La Segunda Guerra Mundial tiene ese adjetivo por la cantidad de países beligerantes que tomaron parte, procedentes de todos los continentes, pero también se puede entender porque las operaciones se desarrollaron a lo largo y ancho del mundo; incluso en sitios aparentemente tan insospechados como el océano Índico, en su parte correspondiente a la costa sureste africana. Concretamente, allí se libró la batalla de Madagascar.
Madagascar es una gran isla -la más grande de África- que tiene unas características naturales muy especiales: en otro tiempo formaba parte del continente, pero terminó desgajándose de éste, de manera que desarrolló un hábitat y una fauna propias, con especies endémicas y únicas. Ese pedazo de tierra fue descubierto en 1502 por los portugueses, que fueron quienes le pusieron su nombre basándose en un país insular citado por Marco Polo.
Durante los siglos siguientes fue cantera de esclavos para el Virreinato del Perú y escondite de piratas, pasando luego brevemente por manos británicas hasta que los franceses ocuparon la isla y la convirtieron en un protectorado.
Así estaban las cosas cuando en 1941, en plena guerra mundial y estando bajo el control del gobierno de Vichy, el expansionismo japonés por toda la región del Índico empezó a preocupar en Londres. Madagascar era un tentador caramelo para Japón, que en caso de conquistarla contaría con una excelente base para sus submarinos y aviones, amenazando el tráfico marítimo que conectaba Europa con Australia y las colonias asiáticas y, más concretamente, con la India. Al fin y al cabo, la vía principal era a través del Canal de Suez y su salida al Mar Rojo podía dominarse desde lo que sería una base avanzada malgache. Encima, los submarinos de la Armada Imperial tenían una extraordinaria autonomía, superior a la mayoría de los de los Aliados. La caída de Birmania a mediados de 1942 desató aún más la alarma porque la Royal Navy tuvo que refugiarse en Mombasa, peligrosamente cerca de Madagascar.
Cuando a finales de marzo de ese año se supo de una reunión entre los vicealmirantes alemán y japonés Fricke y Naokuni Nomura para tratar la evolución de la guerra en el Índico, confirmando las noticias de encuentros anteriores y que en abril se plasmaron en el envío a la zona de varios submarinos y dos cruceros auxiliares, estaba claro que Londres no podía quedarse de brazos cruzados esperando sin más los acontecimientos. Por consiguiente, se trazó un plan para afrontar el problema que fue bautizado con el nombre de Operación Ironclad (Operación Acorazado) y suponía realizar un desembarco anfibio en la isla; no se podía contar con los franceses, ya que el régimen de Vichy resultaba demasiado sospechoso de connivencia con la Alemania nazi y, en cualquier caso, no tenía con qué oponerse si el Eje se empeñaba en instalar bases allí.
Evitando informar a De Gaulle para que no exigiera participar, se trazó un primer boceto del plan, por entonces denominado Operación Bono, según el cual los encargados de la ocupación tendrían como principal parte integrante los barcos de la H Force (Mediterráneo occidental): un acorazado, dos portaaviones, dos cruceros, once destructores y dragaminas, dos corbetas y otras naves auxiliares que sumaban en total cincuenta unidades, más cuatro mil hombres, fundamentalmente comandos y Royal Marines, todo lo cual se agruparía bajo el nombre de 121 Force bajo el mando del general Robert Sturges. La fecha estaba fijada para finales de abril. El objetivo inicial era tomar el puerto de Diego Suárez, defendido por los ocho mil soldados -en su mayor parte nativos y senegaleses- del general Armand Léon Annet.
El desembarco, el primero que realizaban las fuerzas británicas desde aquel fracaso de Gallípoli en 1915, se llevó a cabo el 5 de mayo de 1942 en la bahía de Antsiranana, situada al norte insular y donde había un buen puerto que antaño se usaba para carbonear. Como Pétain ni siquiera imaginó que los británicos no tomarían en serio su pretendida neutralidad, Annet tuvo que defenderse como pudo con su limitados medios: apenas cuatro barcos obsoletos, cinco submarinos, una treintena de aviones y varias baterías costeras; éstas fueron capturadas de noche por comandos y no dispararon, así que el único problema para la Fuerza 121 fue un submarino francés que hundió una corbeta antes de acabar también en el fondo del mar.
Annet sí resistió duramente un par de días en Diego Suárez; luego se retiró hacia el sur. Los submarinos franceses acabaron destruidos en combate y, curiosamente, tres semanas después la flota británica anclada sufrió un ataque de dos minisubmarinos japoneses que le hundieron un petrolero y dañaron el acorazado HMS Ramillies (foto de cabecera), aunque uno de los nipones terminó encallando y el otro fue hundido.
La ocupación total y efectiva de Madagascar necesitó varios meses y la llegada de refuerzos sucesivos, si bien no hubo batallas importantes y todo se reducía a escaramuzas, salvo quizá un nuevo desembarco en Majunga y la resistencia final en Antananarivo, ya que el principal problema era el terreno, montañoso y de gran frondosidad, sin apenas carreteras y empeorado además porque se echó encima la temporada de lluvias. No obstante, Annet se rindió el 8 de noviembre y fue sustituido por otro galo pero del bando aliado, el general Paul Legentilhomme. El número de bajas no fue elevado y se concentró sobre todo en la acción de Diego Suárez: ciento siete fallecidos y doscientos ochenta heridos británicos por ciento cincuenta muertos y medio millar de heridos del enemigo. Un precio de ganga por impedir que Madagascar cayera en manos del Eje.
Fuentes
South African Military History Society / www.combinedfleet.com / Wikipedia
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