En una de las batallas que marcaron el comienzo del expansionismo árabe se produjo el inaudito hecho de que las mujeres cargaron contra sus propios maridos en retirada.
Sucedió en la Batalla de Yarmuk, librada entre los días 15 y 20 de agosto del año 636 entre los ejércitos del Califato Ortodoxo y el Imperio Bizantino a orillas del río Yarmuk.
Los árabes, que hasta entonces habían estado ocupados dando buena cuenta de los restos del Imperio Sasánida, no conseguían avanzar hacia el norte por el Levante, debido a la resistencia bizantina en Siria. El emperador Heraclio vio entonces la oportunidad de recuperar Palestina, y armó un gran ejército en el que se integraban mercenarios francos, armenios, georgianos, eslavos y cristianos árabes (gasánidas).
Las fuerzas árabes del general Jalid ibn al-Walid se habían retirado a las cercanías del río Yarmuk (al sureste de los Altos del Golán), concentrando todas sus fuerzas de la zona gracias a que consiguieron desvelar el plan bizantino con tiempo suficiente, parece que gracias a informaciones obtenidas de prisioneros. Allí fue donde ambos ejércitos se encontraron finalmente en el mes de julio y establecieron sus campamentos preparándose para la batalla.
Las fuentes medievales dan unas cifras de entre 100.000 y 400.000 hombres para el lado bizantino, y de entre 24.000 y 40.000 para el musulmán. Las fuentes modernas coinciden en esta última estimación, pero rebajan las fuerzas bizantinas a unos 80.000-100.000 hombres, e incluso según algunos autores a menos de 20.000 efectivos.
El frente de batalla se extendía unos 12 kilómetros en línea recta, orientado hacia el oeste, con el flanco izquierdo al sur junto al río y el flanco derecho al norte junto a la calzada romana que conducía a Egipto. Inicialmente se produjeron pequeños ataques y encontronazos entre avanzadillas de exploración de ambos bandos, protagonizadas sobre todo por los gasánidas, que usaban camellos como montura. Luego, durante aproximadamente un mes, no hubo enfrentamientos. Durante ese tiempo hubo varias negociaciones entre ambos bandos, que no fructificaron.
Dado que los árabes estaban recibiendo refuerzos desde el sur (6.000 hombres fueron enviados desde Yemen, entre los que había 1.000 experimentados Sahaba o compañeros de Mahoma) y antes de que su número pudiera aumentar demasiado, los bizantinos decidieron atacar el 15 de agosto.
El primer día de batalla discurrió entre pequeños ataques y contraataques, duelos individuales y escaramuzas, ambos ejércitos presentando un orden de batalla muy similar, con la infantería en filas cerradas y la caballería protegiendo los flancos. Según las fuentes árabes los infantes bizantinos, habiendo realizado un juramento de morir antes que retroceder, se habían encadenado por los pies como muestra de su voluntad.
Ante la improbabilidad de este hecho los historiadores modernos creen que en realidad los bizantinos adoptaron la clásica formación greco-romana en testudo o tortuga.
Al segundo día los bizantinos lanzaron una gran ofensiva antes del amanecer, durante las oraciones musulmanas, que tomó por sorpresa a los árabes, con la caballería presionando los flancos y la infantería intentando romper el centro. El flanco derecho árabe se mantuvo firme un tiempo, pero tuvo que retroceder finalmente, mientras el centro aguantaba el envite. El contraataque árabe recuperó esas posiciones gracias a la ayuda de la caballería y la guardia ligera.
Pero el flanco izquierdo árabe apenas podía soportar la presión numérica bizantina, sin recibir la ayuda con que sí había contado el derecho, y muchos de los soldados entraron en pánico y comenzaron a retroceder, huyendo hacia su campamento.
Al llegar al campamento los soldados se encontraron con que sus mujeres se habían armado con palos y postes desmantelando las tiendas y, comandadas por Hind bint Utbah, la esposa de Abu Sufyan ibn Harb y madre de Muawiya I, el fundador de la dinastía Omeya, cargaban contra ellos obligándolos a regresar a la batalla. Ante aquello los musulmanes hicieron lo que cualquier marido razonable haría, darse la vuelta y correr en dirección contraria prefiriendo morir en combate.
Según las fuentes árabes Hind y el resto de mujeres repitieron esto varias veces, cada vez que los soldados retrocedían, al tiempo que cantaban la misma canción con que Hind arengaba a los habitantes de La Meca en la Batalla de Uhud en 625 contra el ejército de Mahoma:
Oh tú que huyes de una mujer constante / que tiene belleza y virtud / y dejas que el infiel / el odiado y malvado infiel / la posea, deshonre y ruine
Y es que tanto ella como su marido, que comandaba el ejército de La Meca, se habían opuesto en un principio al Islam, antes de ser derrotados y finalmente convertidos en el año 630.
Finalmente la batalla se decantó del lado musulmán, a causa de un tormenta de arena que obligó a los bizantinos a retirarse dejando su flanco izquierdo al descubierto. Esto fue aprovechado por los árabes para rodearlos, rompiendo sus filas y poniéndolos en fuga. La masacre sufrida por los bizantinos queda bien reflejada en la estimación moderna de bajas: 50.000 muertos, por tan solo 4.000 del lado árabe.
Fuentes
Fuentes: Military History Online / Battles That Changed History (Spencer Tucker) / Islam at War: A History (George F. Nafziger y Mark W. Walton) / Wikipedia / Arab-Byzantine War, 629-644 AD (David E. Kunselman et al.)
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