La imagen gráfica que tenemos de la piratería caribeña, aquella que vivió su esplendor entre principios del siglo XVI y finales del XVIII, obedece a la romántica que han dejado las novelas de aventuras de Stevenson, Salgari y Scott, y al cine hollywoodiense clásico (que se basaba también en los anteriores).

Por esa razón, el prototipo del pirata es blanco y anglosajón. Sin embargo, los historiadores nos explican que quienes se dedicaban a aquella profesión eran de muchas nacionalidades y además, cosa generalmente obviada, multiétnica. Y, por supuesto, hubo piratas de negros, incluyendo las mezclas (mulatos y demás). De hecho, se calcula que más de la cuarta parte lo eran y que, por ejemplo, en la década entre 1716 y 1726 llegaron a superar los cinco mil efectivos.

Esto no resulta raro si se tiene en cuenta el colosal volumen de esclavos que había en el Caribe y su entorno, sumando los de los territorios españoles, portugueses, británicos, franceses, holandeses e incluso suecos y daneses (que tuvieron sus colonias en las islas de San Bartolomé, comprada a Francia en 1784, y Santo Tomás, ocupada en 1670 por estar vacía).

Algo que tendió a ocultarse por un triple motivo: el desprecio racial, el no intranquilizar a los habitantes de las ciudades costeras e insulares y el evitar que corriera la voz entre los esclavos de que tenían una posible salida a su destino.

Hablamos de millones de africanos, unos arrancados de su hogar y trasladados a América en barcos negreros y otros nacidos ya allí, algunos de los cuales lograban escapar y, o bien se refugiaban en palenques de difícil acceso para las tropas perseguidoras, o bien encontraban en la piratería una nueva forma de vida. Porque el apogeo de ésta fue a coincidir cronológicamente con la edad de oro del esclavismo en el Nuevo Mundo. Más aún; algunos piratas participaron también en la trata, una buena forma de obtener financiación y bastimentos para sus correrías.

No obstante, en general el mundo pirata se regía por conceptos diferentes al otro y los negros que formaban parte de él tenían una consideración igualitaria, prácticamente de hermandad con el resto de los componentes de las tripulaciones. El capitán pirata Stede Bonnet zanjó una vez un altercado entre dos de sus hombres, uno blanco y otro negro, diciendo que la piratería era una raza en sí misma.

En cambio, la visión de las autoridades era muy diferente y la captura de un barco pirata suponía también una diferencia de trato a sus integrantes, en función de la raza que tuvieran. Los blancos eran juzgados y casi siempre terminaban colgando de una soga, mientras que sus compañeros de color no pasaban por los tribunales sino que eran devueltos a su condición anterior; a su dueño -si se conseguía averiguar quién era-, el cual probablemente le tendría reservado algún castigo ejemplar (el habitual era la mutilación de algún miembro) previo a ponerlo a trabajar como antes de su fuga.

Si no, a menudo, el capitán del buque que había capturado a los piratas reclamaba la propiedad de los que fueran negros para venderlos como esclavos por su cuenta. Así fue, al menos, durante el siglo XVII. En la centuria siguiente la cosa cambió y se pasó a ahorcarlos como a los demás, en parte porque la piratería empezó a decaer -con lo que se redujo el número de practicantes- y en parte porque el abolicionismo ya daba sus primeros pasos.

Los piratas negros fueron tan feroces como los otros o más, no sólo por resentimiento contra la sociedad que les había cambiado radicalmente la vida reduciéndolos a aquella triste condición, sino también porque eran conscientes del destino que les esperaba si volvían a ser apresados; en consecuencia, defendían su nueva libertad a sangre y fuego. Por ello, pese a la citada tendencia a mantenerles en el anonimato, algunos se labraron cierta fama.

Fue el caso del cocinero del barco Morning Star, capitaneado por el británico John Fenn, que participaba en los abordajes en primera línea para asustar a sus víctimas; o la tremebunda tripulación del Flying Dragon, de otro pirata británico llamado Christopher Condent, la mitad de la cual estaba compuesta por ex-esclavos negros que solían torturar salvajemente a sus víctimas.

Un pequeño número de piratas de origen africano incluso ha pasado a la posteridad con sus nombres. Esta es una semblanza de los más destacados, breve e inexacta porque los datos son escasos y se mezcla lo histórico con lo legendario:

El Negro César (Black Caesar)

Al parecer era un jefe tribal de «tamaño enorme, inmensa fuerza y aguda inteligencia» que, atraído por los negreros con engaños para comerciar, fue capturado para llevarlo a América. Un huracán y la amistad que había hecho con un marinero le dieron la oportunidad de liberarse de sus cadenas y hacerse con el control del barco esclavista que, finalmente, terminó estrellándose contra los arrecifes de Florida. César y su compañero se las arreglaron para sobrevivir en un bote y aprovecharon su condición de náufragos para asaltar los barcos que acudían a rescatarles.

Así lograron reunir un considerable botín que, según se cuenta, enterraron en el Cayo Elliott. Una pelea por una mujer acabó trágicamente, con César matando a su amigo y marchando para, con una parte del tesoro, comprar su propia embarcación y seguir con esa vida. La nave no debía ser muy grande porque se dice que la podía hundir cuando avistaba una patrulla militar, retirándole el mástil y atándola al fondo hasta que pasaba el peligro y entonces la reflotaba.

El Negro César tenía su escondite en una isla donde contaba con un harén de un centenar de mujeres y una especie de chozas-prisión para encerrar a los rehenes en espera del rescate. Cuando fue descubierto tuvo que huir precipitadamente, abandonando a los prisioneros. De nuevo la leyenda aparece para narrar que algunos niños pudieron sobrevivir con bayas y moluscos, originando una insólita comunidad con su propio idioma y costumbres.

Entretanto, el pirata se incorporó como oficial a bordo del célebre Queen Anne’s Revenge de Barbanegra (de quien, por cierto, se rumoreaba que era hijo de blanco y mulata). En 1718, cuando éste falleció en combate contra un navío de la Royal Navy, César se dispuso a cumplir la orden póstuma de su capitán de volar el barco con pólvora; pero fue apresado por los cautivos que había en la bodega y entregado a los soldados. Las autoridades de Virgina le ahorcaron. Curiosamente, un cayo de Florida lleva su nombre: Cesar’s Rock.

Diego Grillo

Diego Grillo en un cromo de 1933/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Nacido en Cuba a mediados del siglo XVI, hijo de un hacendado español y madre esclava, no sólo se hizo pirata sino que conseguiría ser capitán hacia 1603. Aún no era un adolescente cuando escapó de su amo y se unió a una partida de bucaneros, navegando a partir de entonces hasta que, cuenta el mito, en 1572 cayó en manos del mismísimo Francis Drake, quien lo incorporó a su tripulación, le proporcionó una esmerada educación en Inglaterra y le dio el mando de uno de los barcos de la escuadra con la que incursionó en el Caribe.

Tras la muerte de su mentor, Grillo continuó en el oficio al lado de Cornelius Jols, empleándose con saña especial contra los españoles, que le llamaban el Lucifer de los Mares. En 1619, en la costa de Camagüey, capturó un convoy de once naves con un tesoro tan fabuloso que se retiró. Al parecer se estableció en el norte de Cuba, convertido en rico propietario, con nombre falso y viviendo hasta muy anciano.

Su hijo habría continuado sus correrías y además hubo dos predecesores que también se llamaban Diego, por lo que a veces se les funde a todos en uno solo y de ahí que se convirtiera en una longeva leyenda.

Hendrick Quintor

Era un marino de origen africano, aunque tenía la nacionalidad holandesa. Viajaba en un bergantín español que fue abordado por el Whydah Gally del capitán Samuel Bellamy, un buque que, paradójicamente, antes se había dedicado al transporte de esclavos. A Quintor se le ofreció unirse a la tripulación, la mitad de la cual era negra, y aceptó.

Un huracán les hizo naufragar en 1717, muriendo más de un centenar de marineros, pero Quintor fue uno de los nueve que pudieron salvarse. Rescatados poco después, se les procesó por piratería y terminaron en la horca excepto cuatro: dos que se demostró que habían sido reclutados a la fuerza, más un indio y Quintor que fueron vendidos como esclavos.

Hubo más piratas negros identificados, aunque no tengamos mucha información sobre ellos: el mulato Juan Andrés, que lideraba una tripulación de ex-esclavos e indios con la que saqueó las costas de Venezuela y Curaçao; Peter Cloise, esclavo fugado apadrinado por el pirata Edward Davies y que asoló primero el Caribe y luego el litoral pacífico sudamericano hasta su detención; Domingo Eucalla, que alcanzó cierta fama por el emotivo discurso que en 1823 dio en el cadalso de Kingston, seguido de una oración; Francisco Fernando, que se retiró tranquilamente tras reunir un cuantioso botín; Viejo Sur, un mulato del que se desconoce su verdadero nombre y capitaneaba un barco llamado Buena Fortuna; Stewart, otro mulato que realizaba incursiones por Virginia…


Fuentes

Esclavos. Comercio humano en el Atlántico (Miguel del Rey y Carlos Canales) / Pautas de convivencia étnica en la América Latina colonial: (indios, negros, mulatos, pardos y esclavos) (Juan Manuel de la Serna)/La república de los piratas: La verdadera historia de los piratas del Caribe (Colin Woodard) / Debates históricos contemporáneos: africanos y afrodescendientes en México y Centroamérica (María Elisa Velásquez, coord.) / Wikipedia.


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