carga. Hofer y los otros líderes rebeldes (como Josef Speckbacher o el padre Joachim Haspinger), habían alzado veinte mil hombres, apoyados por dos centenares de soldados austríacos, con los que retomaron Innsbruck a las dos semanas y se estableció un nuevo ejecutivo con Hofer como gobernante provisional: esa etapa duró dos meses, durante los cuales llegó a dictar leyes y acuñar moneda, solicitando ayuda a los británicos.
El archiduque Carlos también se apuntó un tanto frenando a los franceses en Aspern-Essling ese mes. Sin embargo, Bonaparte no había dicho su última palabra y el 6 de julio se cobró la revancha en la batalla de Wagram; el round final en Znaim cuatro días más tarde desbarató definitivamente a los austríacos.
Pero Hofer y los suyos se pasaron a la guerra de guerrillas y se puso precio a su cabeza cuando de nuevo en Bergisel derrotó a Lefebvre y volvió a tomar Inssbruck. Para entonces ya era un líder indiscutible que asumió el cargo de comandante del ejército de Austria en la batalla de Hofburg. No obstante, en octubre se firmó el Tratado de Schönbrunn, resultado del desastre de Wagram, por el cual el Tirol retornaba al redil bávaro y era ocupado por cuarenta mil soldados (asimismo, para intentar sellar una paz duradera, Napoleón se casó con la hija de Francisco II). A Hofer se le prometió una amnistía y el 8 de noviembre abandonó las armas para regresar a su valle natal.
No duró mucho la cosa porque el 12 de ese mes, informado falsamente de que los austríacos seguían victoriosamente la lucha, decidió movilizar otra vez a sus hombres. Lamentablemente para él, la gente estaba cansada y apenas pudo reunir un puñado de fieles que sólo cosecharon derrotas. La recompensa de mil quinientos florines que se ofrecía por él llevó a su delación por un vecino y la consiguiente captura a principios de 1810, siendo fusilado en Mantua el 20 de febrero, al parecer contradiciendo las indicaciones de Bonaparte.
En 1823, cuando éste ya estaba confinado en Santa Helena, el cuerpo de Hofer fue trasladado a Innsbruck, donde se le rindieron honores con un mausoleo y una estatua. Su familia recibió un título de nobleza y el himno del Tirol cuenta sus hazañas.
Fuentes
De Robespierre al Che Guevara (Erik Durschmied) / Lands and Peoples of the World (John Alexander Hammerton) / Napoleon’s Other War. Bandits, Rebels and Their Pursuers in the Age of Revolutions (Michael Broers) / Wikipedia
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