Aunque ahora está en el período más tranquilo de su extensa historia, a lo largo de ésta España se ha visto inmersa en un sinfín de guerras que la llevaron a enfrentarse prácticamente a todos en todo el mundo. Tantas que resultaría complejo enumerarlas, siendo algunas muy conocidas y otras no tanto. Probablemente una de las que pasan más desapercibidas, hasta el punto de que apenas se ha tratado y no hay bibliografía específica sobre ella, es la que tuvo lugar contra un enemigo insólito en el último cuarto del siglo XVII y que concluyó con victoria española en una única batalla y con tan sólo diez muertos, todos del enemigo: la guerra contra Brandeburgo-Prusia.

Fue una de las consecuencias negativas de la Paz de Nimega, el tratado que puso fin al conflicto que enfrentaba, por un lado, a Francia e Inglaterra contra una coalición formada por las Provincias Unidas (Holanda), España, Brandeburgo, Lorena y el Palatinado. Cuando los ingleses dejaron solo a su aliado Luis XIV, que hasta entonces se iba imponiendo militarmente, éste tuvo que aceptar el acuerdo.

Como casi siempre en aquellos tiempos, España fue la perjudicada, teniendo que ceder el Franco Condado y varias ciudades de los Países Bajos a cambio de otras flamencas menores. Pero la razón que llevó a enfrentarse a dos miembros del mismo bando, como eran españoles y brandeburgueses, fue la incapacidad de los primeros para devolver los préstamos que los segundos le habían hecho durante la campaña.

Firma de la Paz de Nimega entre Francia y España (Henri Gascard) | foto dominio público en Wikimedia Commons

Y es que mientras la vieja Monarquía Hispánica continuaba su progresivo declive bajo el reinado de Carlos II, en el centro de Europa empezaba a formarse una potencia emergente, Brandeburgo-Prusia, de la mano de Federico Guillermo I. Su victoria frente a los suecos en Fehrbellin asombró a todos por inesperada, pero es que el ejército que había organizado el llamado Gran Elector era tan pequeño como eficaz y además estaba apoyado por el proyecto de sumarle una marina de guerra acorde a sus nuevas expectativas. En realidad ya tenía el germen desde la Guerra de los Treinta Años, cuando Prusia aún dependía de Polonia, pero se reveló insuficiente para defenderse de la sueca y Federico Guillermo se decidió a cambiar eso una vez estuvo libre del vasallaje a los polacos.

De esa manera, apareció en los mares una modesta flota corsaria arrendada a Holanda que en menos de un mes capturó una veintena de barcos suecos y participó en varios sitios. Con la citada Paz de Nimega se pusieron miras más altas, en el Caribe y África, con vistas a beneficiarse al máximo del tráfico esclavista. Aquella escuadra primigenia estaba formada por cinco fragatas y seis corbetas más otras naves menores hasta sumar un total de veintiocho unidades; pero se aspiraba a más, así que se solicitó la devolución de los préstamos a Hamburgo y España para iniciar un plan de construcción naval. La ciudad alemana, muy mermada económicamente tras años de guerra, se declaró incapaz de hacer frente a esa deuda y lo pagó por las malas, viendo cómo su flota y puertos eran asaltados.

Luego le tocó el turno a España, que no sólo se negó también a pagar sino que despidió de mala manera a los enviados prusianos. Federico Guillermo inició entonces acciones corsarias contra los intereses hispanos, atacando la costa flamenca y abordando algunos buques que atravesaban el Atlántico cargados de plata de Nueva España; uno de ellos, la fragata Carolus II, se convirtió en buque insignia de la marina prusiana rebautizado como Markgraf von Brandenburg. Ante esos éxitos, y como seguía haciendo falta dinero para emprender el programa de construcción naval previsto, se decidió intentar un apuesta más difícil: atacar la Flota de Indias y llevarse su tesoro.

Dado que Brandeburgo no tenía territorios en ultramar, era necesario llevar a cabo la emboscada cerca, cuando los españoles estuvieran llegando a Cádiz, puerto que por entonces había desplazado a Sevilla. La escuadra de Thomas Alders, que se disponía a zarpar hacia Ghana para establecer una factoría, fue la elegida para la llevar a cabo la acción; contaba para ello con seis barcos pequeños que sólo sumaban poco más de un centenar de cañones entre todos, pero no importaba porque su plan era un ataque rápido y sorpresivo que le permitiera aislar algún navío enemigo, capturarlo y escapar con sus riquezas. La Flota de Indias apareció el 30 de septiembre de 1681 y se iba a encontrar con la prusiana en un lugar donde aún se dirimirían más diferencias a cañonazos en el futuro: el Cabo San Vicente.

La flota de Brandeburgo | foto dominio público en Wikimedia Commons

Los españoles tenían veinticinco navíos, entre ellos los grandes galeones (todavía se llamaban así, aunque sus características los acercaban ya a los navíos de línea) de los que una docena eran exclusivamente de escolta y estaban al mando de Fernando Carrillo Muñiz de Godoy y Manuel. Atacarlos en las condiciones de inferioridad tan abrumadoras como las que tenían los germanos parecía una temeridad a priori, pero se lanzaron a la acción confiados en los buenos resultados que habían obtenido hasta entonces. Sin embargo resultó que el almirante español, advertido antes de la presencia de barcos sospechosos, había hecho cambiar de rumbo a sus buques de transporte, enviándolos a Cádiz dando un rodeo mientras él mantenía la ruta normal con sus galeones de guerra.

No hubo color. Los prusianos no se dieron cuenta de su error hasta que estuvieron encima y en el cañoneo, que duró apenas un par de horas, quedó rota su formación y medio desmanteleadas sus unidades, por lo que tuvieron que salir huyendo y refugiarse en Portugal. Fernando Carrillo, por su parte, continuó su camino y arribó a Sanlúcar de Barrameda. Aquel enfrentamiento se saldó con diez muertos y treinta y nueve heridos, todos de las filas de Alders. Para ser la primera vez que la marina brandebuguesa entraba en acción en una batalla entre flotas no se había lucido precisamente y lo mejor que pudo sacar en claro fue que, al menos, había salvado su escuadra. Pero aquella insólita guerra aún tendría un epílogo parecido.

Fue al año siguiente, cuando los germanos, que seguían levantando puestos en África, decidieron aprovechar los incidentes ocurridos en la costa mediterránea del continente negro (donde el sultán marroquí había arrebatado a España la ciudad de Mámora y el gobernador de Orán acababa de morir en combate) y se unieron a los daneses para formar una escuadra más numerosa (diecisiete unidades) con la que volver a intentar el asalto a la Flota de Indias. Ésta se hallaba otra vez al mando de Fernando Carrillo -junto a Honorato Bonifacio Papachino- y además recibió el refuerzo de la escuadra de Guipúzcoa, dirigida por Millán Ignacio de Iriarte, por lo que una vez más la descompensación otorgó una fácil victoria española. En realidad casi no hubo ni batalla: unos cuantos disparos por ambas partes y los atacantes, escarmentados de la ocasión anterior, se retiraron prudentemente.

Poco después, en octubre de 1683, Luis XIV declaraba la guerra a España y le arrebataba Luxemburgo. Media Europa se sintió amenazada y se unió a los españoles en la Liga de Augsburgo, que pasó a ser conocida como Gran Alianza cuando se incorporó también Inglaterra. Entre los aliados figuraba Brandeburgo; de socio de España había pasado a ser enemigo y ahora retornaba a la amistad.


Fuentes

Naves mancas. La armada española a vela de Cabo Celidonia a Trafalgar (Carlos Canales y Miguel del Rey) | Crisis y decadencia en la España de los Austrias (Antonio Domínguez Ortiz) | El ocaso de la hegemonía española (VVAA) | Historia de España. Carlos II (VVAA) | El arte de la guerra. Estrategia militar hasta el siglo XX (Jaime de Montoto y de Simón & Jaime de Montoto y Coello de Portugal).


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