Una trepa ambiciosa y sin complejos, unos cómplices tan necesarios como variopintos, un bobo crédulo y pagafantas, más una reina odiada por el pueblo, son los personajes que protagonizan (junto con un fastuoso collar como macguffin) parte de una de las novelas históricas clásicas de Stefan Zweig, aquel escritor vienés que hoy quizá esté un tanto olvidado -injustamente- pero que en su momento, el primer tercio del siglo XX, fue enormemente popular. Me refiero a María Antonieta, en la que Zweig reseña uno de los capítulos más extravagantes que le tocó vivir a la malparada soberana de Francia: la insólita estafa en la que se vio envuelta sin comerlo ni beberlo y que, pese a ser una de las víctimas, terminó por desprestigiarla definitivamente. Fue el llamado L’affaire du collier (El asunto del collar), que también narró con su brío habitual Alejandro Dumas en El collar de la reina.

Porque, aunque se trate de una novela, está basada en unos hechos reales que conmocionaron Francia en 1785, apenas cuatro años antes de que estallase la revolución, en los que no deja de sorprender que cualquier listo lo suficientemente descarado y con ganas de medrar podía envolver a la corte en sus trapacerías. En este caso hay que hablar de lista y descarada, en femenino, porque la mente criminal del asunto fue Jeanne de Saint-Rémy-de Luze, condesa de la Motte; aunque el título nobiliario le llegaría más tarde y, originalmente, no era más que la hija bastarda que un noble empobrecido, el barón de St. Remy (bisnieto ilegítimo del rey Francisco I), tuvo con una criada.

Al quedar embarazada, la madre de Jeanne fue despedida y tuvo que sobrevivir en las calles de París, donde la pequeña y sus dos hermanos, Jacques y Marie Anne, iban creciendo entre limosnas y hurtos; así siguieron hasta que la marquesa de Boulainvilliers les acogió por mediación de un sacerdote (la leyenda dice que Jeanne se subió a mendigar a su carroza). Probablemente no lo hubiera hecho con cualquier otra niña, pero es que aquella era descendiente de los Valois y la sangre tira, al menos la azul, y además había una ley para proteger a los niños aristócratas. El caso es que Jacques fue enviado a una academia militar y las dos chicas ingresaron en un prestigioso internado, consiguiendo la familia una considerable asignación para su mantenimiento sin volver a pasar necesidades.

Reconstrucción del famoso collar/Imagen: Château de Breteuil en Wikimedia Commons

Pasó el tiempo y mientras su hermana tomaba los hábitos y Jacques moría en el frente, Jeanne eligió vivir en acogida por los Surmont, una familia de la pequeña nobleza. En 1780 quedó embarazada de Antoine-Nicolas de la Motte, sobrino de dicha familia, y contrajo matrimonio con él. Dio a luz a unos mellizos que murieron al poco, pero la maternidad no iba a ser el centro de su vida. Ambos cónyuges asumieron los títulos de condes de La Motte Valois, en la que sería la primera de una larga serie de imposturas, pues su pertenencia real a la aristocracia era más que dudosa. Ahí intervino otra vez su protectora, la marquesa de Boulainvilliers, que les presentó en sociedad y, de hecho, por su mediación conocieron al que sería la víctima propiciatoria idónea para medrar: Louis-René Éduard, príncipe de Rohan-Guemené, obispo de Estrasburgo y cardenal.

El cardenal de Rohan era uno de los grandes personajes de la corte francesa, donde ostentaba el cargo de Capellán del Rey y Limosnero Mayor, manejando consecuentemente enormes recursos que, a buen seguro, encendieron una luz de alerta en Jeanne. En 1772 el cardenal había sido enviado a Austria en misión diplomática, llevando en Viena una vida tan disoluta que escandalizó a la emperatriz María Teresa, irritada además por la aireación de una carta privada sobre su estrategia política; asimismo y como representante del partido antiaustracista, Rohan se opuso al matrimonio de estado que se negociaba entre el delfín Luis y María Antonieta, hija de la emperatriz. Por eso la futura reina tenía una pésima opinión de él y, una vez casada y reinando en Francia, le mantuvo alejado de su círculo palaciego. Ahora anhelaba congraciarse con ella para poder ser Primer Ministro y ese empeño le venía muy bien a Jeanne, si sabía manejar adecuadamente los hilos.

Jeanne de Saint-Rémy-de Luze | foto dominio público en Wikimedia Commons

Fue él quien le validó el título de condesa y quien colocó a su marido en la Guardia Real como capitán, además de asumir las deudas que tenían. Las que tenían y las que crearon a partir de entonces, viviendo a todo tren gracias a que Jeanne presumía de formar parte de la corte versallesca e incluso de tener amistad personal con la soberana. Como el cardenal invertía aquellas fabulosas cantidades esperando como contrapartida que su condesa mediara para ser recibido por María Antonieta, Jeanne hizo falsificar cartas en las que ésta le perdonaba. Para redondear la jugada organizó un montaje digno de un sainete: contrató a una prostituta de alcurnia llamada Nicole Leguay, que se hacía conocer como baronesa D’Olive para poder acceder a clientes de alcurnia y guardaba un parecido sorprendente con la esposa de Luis XVI, concertando entre ambos un encuentro nocturno en los jardines de Versalles. Pese a la brevedad de la entrevista -apenas el tiempo de que la «reina» le perdonara-, el cardenal quedó encantado y aceptó la sugerencia de Jeanne, en el sentido de que convendría redondear la situación sufragando las copiosas deudas que también tenía María Antonieta; por supuesto, no directamente sino a través suyo.

Y así, el cardenal de Rohan siguió soltando más y más dinero hasta que el asunto hizo eclosión con el famoso collar. Éste había sido confeccionado por los prestigiosos joyeros Charles Boehmer y Marc Bassenge, por encargo de Luis XV para regalárselo a su amante, Madam du Barry. Era una pieza espectacular (véase la foto), con numerosos diamantes engarzados: 647 piedras que sumaban 2.800 kilates. Pero la muerte del rey y el enorme precio de la alhaja impidieron que nadie quisiera comprarlo, a pesar de que se ofreció a varios soberanos europeos, con lo que sus fabricantes estaban en una apurada situación económica. A Jeanne se le encendió de nuevo una luz en el cerebro y pidió al cardenal que lo adquiriera en nombre de María Antonieta, quien se lo pagaría en cuatro plazos a dos años. Y el ingenuo sacerdote picó una vez más, aconsejado por otro inefable personaje, el conde de Cagliostro, debidamente inducido por Jeanne.

1.600.000 libras costó, entregando la joya a su amiga, quien además se llevó varias alhajas más de regalo por parte de los joyeros por su ayuda. Jeanne, su marido y el cómplice de ambos, un proxeneta de baja nobleza llamado Marc Rétaux de Villette (secretario de él, amante de ella y falsificador de las cartas con que engañaron al cardenal), empezaron a vender los diamantes uno por uno, primero en París, donde despertaron las sospechas del gremio por el bajo precio que ponían, y luego en Londres, donde también recelaron pensando que las gemas procedían de un robo.

El cardenal Louis-René de Rohan | foto dominio público en Wikimedia Commons

Pero aquel golpe maestro era un callejón sin salida. El cardenal empezó a preguntar por qué la reina no lucía el collar ni le pagaba el primer plazo y lo mismo hicieron los joyeros. Viendo que todo se desmoronaba, Jeanne informó a Boehmer y Bassenge de que la soberana no sabía nada de aquel asunto, asegurándoles a cambio que sería el cardenal quien les pagase. Pero ellos ya no se fiaban y se presentaron en palacio. Cabe imaginar la estupefacción e ira de María Antonieta al oir su relato.

Luis XVI quería resolver el asunto de forma dicreta pero no pudo o no supo. Influido por su esposa, ordenó detener al cardenal y poco después cayeron también Jeanne y Nicole Leguay, mientras su marido quedaba a salvo en Inglaterra con los diamantes restantes (regresaría tras la revolución, dedicándose a extorsionar a la familia Rohan) y Villete se refugiaba en Suiza (aún así fue sentenciado a destierro). El juicio se convirtió en un escándalo popular porque el cardenal de Rohan era una persona muy querida y todos le consideraban víctima de la malvada María Antonieta, máxime cuando el tribunal le declaró inocente y el rey, pese a ello y haciendo caso a su mujer, ordenó su confinamiento en una abadía (la revolución le llevaría al exilio); Cagliostro acabó expulsado del país.

También la prostituta resultó absuelta porque aseguró creer que su actuación sólo era para una broma encargada por la reina; se casaría con su abogado, pero murió poco después. A Jeanne se la azotó y marcó con hierro candente una V (de voleuse, o sea, ladrona); luego se la condenó a cadena perpetua, pero de alguna forma consiguió escapar y encontrar asilo en Inglaterra, desde donde se dedicó a difamar a María Antonieta, exacerbando el odio popular contra ella.

Al estallar la revolución fue invitada a regresar, pero en el verano de 1791, antes de poder hacerlo, cayó o se arrojó por una ventana, no se sabe si huyendo de agentes monárquicos… o de acreedores.


Fuentes

Dumas, Alejandro: El collar de la reina / Zweig, Stefan: María Antonieta / Wikipedia


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