Aunque una guerra siempre es una tragedia y suele conllevar un lamentable coste en vidas humanas, echando un vistazo a la Historia a veces encontramos conflictos que casi resultan cómicos hasta rozar el esperpento.

Por supuesto, suele haber razones de fondo de mayor peso pero cuando la chispa que desata las hostilidades es un perro que cruza una frontera llega el momento de plantearse si la humanidad no necesitaría tratamiento psiquiátrico a escala global. Es, en fin lo que pasó en el Incidente de Petrich, origen de la llamada Guerra del Perro Callejero.

Saltamos atrás en el tiempo hasta el otoño de 1925, situándonos geográficamente en Petrich. Se trata de una ciudad del extremo suroeste de Bulgaria, un lugar montañoso muy cercano a la frontera con la región griega de Macedonia y, dadas las tensas relaciones que mantenían por entonces ambos países, heredadas de una tradición secular que eclosionó con las dos Guerras Balcánicas, no era un sitio donde andarse con bromas. Paradójicamente, al principio eran aliados, junto a Serbia y Montenegro, con quienes integraban la Liga de los Balcanes, frente al Imperio Otomano.

La cordillera de Belasica, marcada en rojo / Imagen: RosarioVanTulpe en Wikimedia Commons

Éste, al llegar el siglo XX, había tenido que ir cediendo terreno y retirándose hacia el oeste, dejando libre un amplio territorio interior que correspondía con la antigua Macedonia y que todos trataron de quedarse inmediatamente. Los griegos lo reclamaban como parte de los dominios de Alejandro Magno -aunque de hecho éstos no llegaban hasta allí- y los búlgaros y serbios por haberse sucedido en su control después de haber sido un thema bizantino (una especie de provincia).

Fueron Serbia y Bulgaria las que se llevaron el gato al agua merced a un acuerdo por el que se repartían la mayor parte del territorio macedonio, excluyendo a Grecia, que además también rivalizaba con el gobierno de Sofía por el puerto de Salónica. Asimismo, Montenegro había sido dejada al margen pero al inmiscuirse Rusia y Austria-Hungría amenazando con no reconocer alteraciones fronterizas, se desató el conflicto.

En octubre de 1912 los montegreninos atacaron a los turcos y fueron secundados por los demás miembros de la Liga de los Balcanes, que fueron arrebatando a los otomanos una ciudad tras otra. Esto hizo intervenir a las grandes potencias europeas para poner paz: por el Tratado de Londres se reconocían una serie de cambios en el mapa, como la creación de Albania o la adjudicación de Tracia a Bulgaria y de Creta a Grecia.

El lugar original del incidente, en la actualidad | foto Спасимир en Wikimedia Commons

Lamentablemente, esto no sólo no solucionó nada sino que creó nuevo malestar, ya que Albania se creaba en realidad por el empeño de los austrohúngaros en impedir la salida de Serbia al mar y además se hacía a costa de arrebatarles territorios a los griegos. A ello había que añadir las suspicacias que levantó aquel reparto que tanto beneficiaba a Bulgaria.

En consecuencia, Serbia y Grecia firmaron un acuerdo para repartirse la parte de Macedonia que quedaba al sur del río Vardar, dejando la norte a los búlgaros. Montenegro y Rumanía tambień se sumaron, suscribiéndolo. Bulgaria, aislada diplomáticamente pero creyéndose superior en el plano militar, optó por la fuerza y atacó simultáneamente a sus antiguos aliados el 29 de junio de 1913; así, si la Primera Guerra Balcánica había sido de todos contra los otomanos, ahora esos todos se enzarzaban entre sí en la Segunda.

El general Theodoros Pagalos / Foto: Dominio público en Wikimedia Commons

Sin embargo, no duró mucho porque los búlgaros sobreestimaron su poder y, tras registrar enormes cifras de bajas, tuvieron que pedir un armisticio un més más tarde; en el tratado subsiguiente perdieron buena parte del territorio ganado antes.

Por supuesto, eso tampoco resolvió los conflictos, que siguieron latentes aunque el estallido de la Primera Guerra Mundial los absorbió y aplazó. Y así llegamos al 19 de octubre de 1925, cuando un soldado griego de servicio en la ciudad de Novo-Selo cometió la imprudencia de violar la frontera con Bulgaria en el paso montañoso de Cemirkapia, en Belasica, cerca de Petrich, para recoger a su perro, que se había escapado; ya sabemos que los animales no entienden de lindes.

Pero los centinelas búlgaros sí e hicieron fuego sobre aquel infortunado; se ignora qué pasó con el can pero el griego cayó abatido. El gobierno de Sofía explicó que había sido un malentendido y manifestó su pesar mientras proponía crear una comisión conjunta con Atenas para investigar el incidente.

El ejecutivo heleno, encabezado entonces por el general Theodoro Pangalos, rechazó la oferta y dio cuarenta y ocho horas a Bulgaria para que presentase una disculpa oficial, llevase a juicio a los responsables y pagase una indemnización de dos millones de francos franceses a la familia de la víctima. Y, para ejercer más presión, el día 22 envió tropas a ocupar la ciudad de Petrich con la excusa de que daba cobertura a los komitajds que asolaban la región; los komitajds eran una especie de partisanos que Bulgaria había apoyado en la lucha contra los turcos y que seguían actuando en favor de una Macedonia búlgara.

Sofía optó por no enfrentarse al ejército griego abiertamente y sus fuerzas, por orden gubernamental, sólo presentaron una resistencia simbólica con veteranos y voluntarios, por lo que apenas hubo medio centenar de bajas. Y dado que Grecia, que en su país justificaba la invasión diciendo que un contingente enemigo había atacado el puesto fronterizo de Belles matando a un soldado y un oficial, tampoco tenía verdadero interés en otra guerra, ambos países aceptaron la mediación de la Sociedad de Naciones, organismo internacional que el Tratado de Versalles había creado seis años antes con la esperanza de que sus arbitrajes evitaran un nuevo cataclismo mundial.

El embajador griego en Francia, durante las negociaciones/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Las hostilidades cesaron el día 24 y tres semanas después una comisión internacional determinó que los griegos debían retirarse de Bulgaria y pagar una indemnización de cuarenta y cinco mil libras a su adversario en dos meses, recomendando a ambos contendientes mejorar la organización de sus vigilancias fronterizas.

Grecia aceptó a regañadientes por el distinto rasero con se juzgó su caso respecto a la ocupación italiana de Corfú en 1923, tras un incidente parecido en el que el general Enrico Tellini había sido asesinado mientras observaba la frontera griega de Albania. Pero es que, en efecto, la vara de medir era diferente para un país modesto que para una potencia.

Moraleja: a los perros conviene llevarlos siempre de la correa, especialmente cuando se los pasea por un avispero como los Balcanes.


Fuentes

The Establishment of the Balkan National States, 1804-1920 (Charles Jelavich y Barbara Jelavich) / The League of Nations and the Organization of Peace (Martyn Housden) / Wikipedia.


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