La expresión puente aéreo se refiere a una compleja acción estratégica desarrollada de un lugar a otro, siendo uno de los casos más singulares que existen el de la Operación Christmas Drop que se lleva a cabo en estas fechas navideñas.
Como decía, puente aéreo alude a la conexión aérea entre dos aeropuertos que tienen un elevada frecuencia de vuelos, caso de la ruta Madrid-Barcelona, enlazando ambos puntos. Pero también sirve para designar un tipo de operación, generalmente militar, en la que se utilizan aviones para proporcionar aprovisionamiento o tropas desde un lugar a otro al que es difícil acceder por las causas que sean.
En ese sentido, el primero de la historia propiamente dicho también fue en España, al inicio de la Guerra Civil (1936) para trasladar soldados del norte de África a la península. Desde entonces los puentes aéreos se han vuelto habituales y, algunos, muy famosos, como el aplicado en 1948 en Berlín para salvar el bloqueo soviético tras la Segunda Guerra Mundial.
Pero si de escala se trata, probablemente el puente aéreo más largo que existe es el citado Christmas Drop. Largo no sólo por la distancia que cubre sino también porque es el más duradero, ya que lleva haciéndose sesenta y cinco años. Y no tiene nada que ver con asuntos bélicos, a pesar de que es la Fuerza Aérea de Estados Unidos la que lo protagoniza; se parece más bien al viaje que cada invierno hace Santa Claus repartiendo regalos pero con aviones C-130 en vez de trineo de renos voladores y transportando suministros por juguetes a Micronesia.
La Operation Christmas Drop nació en 1952 cuando la tripulación de un Boeing WB-29 Superfortress del 54º Escuadrón de Reconocimiento Metereológico que realizaba un vuelo de observación sobre el atolón de Kapingamarangi, al sur de la isla de Guam, se dio cuenta de que los nativos les hacían enfáticas señas para llamar su atención, dando a entender inequívocamente que estaban en situación apurada de urgente necesidad. Los tripulantes del avión recogieron rápidamente todos los suministros que pudieron de lo que llevaban a bordo y los colocaron en un contenedor que, a continuación, soltaron con un paracaídas.
Presuntamente descubierto por el español Fernando de Grijalva, que lo bautizó con el nombre de Isla Pescadores, Kapingamarangi, actualmente llamado también Kapinga Moland, es un aro con una superficie total de sólo 1,1 kilómetros cuadrados (aparte de la laguna interior), formado por 33 islotes coralinos de los que el más grande apenas llega a un par de kilómetros de longitud, por lo que únicamente 3 están habitados. Dadas las limitaciones espaciales, su población actual no suma más de medio millar de personas y cabe pensar que en 1952 era aún más escasa, con el final de la Segunda Guerra Mundial aún tan reciente.
Pero lo verdaderamente importante para lo que nos ocupa es que el atolón está bastante apartado, a 304 kilómetros de Nukuoro y 770 de Ponapé (este último el núcleo más importante del archipiélago de las Carolinas) y que, por consiguiente, esa gente vivía de la pesca y de una agricultura de subsistencia muy dependiente de las lluvias para poder abastecerse de agua y de que los tifones no fueran demasiado severos.
Unas condiciones precarias -tampoco había electricidad-, como pudo comprobar el WB-29, cuyos envíos desde el aire fueron rescatados por los isleños nadando -lógicamente cayeron al mar-, aunque sólo en parte porque otros se los llevaron las mareas y se encontraron meses más tarde a varios kilómetros de distancia.
En fin, el caso es que al regresar a su base de Guam, el avión informó de lo sucedido y desde entonces quedó instituida la repetición de ese puente aéreo cada año por Navidad, en lo que es la misión humanitaria más larga y prolongada del mundo; también la más antigua vigente. La protagoniza la US Air Force con 3 aviones Hércules C-130 desde las bases de Andersen y Yokota (Japón) en una misión que le sirve de entrenamiento y con la colaboración de las comunidades locales, cuyos integrantes donan todo tipo de cosas que les pueden ser útiles a los isleños: víveres, medicinas, material escolar y de construcción, ropa y, por supuesto, juguetes. Asimismo, se organizan actos benéficos como shows y competiciones deportivas para recaudar fondos.
En realidad se consigue reunir tal cantidad de toneladas que los destinatarios de la carga no son sólo los habitantes de Kapingamarangi sino también unos 20.000 de los de otras 56 islas de la Micronesia, algunas tan aisladas que sólo reciben la visita de un barco una o dos veces al año. Los contenedores se arrojan mediante paracaídas al mar, lo más cerca posible de las playas, por la dificultad de acertar sobre la escasa tierra (sin contar el peligro que ello conllevaría para la población).
El año pasado las fuerzas aéreas de Japón y Australia se sumaron a la iniciativa aportando sendos aviones Hércules C-130; al fin y al cabo, no deja de ser un buen entrenamiento para posibles conflictos… y se le da un descanso a Santa Claus.
Fuentes
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