Suele considerarse a Jan Hus, líder del movimiento husita, como el precursor directo de la Reforma Protestante, inspirador de Lutero y provocador sin pretenderlo de una convocatoria de cruzada contra él que supuso un turbulento período de guerras religiosas. Pero ¿fue Hus original? ¿Quién influyó en él a su vez? La respuesta es John Wycliffe, impulsor del llamado Lolardismo y al que se concedió el rimbombante sobrenombre de Estrella de la mañana de la Reforma.

Conocido tradicionalmente en España como Juan Wiclef, nació en Yorkshire, Inglaterra, hacia el año 1320, sin que se sepa apenas de su juventud más que era de familia noble y numerosa, hasta que se trasladó a Oxford para estudiar Teología y Filosofía en la famosa universidad. Allí se quedó como catedrático, compatibilizando la enseñanza con la publicación de una obra religiosa, hasta que el duque de Lancaster, Juan de Gante, le tomó bajo su protección y lo llevó consigo a la corte para encargarle la educación del rey Ricardo II.

Como su tutor, le aleccionó sobre algunas ideas que ya había expresado en 1370 en su libro De Eucharistia acerca de la relación entre Iglesia y Estado, mostrándose contrario a los tributos que Inglaterra debía pagar a la Santa Sede como feudataria y abogando por mantener una política de independencia respecto a la autoridad papal en materia civil y política. Esto le puso en el punto de mira de los tribunales eclesiásticos y el propio pontífice Gregorio XI le llamó anticristo, aunque Wycliffe logró salir indemne gracias a su ascendiente sobre el monarca, de quien se había autonombrado capellán personal.

Wycliffe representado en el monumento a Lutero en Worms | foto Immanuel Giel en Wikimedia Commons

Sin embargo, la cuestión se iba tensando progresivamente y Wycliffe se lanzó a una febril tarea de escritura, publicando diversos tratados en los que planteaba ideas cada vez más arriesgadas; muchas de ellas serían decisivas dos siglos después, cuando un fraile agustino llamado Lutero las recogería y pondría en práctica: condena de la práctica de las indulgencias (a la que acusó de simonía), supresión del boato y las riquezas de la Iglesia regresando a la espiritualidad original, y recuperación de la Biblia como principal herramienta de fe (él mismo haría una Vulgata en inglés en 1382), todo lo cual requería, evidentemente, acometer una profunda reforma.

Este revolucionario posicionamiento no se limitó a la edición de obras para la élite sino que se plasmó también en la publicación de folletos y vibrantes sermones dirigidos al pueblo, y como así consiguió reunir tras de sí a un grupo de seguidores de verbo incendiario que recorrían el país denunciando la incapacidad de la Iglesia para cambiar, a éstos se les conoció despectivamente como lolardos, lollards en original; un término de etimología incierta que algunos creen derivado del verbo lollen (farfullar o murmurar) mientras que otros lo identifican con la cizaña, pero que, en cualquier caso, pasó a la posteridad como sinónimo de hereje.

Porque, de hecho, en 1377 el obispo convocó a Wycliffe para que expusiera sus ideas; la reunión terminó en una agria discusión y el teólogo inglés fue acusado de herejía por una bula. También el arzobispo de Canterbury le sancionó por convencer al rey de no pagar impuestos a Roma. La cuerda se empezaba a romper.

La cosa pareció distenderse un poco con el fallecimiento de Gregorio XI y su sustitución por Urbano VI, que Wycliffe celebró esperanzado. Pero el nuevo pontífice tampoco acometió la reforma esperada y el inglés fustigo a la Santa Sede aprovechando aquella esquizoide situación que supuso al año siguiente el Cisma de Occidente (con dos papas simultáneos que llegaron a ser tres), considerándolo un castigo divino.

Teológicamente siguió dando pasos adelante y negó la realidad de la Transubstanciación (o sea, la conversión material del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo), paso tan atrevido que le supuso la pérdida de la protección del duque de Lancaster y la expulsión de la corte y la universidad.

«El juicio de Wycliff» por Ford Madox Brown | foto dominio público en Wikimedia Commons

Pero los lolardos atraían a la gente con sus prédicas y la masa de seguidores iba creciendo entre las clases populares y burguesas, mientras seguían llegando condenas. Aunque no apoyaron explícitamente el levantamiento campesino de 1381, éste recogía alguna de sus ideas, como elevar el salario de las clases bajas, además de asaltar las propiedades de los poderosos. Parece increíble que Wycliffe aún estuviera en libertad, pero hay que recordar que era de noble cuna y tenía numerosos admiradores entre las clases altas, además de la actitud renuente de la corona y el parlamento, y la protección inicial de la Universidad de Oxford.

Retirado en su parroquia, continuó publicando y clamando contra la guerra que se desató entre los papas en un tratado titulado Against the War of the Clerg, en el que les comparaba con perros peleando por el mismo hueso en abierta contradicción con el espíritu cristiano.

A finales de 1364 el vehemente teólogo sufrió un ataque de apoplejía que le dejó paralizado; era el segundo en apenas dos años y resultó fatal, muriendo poco después. Los lolardos continuaron su labor y en 1395 dieron la campanada clavando públicamente en las puertas de la Abadía de Westminster y en la Catedral de San Pablo un documento con las doce tesis básicas de su doctrina: rechazo a las riquezas del clero, negación de la citada transubstanciación, separación del poder secular del eclesiástico, abolición de la pena de muerte, supresión del celibato, predestinación, salvación de los niños no bautizados, inutilidad de las peregrinaciones y la adoración de reliquias, supresión de la confesión porque sólo Dios puede perdonar, eliminación de las guerras, persecución del aborto y reducción del arte clerical.

Ese documento se amplió luego bajo el título Ecclesiae Regimen, también conocido como XXXVII Conclusiones Lollardorum o como Treinta y siete artículos contra la corrupción en la Iglesia (aunque su acabado formal se atribuye a un editor decimonónico llamado Josiah Forshall).

Pero en 1401 los lolardos estaban ya sin el paraguas protector que encarnaba su líder y el rey Enrique IV desató una dura persecución contra ellos, enviando a muchos a la hoguera. En 1413 se agravó el problema por el caso de sir John Oldcastle, un noble adepto a la doctrina de Wycliffe que fue sentenciado a muerte pero logró escapar de prisión, organizando una insurrección armada contra el nuevo rey, Enrique V, hasta que cuatro años después fue capturado y ejecutado. Se dice que Shakespeare se inspiró en él para su personaje Falstaff.

El caso es que la suerte estaba definitivamente echada para los lolardos: en 1415 el Concilio de Constanza declaró oficialmente que el movimiento era herético, poniéndole fin y ordenando exhumar los restos de Wycliffe para quemarlos; a la vez, condenaba y ejecutaba también a Jan Hus, heredero ideológico junto a los posteriores Lutero y Zwinglio. No obstante, el influjo de aquel movimiento se prolongaría en el tiempo a través de los puritanos, baptistas y cuáqueros.


Fuentes

El libro prohibido del cristianismo (Jacopo Fo) / Historia de la Cristiandad (Ddiarmaid MacCulloch) / Historia del pensamiento cristiano (Justo L. González) / Atlas histórico del cristianismo (Andrea dué & Juan María Laboa) / Wikipedia


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