El siglo XIX es el de los grandes viajeros y exploradores, cuyas aventuras serían dignas de una película de Indiana Jones. Uno de ellos fue René Caillié y ésta es su historia.

Tombuctú es una ciudad de Malí ubicada junto al río Níger, en una zona que históricamente ha sido estratégica por confluir en ella las rutas caravaneras que enlazaban comercialmente la costa africana con el norte continental y el interior negro, caracterizando lo que se conocía como Ruta Transahariana.

Hasta hace poco era un atractivo destino turístico que actualmente se ha desplomado por la inestabilidad política que supuso la Rebelión Tuareg de 2012. Claro que hace dos siglos la cosa no pintaba mejor y hubo un osado francés que se atrevió a visitar el lugar, siendo el primer europeo en hacerlo y volver para contarlo: René Caillié.

René Caillié con ropas árabes / Foto Dominio público en Wikimedia Commons

Caillié, natural de Mauzé-sur-le-Mignon, nació en 1799 en el seno de una familia humilde de la que pronto quedó huérfano, lo que le impulsó a dejar el hogar de su tío (que le había adoptado) muy joven, con apenas dieciséis años, para enrolarse en uno de los barcos que formaron la escuadra que debía reocupar Senegal tras la caída de Napoleón (fue el mismo viaje en que naufragó el famoso buque La Medusa).

Al llegar, trató de incorporarse a una expedición británica que había partido tras los pasos del explorador escocés Mungo Park, tragado por las aguas del Níger una década antes cuando intentaba remontar su curso. Caillé no fue admitido y, solo en África, sin recursos ni trabajo, no tuvo más remedio que volver al mar, como marinero de un navío que zarpaba hacia la isla caribeña de Guadalupe.

Su vida, a lo largo de los años siguientes, fue una ida y vuelta entre las Antillas y Senegal, donde finalmente pudo alistarse en otra expedición al interior; en su transcurso oyó hablar por primera vez de Tombuctú.

Ese nombre, junto con todas las fabulosas historias que giraban a su alrededor, se quedaron grabadas en su cabeza, ejerciendo sobre su inquieto espíritu una poderosa sugestión, pues ya de pequeño le había llamado la atención al leer las aventuras de Alí Bey, al que cuentan que llegó a visitar (aunque probablemente también influyó la recompensa de diez mil francos que ofrecía la Sociedad Geográfica de París al primer europeo que entrara en la ciudad y volviera para contarlo). Tal era el hechizo de aquel rincón de Africa.

Posible retrato de León el Africano por Sebastiano del Piombo/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Tombuctú había sido fundada por los tuaregs en el año 1100 y experimentó un período de esplendor iniciado en 1312 con el Imperio Malí, creado por Mansa Musa, que se plasmó no sólo en lo comercial y lo militar sino también en el ámbito cultural, con una universidad y casi dos centenares de madrasas de referencia en el mundo islámico, así como una arquitectura muy característica de la que hoy apenas quedan de muestra las mezquitas de Djingareyber, Sidi y Sankore.

Sin embargo, el momento de mayor auge fue entre los siglos XV y XVI, cuando gobernaba la dinastía Askia y llegó a tener más de cien mil habitantes, período conocido como Imperio Shongay. Un brillo semejante no pasó desapercibido al poderoso sultán de Marruecos, que en 1591 conquistó la ciudad y otras localidades de la región con un ejército compuesto fundamentalmente por moriscos españoles, muchos de los cuales terminaron estableciéndose allí.

Durante todo ese tiempo, Tombuctú fue una ciudad santa, vedada a todo aquel que no fuera musulmán so pena de muerte, como pudo experimentar el británico Alexander Gordon Laing cuando logró entrar en 1826 pero a costa de su vida (es posible que Mungo Park también llegara, pero nunca lo sabremos).

En cambio, el granadino Hasan bin Muhammed al-Wazzan al-Fasi, más conocido como León el Africano, al ser mahometano sí había visitado la urbe y regresado sin problema, narrando su viaje al papa León X (que le convirtió al cristianismo, tras liberarle al ser capturado en alta mar) en un libro titulado Descripción de África y de las cosas notables que ahí hay. O sea que, en sentido estricto, el primer europeo en volver de Tombuctú no habría sido francés sino hispano, en el siglo XVI.

Retomando la historia, René Caillié ya estaba decidido a conocer aquel fantástico lugar y decidió prepararse a fondo para ello. Así, se fue a vivir con la tribu mauritana de los brakna, con la que estudió el Corán, se empapó de las costumbres de los bereberes y otras etnias, aprendió a hablar árabe y, finalmente, se lanzó a la aventura de una forma muy diferente a la de sus predecesores: en vez de organizar una expedición, se vistió con ropas árabes y se unió a una caravana diciendo ser Abdallah, un egipcio enrolado a la fuerza por las tropas napoleónicas que deseaba retornar a su hogar.

Tombuctú dibujado por Caillié/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Lo cierto es que, primero, el gobierno francés le había denegado una solicitud de ayuda económica para comprar algunas cabras y hacerse pasar por ganadero, al igual que tampoco los británicos de Sierra Leona, a los que acudió después, aceptaron financiarle; por eso terminó actuando por su cuenta.

En cualquier caso, en la primavera de 1827 y a pesar de contratiempos como unas fiebres que le dejaron cinco meses postrado, una herida en un pie que le impidió caminar varias semanas o algunas sospechas por su aspecto blanco, pudo llegar a Yenné, donde se enteró del sangriento final de Laing. Ello no le disuadió y consiguió pasaje en una barca de pesca que le llevó hasta su destino un año después de su partida, el 20 de abril de 1828.

Caillié pasó catorce días en Tombuctú tomando nota de todo lo que veía, incluso con dibujos. Luego, para no forzar más su suerte, se fue con una caravana esclavista que se dirigía a Fez, entrando en la ciudad marroquí a mediados de agosto tras un viaje penoso y agotador. De allí saltó a Tánger, donde el cónsul galo le gestionó tomar un barco para Toulon. En Francia fue recibido entusiásticamente: la Sociedad Geográfica de París le pagó la recompensa ofrecida y él, además, publicó el relato del periplo bajo el título Journal d’un voyage à Tombouctou (Diario de un viaje a Tombuctú); una obra desmitificadora porque en ella se explicaba que la ciudad estaba en decadencia, tal como muestran sus propias palabras:

«Yo me había hecho otra idea de la grandeza y la riqueza de esta ciudad. No ofrece a primera impresión más que un conjunto de casas de tierra mal construidas (…) Su comercio es bastante menos considerable de lo que pregona su fama…»

Retrato de René Caillié por Amélie Legrand de Saint-Aubin/Imagen: dominio público en Wkimedia Commons

Esto desilusionó a muchos, hasta el punto de pusieron en duda la veracidad del relato. Sin embargo, el siglo XIX fue el de la exploración africana por excelencia y en 1858 el arabista alemán Heinrich Barth siguió los pasos de Caillié, corroborando sus palabras.

En cuanto al francés, fue nombrado alcalde de Champagne y, pese a que hizo planes para ello, no volvió a África. De hecho, más bien se había llevado a África consigo, puesto que aquella enfermedad que le había dificultado todo el trayecto hasta Tombuctú, y que siguió atormentándole después durante el regreso, seguramente era malaria y le produjo la muerte en poco tiempo, el 17 de mayo de 1838.

No pudo apenas disfrutar de su éxito, ni de la pensión vitalicia que le concedió el gobierno, ni de la Legión de Honor con la que le distinguieron.


Fuentes

Exploraciones secretas en África (Fernando Ballano Gonzalo) / El Sáhara: tierras, pueblos y culturas (Manuel Julivert) / Journal d’un voyage a Temboctou et a Jenne, dans l’Afrique (René Caillié) / Wikipedia


  • Comparte este artículo:

Descubre más desde La Brújula Verde

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.