Cuenta la leyenda que la madrugada del 11 al 12 de agosto de 1227 un humilde pastor llamado Juan Alonso Rivas fue testigo de una aparición mariana. Ocurrió en el cerro del Cabezo de Andújar, Jaén. El lugar se convirtió en objeto de devoción popular de tal manera que medio siglo después se decidió la construcción de una ermita que estuvo terminada en 1304, aunque posteriormente experimentaría una serie de reformas que la cambiarían considerablemente. En cualquier caso, la basílica es el punto central de una de las romerías más antiguas que se conocen, probablemente instaurada en tiempos de los Reyes Católicos. Pero en 1936 no estaban para procesiones.

No lo estaban porque ese verano, el 17 de julio, se produjo el levantamiento de varios militares en un intento de golpe de estado, que fracasado, dio origen a la Guerra Civil. Al día siguiente el gobernador provincial ordenó un reparto popular de armas ante la oposición del jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Jaén, el teniente coronel Pablo Iglesias, que ordenó a sus hombres dejar el centenar de puestos por el que estaban repartidos para concentrarse en varios cuarteles. El 28 llegó a la provincia una columna, al mando del general Miaja, que quiso incorporar a los guardias. Sin embargo, el capitán Antonio Reparaz Araujo, a cargo del cuartel de Andújar, se negó a ceder más que una parte.

La situación se fue deteriorando, con milicianos a la caza de terratenientes y la aviación sublevada bombardeando. Reparaz Araujo consiguió que sus superiores autorizaran que los familiares de los guardias se reunieran en Andújar y el punto concreto elegido fue el Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza, ya que los frailes trinitarios encargados de su custodia habían sido asesinados y estaba vacío. Así que aquel recinto religioso se convirtió en un bastión militar; ni el gobierno ni los milicianos pusieron pega alguna porque hasta el momento ningún guardia se había manifestado en contra de la República.

Cartel de la película El santuario no se rinde

Pero el 22 de agosto Reparaz Araujo se pasó al otro bando con la mitad de los efectivos de la Comandancia de Jaén y la situación de los que estaban en el santuario cambió radicalmente, pasando a ser sospechosos. Efectivamente, cuando el ministro de Gobernación, por mediación del general Pozas, les ordenó entregar las armas, el comandante Nofuentes, que había quedado al mando, les dio buena parte del material pero con el desacuerdo de sus capitanes, Cortés y Rodríguez del Cueto. La cosa seguía sin estar clara y el delegado del gobierno, Lino Tejada, se desplazó personalmente a Andújar para intentar solucionar la cuestión. Nofuentes aceptó finalmente y se dispuso a organizar la evacuación.

Sin embargo, no llegó a consumarse porque el capitán Santiago Cortés, estimando que el ambiente era de hostilidad hacia los guardias y sus familias, mandó arrestar a su superior para, a continuación, atrincherarse en el recinto. Al parecer, ése era el plan desde el principio y, consecuentemente, a partir del 15 de septiembre las fuerzas gubernamentales pusieron sitio al santuario, iniciándose los primeros bombardeos. Allí dentro había un total de mil doscientas personas, de las que doscientas ochenta y seis eran combatientes y el resto civiles de ambos sexos y de todas las edades, repartidos por los edificios que formaban el complejo: la basílica, una hospedería, varios albergues para peregrinos y las viviendas de las cofradías. Todo ello en lo alto del cerro, a una cota de seiscientos metros de altitud, abarcando un perímetro de tres kilómetros estructurado en cinco sectores. Un lugar difícil de tomar al asalto, pues, aun cuando la superioridad de los sitiadores fuera abrumadora: entre nueve y doce mil hombres.

Ahora bien, no se trataba de una fortaleza militar sino de un atrincheramiento más o menos improvisado que, debido a las circunstancias, no contaba apenas con suministros ni víveres para poder garantizar una resistencia prolongada. De hecho, ni siquiera disponía de un sistema de comunicaciones moderno, puesto que la radio se había entregado y las bombas destruyeron un receptor artesano que habían hecho los defensores, así que éstos sólo pudieron enviar un mensaje solicitando ayuda a los aviones que los sobrevolaban, enviados por Queipo de Llano, escribiendo en una sábana la palabra Alimentos. Aquí es donde se produce la gran anécdota de este episodio.

Foto Flopezr en Wikimedia Commons

El DC2 del capitán Carlos Haya llegó a lanzar ochocientos kilos de provisiones en unos setenta vuelos que realizó a lo largo de los ocho meses que duró el asedio, por lo que le conocían como el Panadero. También les facilitó palomas mensajeras para que el contacto entre interior y aliados exteriores fuera algo más fluido. Así, las aves fueron protagonistas en esos momentos y no sólo las palomas porque, planteado el problema de cómo hacer llegar a los guardias material más delicado (como fármacos, por ejemplo) y viendo que envolverlo en sacos era insuficiente, a Haya no se le ocurrió mejor idea que usar pavos en vez de paracaídas. En efecto, estos animales no vuelan pero sí podían amortiguar la caída aleteando y además, a su vez, servirían luego de comida.

El espectáculo debió resultar surrealista: en alguna de las múltiples pasadas que hacía periódicamente, el avión de Haya bajaba en picado y abría las puertas, por las que empezaba a soltar decenas de pavos vivos con cajas atadas a sus patas. El cielo cubierto de tan insólitos paracaidistas tuvo que producir estupor en los sitiadores, dándole una pátina cómica a aquella tragedia que siempre es una guerra civil. En cualquier caso, los pavos cumplieron su misión y junto con las palomas se convirtieron en insospechados protagonistas plumíferos de aquel asedio, socorriendo a los defensores. Por cierto, en una salida éstos también lograron meter en el recinto un buen número de cabezas de ganado que aliviaron las necesidades alimentarias de sus familias. El mundo animal al rescate (o colaborando con la insurgencia, visto desde el bando contrario).

No obstante, pese al intento de Queipo de Llano por llegar hasta Andújar y auxiliar al santuario, fueron los tanques republicanos los que consiguieron romper las defensas y penetrar en el perímetro el 1 de mayo. Cortés resultó herido de gravedad y falleció a la jornada siguiente; para entonces la posición ya había caído, dejando un enorme número de bajas: centenar y medio de muertos y otro tanto de heridos. Los combatientes que sobrevivieron fueron recluidos en el penal de San Miguel de los Reyes, en Valencia, aunque los civiles quedaron en libertad y tuvieron que ser atendidos por los vecinos de Andújar ante el estado de desnutrición que padecían. No había pavos suficientes para tantos meses.


Fuentes

Ayuntamiento de Andújar | Javier Sanz, Caballos de Troya de la Historia | Bellumartis


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