Como sabemos, en las gradas de un estadio de fútbol hay decenas de miles de entrenadores, igual que en las barras de los bares se soluciona la política de un país o en otros ámbitos se critican obras de arte con el clásico comentario «eso lo hago yo».

Todos estos casos suelen tener un elemento en común: muchos de quienes los protagonizan no han dado una patada a un balón en su vida, pasan de la política activa o no saben dibujar un simple monigote; es decir, nunca han practicado eso que es objeto de su atención. Pero a veces no es estrictamente necesario, tal como demostró William Phelps Eno.

Porque Eno fue quien concibió y redactó las primeras normas de tráfico, así como inventó muchos de los elementos que caracterizan hoy la circulación rodada mundial, tales como algunas señales o el paso de cebra. Y además lo hizo sin haberse puesto jamás al volante, puesto que no sabía conducir.

Tan sólo era un ingeniero, parece ser que muy brillante eso sí, y muy concienciado con los problemas circulatorios que sufrían las grandes ciudades norteamericanas a principios del siglo XX.

Eno era neoyorquino de nacimiento (1858) y eso debe marcar porque las calles de la gran metrópoli por excelencia eran un auténtico caos ya en la segunda mitad de la centuria anterior, cuando aún estaba muy lejos no sólo la generalización de los automóviles sino incluso su invención misma.

Licencia de conducir honorífica otorgada a Eno en Francia / foto Daderot-dominio público en Wikimedia Commons

Pero no ocurría igual con los coches de caballos, que en el Nueva York de aquellos tiempos fueron incrementando su número hasta el punto de que el propio Eno recordaba que el primer atasco de tráfico que tuvo ocasión de ver había sido en 1867, cuando él era un niño, y lo protagonizaron una docena de carruajes y animales sin que se pusieran de acuerdo para solucionarlo.

Eso era porque no existía ningún tipo de regulación viaria, como tampoco existía un cuerpo policial encargado específicamente del asunto, de manera que todo quedaba en manos de los usuarios y su buen sentido.

Algo demasiado etéreo e ingenuo, teniendo en cuenta la transformación en Míster Hyde que experimenta el ser humano cuando conduce y que ya está acreditada incluso cuando se usaban riendas en vez de volante y los caballos no eran de vapor sino de tiro: las discusiones y peleas por tener la preferencia o no ceder el paso se volvieron cotidianas, al igual que los incidentes entre conductores y peatones, al menos en la zona centro urbana, originando un considerable malestar público entre los ciudadanos.

Ése es el contexto en el que aparece Eno en la Historia. Era un cerebro que había estudiado Ingeniería en la prestigiosa Universidad de Yale, donde había formado parte de la organización Skull and Bones (una sociedad secreta de carácter muy conservador y elitista), licenciándose en 1882.

Su vida profesional se centró en los negocios inmobiliarios de su familia pero, ante la magnitud que alcanzaba el problema del tráfico neoyorquino, en 1900 Eno publicó un trabajo al respecto proponiendo una serie de soluciones. Su título era bien expresivo: Reform in Our Street Traffic Urgently Needed (algo así como Necesaria y urgente reforma del tráfico en nuestras calles).

La atención que despertó aquel texto metió de lleno a su autor en el tema y tres años después presentaba el que se considera primer código de circulación del mundo, centrado en Nueva York.

Rotonda diseñada por Phelps para columbus Circle (Nueva York) / Imagen: Dominio público en Wikimedia Commons

Eno establecía «reglas concisas, sencillas y justas» que cualquiera pudiera comprender y obedecer, y que fueran susceptibles de legislar para su aplicación práctica. Subrayaba la necesidad de que se difundieran entre los usuarios para que nadie argumentara ignorarlas y atribuía a la policía la necesidad de que también se formara en ellas y se entrenara al respecto para hacerlas cumplir.

Asimismo, el Reform in Our Street Traffic Urgently Needed y su concreción posterior incluían algunas ideas prácticas, como que todos los vehículos circularan por la derecha, que las calles estrechas fueran de una sola dirección o que en los cruces más peligrosos se colocara en medio una isleta para que los carruajes tuvieran que rodearla (o sea, inventó las rotondas).

Todo eso se llevó a la práctica en la ciudad de los rascacielos en el año 1905 con tal éxito que a Eno le solicitaron códigos desde otras urbes, como Boston, así como capitales extranjeras, caso de Londres, París o Buenos Aires, donde se aplicaron a partir de 1907, extendiéndose después a más sitios. Dos años más tarde salía una nueva versión del código mejorada y ampliada bajo el título Street Traffic Regulation.

Justo a tiempo, se podría decir, ya que a partir de la segunda década del siglo los automóviles empezaron a generalizarse, sumándose a los carruajes y tranvías para enmarañar más el tráfico. Ello obligó al audaz ingeniero a incorporar más novedades y así llegaron el paso de peatones, la señal de stop, las paradas de taxi, los letreros de parada e incluso ideó el Metro mucho antes de que nadie se plantease en serio un ferrocarril subterráneo.

Para 1921 el tema había alcanzado unas dimensiones lo suficientemente importantes como para que el propio Eno creara en Connecticut la Eno Foundation for Highway Traffic Control, actualmente rebautizada Eno Center for Transportation, una entidad sin ánimo de lucro dedicada al estudio de la mejora del transporte y donde se ha instalado un memorial de su persona. Uno de tantos homenajes, ya que también recibió la Legión de Honor francesa.

William Phelps Eno falleció de bronconeumonía a finales de 1945 y hoy en día es considerado el padre de la seguridad vial, pese a que nunca aprendió a conducir; según decía, no se fiaba de los automóviles y prefería los caballos.


Fuentes

Eno Center for Transportation / The Story of Highway Traffic Control 1899-1939 (William Phelps Eno) / Wikipedia


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