Durante la Segunda Guerra Mundial fueron varios los cuerpos militares de diversos países que se integraron en la Wehrmacht o estuvieron junto a ella para combatir juntos contra la URSS.

Los españoles conocemos, fundamentalmente, la División Azul, pero hubo otros casos: finlandeses, rumanos, croatas, búlgaros… En general, todos con el denominador común de profesar un visceral anticomunismo. Pero uno de los más curiosos fue, sin duda, el ROA, siglas de Rússkaya Osvobodítelnaya Ármiya (Ejército Ruso de Liberación).

En realidad el ROA fue un contingente fantasma que durante mucho tiempo sólo existió de facto sobre el papel y cuyos miembros no constituyeron una unidad propia hasta el invierno de 1944, repartiéndose antes por multitud de batallones destinados al frente del Este ante la desconfianza del mando alemán.

Bandera del ROA/Imagen: Samhanin en Wikimedia Commons

El alma y raíz de aquel extraño ejército no-nato y disperso fue un general soviético llamado Andréi Vlásov, un ruso nacido en 1900 al que el estallido de la Revolución incitó a abandonar el seminario para entrar en el Ejército Rojo y desarrollar una fulgurante carrera militar.

Ser miembro del Partido Comunista, conseguir el cargo de asesor militar del chino Chiang-Kai-Sek (quien le concedió la Orden del Dragón Dorado) y protagonizar varias exitosas acciones durante la llamada Gran Guerra Patria (la librada por los soviéticos en su suelo contra la invasión alemana) le hicieron ganarse la confianza de Stalin y ser acreedor de la Orden de Lenin (una de las condecoraciones más importantes de su país, que era otorgada por el Soviet Supremo). Sin embargo, su fracaso en la misión de romper el asedio de Leningrado, que terminó en una masacre, y su negativa a ser rescatado del embolsamiento en que había quedado atrapado supusieron el inicio de un giro radical en su vida.

Porque finalmente, tras un rocambolesco intento de huida, cayó en poder del enemigo y fue enviado a un campo de concentración para oficiales en Ucrania. Era el verano de 1942 y durante su encierro trabó relación con varios rusos blancos con los que acordó fundar un movimiento antirevolucionario, para lo cual envió un exhaustivo informe a los alemanes proponiendo cooperar.

Por supuesto, éstos no desprovecharon la oportunidad y le enviaron a Berlín, ante Goebbels, para desarrollar el diseño de lo que debía ser el Movimiento de Liberación de Rusia. Así se empezó a gestar el ROA, el brazo armado que en conjunción con la Wehrmacht echaría a los bolcheviques del poder e instauraría un sistema democrático.

Por raro que parezca, Vlásov se lo tragó -quizá porque el plan incluía darle un puesto en el futuro gobierno provisional- y empezó a reclutar voluntarios entre los prisioneros de guerra rusos, mientras la Luftwaffe también arrojaba panfletos propagandísticos en las trincheras soviéticas animando a desertar y unirse.

Reunión entre Vlásov y Goebbels/Foto: Bundesarchiv, Bild en Wikimedia Commons

Pero no llegó a reunirse una cantidad suficiente de efectivos, pues en un alarde de ingenuidad optimista se habían previsto más de millón y medio de hombres y los alistados, unos cientos de miles con mercenarios incluidos, no pudieron constituir el deseado ejército. En realidad, Hitler tampoco estaba dispuesto a concedérselo, así que simplemente fueron repartidos como auxiliares entre diversos cuerpos germanos con la única distinción de llevar un uniforme sin insignias y con un parche identificativo. Algunos llegaron a formar osteinheiten o pequeñas unidades de voluntarios, pero nada más y dedicadas a labores de seguridad en la retaguardia.

Es decir, Vlásov pensó que podría utilizar a los nazis para sus fines pero el resultado fue a la inversa. De hecho, los soldados del ROA fueron retirados de su destino inicial en el frente ruso para ser trasladados a otros sitios (algunos estuvieron en Normandía el Día D) cuando se supo que su jefe se desmarcaba de las brutales acciones de las SS, ayudando a varios judíos a escapar y tratando a los oficiales alemanes como si él fuera su anfitrión y ellos sus invitados, pareciendo totalmente convencido de la verosimilitud de su alianza.

Pero los mandos teutones no tenían demasiada confianza en los soldados del ROA y además éstos tampoco demostraron ser muy fiables, desertando o retirándose del campo de batalla proporcionalmente a los reveses sufridos a medida que pasaba el tiempo.

Vlásov instruyendo a sus tropas/Foto: Bundesarchiv, Bild en Wikimedia Commons

No obstante, dado que la guerra entraba en su fase final, ya claramente adversa para el III Reich y con necesidad de tropas, Himmler consiguio convencer al Führer para autorizar un ROA como tal. Así, los ciento trece batallones integrados por rusos y diseminados por Europa deberían juntarse para formar una decena de divisiones, aunque en la práctica sólo se pudieron constituir dos, mandadas por los generales Serguéi Bunyachenko y Mijaíl Meándrov, junto con otros cuerpos menores integrados por cosacos y rusos blancos. El conjunto pasó a ser conocido popularmente por los soviéticos como los vlasovtsy, el ejército de Vlásov, a pesar de que apenas llegó a entrar en combate y la única batalla que libraría contra el Ejército Rojo sería la del Óder, ya en abril de 1945, en la que fue vencido.

Para entonces, Vlásov había explicado sus objetivos políticos en un documento conocido como el Manifiesto de Praga, que leyó en esa ciudad el 14 de diciembre de 1944 ante el autonombrado Comité para la Liberación de los Pueblos de Rusia y en el que proponía una reconversión democrática en su país tras derrocar al bolchevismo. El texto incluía al final una diatriba contra las potencias occidentales aliadas de Stalin, única manera que el autor encontró para regatear la intención de Hitler de añadir un párrafo antisemita. Pero la realidad de la marcha de la guerra era patente y ante la inminencia de la derrota, había que elegir ante quién rendirse; en su situación estaba claro que caer en manos soviéticas equivalía a morir, así que Vlásov inició contactos con los Aliados occidentales.

Soldados del ROA en 1944/Imagen: Bundesarchiv, Bild, en Wikimedia Commons

Fruto de ese cambio de estrategia fue su participación en el levantamiento de Praga contra los nazis, que tuvo lugar en mayo y en el que sus hombres cambiaron de bando uniéndose a los insurrectos, además de pasar información al Ejército Rojo para ayudarle a tomar la ciudad.

A continuación, los vlasovtsy huyeron en dirección al Oeste para entregarse a Patton. Muchos fueron capturados antes por los partisanos soviéticos; otros consiguieron establecer contacto con el Tercer Ejército estadounidense para descubrir, con horror, que se les negaba el asilo y eran entregados a Stalin. Éste había decretado ya la pena de muerte para ellos y no fueron pocos los que acabaron fusilados sumariamente en el mismo sitio donde les apresaron. Apenas un puñado logró refugiarse en Liechstentein y desde allí huir a Argentina.

Vlásov fue extraditado a Moscú y ahorcado el 2 de agosto de 1946 junto con once de sus oficiales. Miles de sus hombres pagaron su veleidad en el Gulag hasta que el 17 de septiembre de 1955, tras la muerte de Stalin, la URSS indultó a los cincuenta y cinco mil que aún vivían. Sin embargo, la imagen de Vlásov siguió y sigue siendo negativa: en 2001 hubo una propuesta para rehabilitarle y fue rechazada por no cumplir con los requisitos exigidos.


Fuentes

El Día D. La batalla de Normandía (Anthony Beevor) / Hitler’s Empire: Nazi Rule in Occupied Europe (Mark Mazower) / A Documentary History of Communism in Russia: From Lenin to Gorbachev (Robert V. Daniels) / Wikipedia


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