El Tratado de Alcaçovas de 1479, firmado entre Portugal y Castilla para poner fin a las disputas entre ambos reinos, dejó la costa atlántica de África bajo la órbita lusa y, con ella, el lucrativo comercio de esclavos.

Con el descubrimiento de América Portugal pasó a ser la primera potencia esclavista de Europa; al menos hasta mediados del siglo XVI, ya que la necesidad española de mano de obra en ultramar, debido al desplome demográfico indígena y las limitaciones jurídicas a la explotación de los indios, incentivó el traslado de cientos de miles de esclavos negros, cuya condición no se planteaba siquiera. Se hacía a través de la concesión de licencias ad hoc, luego transformadas en asientos.

Al olor de las ganancias fueron sumándose otros países e incluso apareció el contrabando, de forma que el número de africanos arrancado de su hogar y llevado al Nuevo Mundo se multiplicó a lo largo de los siglos hasta sumar varios millones (y teniendo en cuenta que aproximadamente un veinte por ciento se perdió en el viaje).

Distribución de los esclavos en un buque negrero / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

A finales del primer tercio del siglo XIX los escrúpulos éticos, antaño esporádicos y marginales pero cada vez más extendidos, empezaron a cristalizar en un abolicionismo humanista que encabezó Inglaterra, aunque también influida por motivos más prosaicos: la Revolución Industrial y el maquinismo consiguiente precisaban empleados, obreros asalariados que tuvieran cierta cualificación y una mínima capacidad adquisitiva para reinvertir lo ganado y estimular la economía.

Esa nueva realidad casaba mal con el esclavismo pero no todas las naciones lo veían así: España y Portugal se negaron a suprimir esa institución porque no estaban dispuestas a prescindir de su barata mano de obra en ultramar la una ni a su lucrativo negocio la otra, así que el gobierno de Londres, que hasta entonces había intentado arrancarles la abolición con subvenciones (con ese dinero compró Fernando VII una escuadra a Rusia para trasladar tropas a América a reprimir la insurrección independentista), autorizó a su poderosa armada a perseguir a los traficantes esclavistas.

En ese contexto se situó el caso de una goleta de apenas treinta y siete metros de eslora, botada en Baltimore y agraciada con el nombre de Friendship, que tras ser comprada por un empresario español la rebautizó Amistad. Originalmente se dedicó al transporte mercante de azúcar y pasajeros por el Caribe, entre La Habana y Honduras, pero en el verano de 1839 realizó un viaje especial con un cargamento nuevo: medio centenar de esclavos de Sierra Leona de los quinientos que el buque portugués Tecora había desembarcado en la capital cubana para vender de forma clandestina. Dos hacendados, José Ruiz y Pedro Montes, los habían comprado con destino a La Guanaja (cerca de Santa María del Puerto Príncipe, actual Camagüey), falsificando la documentación para reflejar que eran nacidos en Cuba, ya que si bien la esclavitud era legal no así el tráfico; por eso pintaron de negro el casco de la nave (para camuflarse de noche).

Retrato de Joseph Cinqué (Nathaniel Jocelyn) / Imagen: Dominio público en Wikimedia Commons

Al cuarto día de navegación los africanos se las arreglaron para librarse de sus cadenas (como no era un barco negrero propiamente dicho, parte de ellos iban en cubierta) y, liderados por el carismático Sengbé Pieh, conocido como Joseph Cinqué, se apropiaron de una partida de machetes destinada a la siega de caña de azúcar, matando al capitán Ramón Ferrer y al cocinero (un mal bicho que se había pasado el trayecto burlándose de ellos y atemorizándolos con que les iban a devorar al llegar).

La situación era difícil tanto para los amotinados como para los españoles, que aceptaron llevarles a África a cambio de sus vidas. Pero lo que éstos hicieron en realidad fue poner proa a la costa de Estados Unidos donde, a la altura de Long Island y ya sin provisiones (varios murieron), fueron abordados por el bergantín Washington, de la US Navy.

Los esclavos fueron desembarcados en el puerto de New Haven en vez del más cercano de Nueva York porque el oficial al mando del barco, el teniente Thomas R. Gedney, reclamó la propiedad del Amistad y su carga; New Haven estaba en Connecticut, un estado esclavista, cosa que no era Nueva York. Se inició así un largo y complejo proceso jurídico, ya que la Corona española exigió la devolución de lo que consideraba propiedad suya, igual que hizo el propietario del barco, a la vez que se acusaba de asesinato y piratería a los esclavos.

El juicio tuvo gran repercusión mediática y abrió un debate social sobre la esclavitud en un momento en que ésta estaba ya en el punto de mira de los abolicionistas y la trata se había prohibido. Pero el asunto se enmarañó más cuando los defensores de los africanos denunciaron a los dos terratenientes españoles, consiguiendo encarcelarlos; eso sí, al precio de convertirlos en mártires y que muchos retiraran el apoyo inicial a la causa.

Recorte de prensa de la época / foto dominio público en Wikimedia Commons

En 1840, el tribunal federal declaró que los africanos habían sido secuestrados de su hogar y transportados ilegalmente en violación de las leyes españolas, por lo que consideró que actuaron en defensa propia; en consecuencia, les absolvió y concedió la libertad. Esta sentencia, que como se ve no cuestionaba la esclavitud sino la inadecuada conformidad a la ley de aquel caso concreto, fue confirmada luego por la Corte Suprema de Estados Unidos tras una brillante defensa a cargo del ex-presidente John Quincy Adams.

Al año siguiente, los treinta y cinco esclavos que aún quedaban vivos pudieron regresar a África a bordo del Gentleman, gracias a las aportaciones de diversas instituciones benéficas y particulares. Se establecieron en Freetown, ciudad que, como indica su nombre, había sido convertida en punto de asentamiento de esclavos liberados desde que los británicos ubicaran allí a los que lucharon en sus filas contra los colonos americanos.

En cuanto a la goleta Amistad, estuvo año y medio languideciendo en el puerto hasta que fue subastada y adquirida por un marino de Rhode Island llamado George Hawford que, tras rebautizarla Ion, la dedicó al transporte de alimentos entre Nueva Inglaterra y las Bermudas. En 1844 fue puesta en venta otra vez en el archipiélago francés de Guadalupe y allí se perdió su rastro, tal cual pasó con tantos esclavos fallecidos en alta mar. Entretanto, Portugal y España (que estuvo dos décadas reclamando una indemnización) continuaron admitiendo el sistema esclavista y no lo abolieron, en medio de gran oposición, hasta 1869 y 1880 respectivamente.


Fuentes

La rebelión del Amistad (Arthur Abraham) / The Amistad Rebellion: An Atlantic Odyssey of Slavery and Freedom (Marcus Rediker) / Black Mutiny. The Revolt on the Schooner Amistad (William A. Owens) / Wikipedia


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