Cuando hablamos de las Cruzadas pensamos fundamentalmente en las nueve expediciones que la cristiandad emprendió durante dos siglos contra los musulmanes para dirimir el dominio de Tierra Santa.
Sin embargo, también las hubo en Europa, algunas llevadas a cabo en la Península Ibérica durante la Reconquista y otras para detener el avance otomano (en los Balcanes), pero también para combatir a pueblos paganos (en el Báltico) o incluso contra herejías como la de los albigenses o cátaros (en Francia), entre otras. En ese último grupo de cristianos contra cristianos se sitúa la llamada Cruzada de Stedingen.
Stedingen es una región del noroeste de la actual Alemania, un lugar donde aún se lleva como apellido esa denominación geográfica, legado histórico cuyos orígenes se remontan al año 1106, cuando un puñado de emisarios de lo que hoy son los Países Bajos solicitaron permiso al arzobispo de Bremen para que su comunidad pudiera asentarse en una zona pantanosa a ambos lados del delta del río Weser.
El contrato les autorizaba a cultivarla a cambio del pago de la gavilla (un impuesto sobre la cosecha), el diezmo sobre el ganado y el pfennig (tributo extra anual); como contraprestación, la tierra podría pasar hereditariamente de padres a hijos, conservando los colonos su libertad. De esta forma, Stedingen se pobló de emigrantes.
Con gran esfuerzo, dado lo adverso del terreno, aquellas gentes consiguieron drenar el agua y desecar un área considerable mediante la construcción de zanjas y diques para empezar a sembrar. Una década de duro trabajo les llevó volver fértil el pantano, pero al final lo lograron y la comunidad echó raíces, satisfecha además porque, frente a los campesinos vecinos autóctonos, ellos no eran siervos sino libres.
Ésta fue su gran prerrogativa pero, a la larga, también su perdición, pues el hecho de no estar sometidos tan estrictamente como los demás germanos no sólo les acarreó la envidia de éstos sino que favoreció cierta autonomía ideológica que hizo recelar al arzobispado un siglo después.
El contexto continental, en el que los cátaros se estaban constituyendo como un importante grupo social y religioso cada vez más al margen del poder establecido, no invitaba a la confianza. Así que el prelado pactó con el conde de Oldenburg la construcción de dos fortalezas en Stedingen, las de Lechtenburg y Lineburg, desde las que llevar a cabo una maquiavélica campaña de sometimiento de los campesinos, basada en sembrar el terror entre ellos: las mujeres eran secuestradas y llevadas a esos castillos, donde se exigía un rescate por su liberación, y el descontento empezaba a extenderse entre los afectados dando excusa a intervenir contra ellos.
Así lo manifestaron en la Cosa, curioso nombre que se daba a las asambleas populares germánicas, donde los hombres libres exponían sus quejas a los legisladores. La sentencia de la Cosa, dictada en 1204, les fue favorable, procesando a los soldados de las fortalezas y ordenando la demolición de éstas, pero los campesinos no las tenían todas consigo y se organizaron en milicias para prevenir nuevos ataques.
Los campos del delta se llenaron de parapetos y vallas, trincheras y muros fortificados. Se habían roto los puentes diplomáticos entre ambas partes y la situación fue un paso más allá cuando el arzobispo Gerhard I fue informado de que no le iban a pagar más impuestos, puesto que las gentes de Stedingen eran libres y no estaban sometidas a su autoridad. Entre la sentencia de la asamblea y la actitud de los afectados, Gerhard no tuvo más remedio que ceder.
Pero su sucesor, Gerhard II, veía las cosas de otra manera y exigió el pago pactado en el acuerdo original. Las amenazas de tipo religioso lanzadas contra los campesinos, comparando su desobediencia con la idolatría y la herejía, no hicieron sino enardecerlos aún más. En realidad, en el tapete se enfrentaban dos modelos sociopolíticos opuestos, el rural germánico tradicional frente al poder de inspiración romana.
Gerhard II recibió el apoyo de su hermano Herman de Lippe, un poderoso señor que puso su hueste a disposición de la causa, acantonándose en el castillo de Sclutterburg. Desde allí desataron las hostilidades, enfrentándose a los campesinos en la que fue la primera batalla en campo abierto, la de Yule; tuvo lugar en 1229 y las tropas de Herman fueron rechazadas, muriendo él mismo en combate.
Al año siguiente, el obispo convocó al clero para tratar el problema. La reunión tuvo lugar en Bremen y terminó con la decisión común de excomulgar de forma general a todos los sediciosos, no por una razón doctrinaria sino por la negación de la autoridad arzobispal; la consecuencia práctica de esa resolución fue el llamamiento a una cruzada por parte del papa Gregorio IX. Los dominicos se encargaron de predicarla por toda la región, como habían hecho también contra los cátaros, consiguiendo que se alistaran numerosos efectivos atraídos por las recompensas espirituales anunciadas (las mismas que para quienes iban a Tierra Santa).
En la primavera de 1233 se había formado ya un verdadero ejército, que cayó brutalmente sobre la ribera este del Weser, la menos protegida. Todos los campesinos fueron pasados a cuchillo sin distinción de sexo ni edad y los pocos que lograron sobrevivir acabaron quemados en la hoguera, al haber sido excomulgados.
Sin embargo, el ataque a la parte oeste del río resultó muy distinto; allí sí se habían preparado adecuadamente las defensas -más aún cuando vieron el destino de sus hermanos del otro lado- y los cruzados se llevaron una inesperada derrota. Intentaron entonces romper los diques para inundar sus campos y vencerlos por hambre y frío -era invierno-, pero el plan fracasó porque los de Stedingen defendieron dichos diques desesperadamente.
Entretanto los dominicos continuaron predicando la cruzada, presentando a aquella gente como auténticos demonios, gracias a lo cual siguieron llegando voluntarios que, al año siguiente, devolvieron al ejército su potencial. Con el duque de Brabante al frente, apoyado por los condes de Holanda y Cleves, marcharon de nuevo sobre Stedingen, amenazando no sólo por tierra sino también por mar gracias a una flota de trescientas naves.
Entre los campesinos ya se había distinguido un trío de líderes por su capacidad de estrategia: Bolko von Bardenfleth, Tammo von Huntrop y Detmar tom Diek. Esta vez los cruzados consiguieron envolver al contingente del primero, abriendo brecha en sus líneas y masacrándolo. Sus dos compañeros presentaron una dramática batalla en Altenesch que también terminó en derrota y matanza, con cerca de cinco mil muertos, muchos de ellos ahogados mientras intentaban escapar. El numero total de caídos rebasó los once mil y los supervivientes se dispersaron por el país.
Diez años después se extinguía el último foco de resistencia cátaro en Montségur, poniéndose fin a la libertad religiosa y social en Europa durante tres siglos.
Fuentes
Historia de las cruzadas (Hans Eberhard Mayer) / El libro prohibido del cristianismo (Jacobo Fo, Sergio Tomat y Laura Malucelli) / Wikipedia.
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