Suele recurrirse a la expresión pasar una noche toledana (o solía, ya que ha caído en cierto desuso) para ilustrar una que se ha pasado mal, sin poder dormir, sea por la razón que sea.

No está claro el origen del curioso enunciado y generalmente se atribuye al calor que suele hacer en la provincia incluso en horario nocturno, impidiendo conciliar el sueño. Pero también se ha propuesto una génesis distinta, de carácter histórico y mucho más jugosa: la llamada Jornada del Foso de Toledo.

Hay que remontarse mucho tiempo atrás, al siglo VIII, cuando aquella ciudad estaba bajo el control del Emirato de Córdoba. En el año 797 d.C. era emir independiente Al Hakam I. Su padre, Hisham I, hijo del famoso Abderramán I, tuvo un reinado pacífico en el ámbito interno que le permitió realizar muchas razias contra los cristianos. Sin embargo antes sufrió la oposición de sus hermanos, que se negaban a reconocerle su autoridad, por lo que tuvo que derrotar a ambos en el campo de batalla. Uno de ellos, Soleimán, era walí (gobernador) de Toledo, ciudad que aún mantenía su recelo hacia Córdoba cuando Al Hakam asumió el emirato.

Algunos cronistas le describen como violento e impío, y lo cierto es que su etapa fue bastante turbulenta. Para empezar porque sus tíos intentaron de nuevo hacerse con el poder, pero también porque varias ciudades aprovecharon la inestable coyuntura para rebelarse. Fue el caso de Toledo, cuya población era básicamente hispanorromana y visigoda -aunque también había judíos y, por supuesto, musulmanes- y gozaba de cierta autonomía, manifestando a menudo posiciones refractarias a las disposiciones de Córdoba.

Harto de aquella oposición, Al Hakam decidió suprimir ese autogobierno y hacerlo además de forma taxativa y ejemplar. Para ello envió como walí a un hombre de su total confianza, Amrus Ben Yusuf, gobernador de Talavera de la Reina, quien debía intentar atraerse a los notables con todo tipo de promesas, aceptando en primera instancia sus exigencias para ganarse su confianza. Así ocurrió, en efecto: Amrus no era árabe ni bereber sino muladí (en este caso hijo de un cristiano converso al Islam) y además gozaba de cierto prestigio por haber participado en la batalla de Roncesvalles, lo que servía para tender un puente amistoso.

Eso se explica porque los nobles toledanos, que estaban ya en abierta rebeldía desde primeros de año bajo la dirección Ubayd Allah ibn Yamir, también eran mayoritariamente muladíes. De hecho aparentemente todo fue bien: Amrus cedió a sus demandas e incluso mandó construir una fortaleza, lo que demostraba que se relajaba la tensión ya que, a priori, no parecía lógico que se dotara a la ciudad de un punto de defensa facilitándole las cosas a la nobleza. Una vez estuvo terminada, el walí anunció que vendría a inaugurarla el mismísimo Abderramán II, el hijo adolescente de Al Hakam y futuro emir; definitivamente, los toledanos se habían impuesto.

Amrus organizó una fiesta y acudió personalmente ese día, invitando a todas las familias aristocráticas que se habían mostrado especialmente levantiscas como forma de agasajarlas una vez más. Pero esa vez fue la última. Para aumentar la pompa, los nobles iban entrando uno por uno al salón, cerrándose la puerta tras ellos hasta dar paso al siguiente.

La Campana de Huesca, cuadro de José Casado de Alisal | foto dominio público en Wikimedia Commons

Lo que ninguno sospechaba es que a medida que entraban eran degollados y sus cabezas arrojadas al foso de la propia fortaleza (luego se colgarían públicamente de las almenas). Y así, una tras otra, se calcula que cayeron al menos entre cuatrocientas y setecientas personas, aunque algunas fuentes hablan de miles; una metáfora de entonces compara el vapor de la sangre derramada con el de las cocinas y se dice que incluso Abderramán quedó impresionado para el resto de su vida ante aquella matanza.

En realidad, como suele pasar con muchos relatos medievales, no se sabe con exactitud dónde acaba la historia y dónde empieza la leyenda. Por ejemplo, otra versión cuenta que Amrus no fue tan implacable por razones políticas sino personales, ya que los nobles toledanos habrían asesinado a su hijo. Es más, algunos arabistas incluso niegan la veracidad del relato completo y lo asimilan a narraciones parecidas muy anteriores a Al Ándalus; por ejemplo el relato de Heródoto sobre Periandro (posteriormente versioneado por Aristóteles) o el de Tito Livio sobre Tarquino.

También es similar a la masacre de los Abencerrajes granadinos y tres siglos más tarde de la Jornada del Foso se repetiría un caso muy parecido, el de la Campana de Huesca, curiosamente basado en una obra titulada Anales Toledanos Primeros.


Fuentes

De la Andalucía islámica a la de hoy (Claudio Sánchez-Albornoz) / Sociedad, política y protesta popular en la España musulmana (Roberto Marín Guzmán) / Wikipedia


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