En el estado mexicano de Veracruz hay una pequeña localidad de poco más de cinco millares y medio de habitantes llamada Yanga, que anteriormente tuvo otros nombres como San Lorenzo de los Negros y San Lorenzo Cerralvo, adoptando el actual en una fecha tan cercana como 1956.
Dado el tamaño del país y la ingente cantidad de atractivos que éste ofrece al visitante, Yanga no suele formar parte de los circuitos turísticos al uso, ya que carece de ruinas prehispanas y ni siquiera está en la costa porque se encuentra a quinientos veinte metros sobre el nivel del mar, entre plantaciones de café y azúcar.
Sin embargo, es un sitio muy interesante. Para empezar porque cada 10 de agosto celebra un festival denominado Carnaval de la Negritud, evento instaurado en 1976 en el que no faltan los elementos típicos en estos casos (verbena, fuegos artificiales, elección de la reina, disfraces, bandas de música, peleas de gallos, corridas de toros), pero donde el momento álgido llega tras la misa en honor de San Lorenzo: una cabalgata con carrozas temáticas alusivas al origen africano del pueblo. Y es que, como se puede deducir de los nombres reseñados hasta ahora, la herencia del continente negro no sólo es que sea fuerte sino que se halla en el origen mismo de Yanga.

La palabra Yanga deriva de Nyanga, un término usado en lengua de la región africana de Brang en Guinea que significa príncipe. La tradición cuenta que fue un príncipe africano el que, capturado por los esclavistas, arribó al puerto de la Villa Rica de la Veracruz como parte de un cargamento de esclavos que el virrey de Nueva España autorizó adquirir a los portugueses para solventar la necesidad de mano de obra en las plantaciones azucareras, ya que las sucesivas epidemias se habían cebado tanto en la población india que la mortalidad se disparó de forma drástica. Fue en el año 1537.
Evidentemente, no hay prueba alguna de que aquel adolescente llevado desde África (Guinea, según unas fuentes; Gabón según otras) fuera en verdad de sangre real, pero las historias sobre líderes carismáticos suelen adornarse con ese tipo de cosas. El caso es que el joven esclavo terminó su crecimiento, aprendió a hablar castellano… y, cuando a los veinte años de edad decidió que aquella vida no era muy prometedora, aprovechó la oportunidad que se le presentó para escapar de la hacienda donde trabajaba, llamada La Providencia.
Gaspar Yanga, nombre por el que se le conocía, huyó al monte con otros compañeros hacia 1570. No todos los esclavos que lo intentaban lo lograban, como demuestra la ejecución pública de dos de ellos documentada en 1546, pero con el tiempo, poco a poco, fueron incrementándose más y más hasta formar un auténtico palenque de cimarrones -que incluía también indígenas e incluso españoles prófugos de la justicia- asentados en las montañas, en los márgenes del Río Blanco y la sierra de Zongolica. Esa peculiar y variopinta comunidad siguió creciendo a lo largo de tres décadas y para el año 1609 sumaba ya medio millar de personas, lo que resultaba poco tranquilizador para las autoridades.
Efectivamente, para alimentar a tamaña hueste no bastaba con los precarios cultivos que practicaban y empezaron a asaltar las haciendas y a los comerciantes que hacían la ruta entre Veracruz y México. Resultaba tan fácil que la situación fue empeorando y no tardaron en circular rumores de una insurrección generalizada para entronizar a un tal Yanga. Entonces el virrey tomó cartas en el asunto y envió una expedición a someter a los cimarrones. Integrada por un centenar de soldados españoles y otros cuatrocientos auxiliares indígenas, partió de Puebla al mando de Pedro González de Herrera y se enfrentó al enemigo en varias escaramuzas, ninguna de ellas decisiva por la dificultad de perseguirlos a través de la selva y el monte, y porque, además, los cimarrones contaban con bastantes armas de fuego.
Para entonces Yanga era anciano ya, así que los ex-esclavos estaban dirigidos por su mano derecha, un bravo guerrero angoleño llamado Matiza (Francisco de la Matosa), que supo mantener en jaque al ejército durante un tiempo. Pero las bajas de ambos bandos empezaron a ser preocupantes, así que Yanga intentó parlamentar usando a un prisionero como correo: solicitaba un territorio independiente para los suyos a cambio de cesar sus incursiones, pagar tributos a la Corona y colaborar en la defensa del virreinato si era atacado por piratas; también se comprometía a devolver, en lo sucesivo, a los esclavos que se fugaran. La oferta era generosa; es más, se había formulado al propio virrey tiempo atrás, pero no se había concretado y los cimarrones habían retomado los asaltos. En cualquier caso, González la rechazó porque no podía admitir un gobierno al margen del virreinal.

Por tanto, hablaron las armas de nuevo y, lógicamente se impusieron las españolas, que lograron tomar el palenque y prenderle fuego. Sin embargo eso no bastaba para resolver el problema porque muchos cimarrones consiguieron ocultarse en la frondosidad y amenazar con un contraataque, volviendo a la situación anterior. La cosa corría peligro de enquistarse y los encomenderos de la zona arrancaron del gobierno una real cédula para crear un asentamiento que sirviera de tapón contra los ataques de los esclavos; así nació la actual ciudad de Córdoba. Viendo el cariz que tomaban los acontecimientos y el elevado coste humano y material que podía llegar a alcanzar aquella guerra, González aceptó finalmente las condiciones de Yanga, con una cláusula extra: sólo su familia tendría derecho a gobernar el área independiente. También se añadió que un sacerdote franciscano atendiera las necesidades espirituales de los cimarrones. El acuerdo se firmó el 10 de agosto de 1609.
Los antiguos esclavos pasaban a ser libres y se establecieron oficialmente en un lugar llamado Las Palmillas. Pero al quedarse pequeño en poco tiempo, se trasladaron a una zona más amplia que pasó a ser conocida como El Pueblo Libre de San Lorenzo de los Negros, donde el modo de vida era similar al de cualquier pueblo español: había un jefe, propiedad privada, legislación, sistema de justicia…. De hecho, el virrey Rodrigo Pacheco y Osorio la reconoció oficalmente en 1630 y le otorgó un acta de fundación. Como don Rodrigo era marqués de Cerralvo, el nombre del pueblo se trocó por el de San Lorenzo Cerralvo en su honor. Con el paso de los años prosperó econonómicamente y ello provocó incidentes con localidades indígenas vecinas, aunque la tendencia fue al mestizaje entre ambas comunidades.
San Lorenzo Cerralvo, hoy rebautizado Yango, sirvió de ejemplo y modelo para otros esclavos y palenques que intentaron seguir sus pasos. Todos fueron duramente reprimidos y el único que consiguió algo parecido fue en Colombia, donde un esclavo angoleño fugado llamado Benkos Biohó creó lo que hoy es San Basilio de Palenque, funcionando independientemente de la Corona entre 1605 y 1621, año en que fue capturado y ejecutado. Dada la cronología, ese lugar rivaliza con el mexicano por la denominación de «primer pueblo libre de América».
Fuentes
Peredo, Melchor: Una revolución continua | VVAA: Encyclopedia of slave resistance and rebellion | Hazzard-Donald, Katrina:Mojo Workin’: The Old African American Hoodoo System.
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.