A veces un acontecimiento histórico concreto hace que perdure su nombre aplicándose de forma genérica a otros parecidos.
Es lo que pasó, por ejemplo, con la guerrilla española en la Guerra de la Independencia, palabra que hoy designa universalmente ese tipo de combate, y lo que ocurre también en Francia, donde el término jacquerie se usaba para designar a las frecuentes revueltas campesinas que asolaron el país durante la Edad Media e incluso en siglos posteriores, y que tuvo su origen en un violento episodio acaecido en 1358: la Grande Jacquerie.
Como se puede deducir por la fecha, el contexto fue la Guerra de los Cien Años, aquel terrible conflicto que asoló el suelo francés por las respectivas reivindicaciones territoriales del rey galo y el de Inglaterra, y que a menudo suponía sufrir una guerra dentro de otra. Cuando se junta algo así con otros elementos como una serie de malas cosechas y al azote de la Peste Negra, la gente que más lo sufre, es decir el pueblo llano, suele rebasar su límite de aguante y alzarse en armas.
Dado que, en el sistema feudal imperante, ese estrato social estaba formado mayoritariamente por campesinos (a los que se daba el nombre despectivo de Jacques Bonhomme, posiblemente por sus vestidura típica, una jaque o jaquette, de la que derivan las palabras chaqueta y chaqué) y teniendo en cuenta una excepcional combinación de factores, aquella jacquerie revistió unas características especialmente graves. Un cronista de la época, Jean Froissart, dejó una descripción de los hechos -aunque algo parcial al estar relacionado con los señores- y llamó al episodio «la Gran Tribulación».
Todo se desarrolló en las zonas rurales donde se había desplomado el precio del cereal: Isla de Francia, Picardía, Champaña, Artois y Normandía. Apenas dos años antes, el ejército francés había sufrido una catastrófica derrota en Poitiers y esos lugares estaban sumidos en la miseria y la hambruna, saqueados además por los llamados routiers o compañías libres, que eran bandas de mercenarios, muy volubles en su fidelidad, que cuando no tenían un contrato asolaban todo territorio por el que pasaban.
Debido a la captura del rey Juan II por los ingleses, el gobierno resultaba poco estable al tener que compartir el delfín Carlos el poder con los Estados Generales, liderados éstos por el comerciante burgués Etienne Marcel. Juan pagó su rescate prometiendo cuatro millones de escudos y la cesión de los territorios del sudoeste, tradicionalmente ligados a la dinastía inglesa Plantagenet, pero los Estados Generales se negaron a aceptar aquellas condiciones, por lo que la amenaza de una nueva invasión por parte de Eduardo III llevó a Marcel a nombrar a Carlos de Navarra regente títere.
Marcel tenía el apoyo de la burguesía de París y se las arregló para poner de su parte a toda la ciudad, de manera que el Delfín se vio obligado a sitiarla y, aliado con la nobleza, trasladar la corte a Compiègne. De esta forma, al conflicto con Inglaterra y el golpe de Marcel se sumaba una guerra civil. Sólo faltaba una revolución del campesinado y ésta se produjo por la decisión del Delfín de imponer un duro impuesto con el que costear las operaciones bélicas.
La chispa brotó en la comarca de Beauvais, cuando cuatro caballeros integrantes de una compañía libre fueron asesinados por los labriegos; el ejemplo corrió como la pólvora y se desató un rosario de incidentes similares en más sitios. Eran espontáneos, pues no obedecían a un plan predeterminado ni había organización alguna, sino que respondían al efecto acción-reacción ante las injusticias y los abusos, aunque hay quien opina lo contrario subrayando el surgimiento simultáneo en varios focos a la vez el 28 de mayo.
Sin embargo, como cabía esperar, la tendencia de aquellos rebeldes fue a unirse para tener más fuerza y así se fueron formando grandes bandas cada vez mayores, pasando de las pocas decenas de efectivos iniciales a cientos y luego a millares. Cinco mil de ellos se juntaron bajo el liderazgo de un jefe carismático, el ganadero Guillaume Caillet, que estableció contacto con Etienne Marcel y decidió aliarse con él.
Así, aquella masa de indignados jacques, apoyados al parecer por los gremios de artesanos y los campesinos acomodados, avanzó hacia París para romper el asedio, destruyendo todas las propiedades de la nobleza que encontraban a su paso pero respetando las de la Iglesia, lo que dejaba claro a quiénes consideraban enemigos.
La Grande Jacquerie fue un movimiento brutal y violento, un estallido súbito de gran intensidad que, sin embargo, al carecer de organización resultó efímero, apenas un par de semanas. Se estrelló el 9 de junio de 1358, cuando un millar de sus integrantes intentó asaltar el castillo de Meaux, residencia del Delfín, y la caballería de éste masacró a los que en el fondo, y por muy agresivos que se mostraran, no eran sino siervos mal armados y carentes de entrenamiento para la guerra.
La derrota invitaba a parlamentar y, en efecto, al día siguiente Carlos II ofreció a Caillet reunirse con él para intentar llegar a un acuerdo. Pero era una trampa: el líder de los jacques fue detenido, torturado y ejecutado brutalmente, como correspondía a su baja condición social, mientras sus hombres eran masacrados por los mercenarios ingleses contratados ad hoc por la nobleza.
La represión posterior, ahorcando de pueblo en pueblo a todo sospechoso de haber formado parte de la sublevación, duró dos meses y dejó un período de fúnebre paz durante veinte años; al menos en Francia, porque el ejemplo saltó a otros lugares de centroeuropa, la península italiana e incluso la propia Inglaterra.
Fuentes
Historia medieval. Siglos XIII-XV (Julián Donado Vara y Ana Echevarría) / Páginas de la Historia (José Luis Comellas) / Wikipedia
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