«Acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad y vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijo que cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos, y los abrió y se vio tan cerca, a su parecer, del cuerpo de la Luna, que la pudiera asir con la mano y que no osó mirar a la tierra, por no desvanecerse». Éstas son las palabras que don Quijote le cuenta a Sancho en la segunda parte de la novela de Cervantes, aludiendo a una alucinante historia que tuvo lugar a caballo entre el siglo XV y el XVI, durante los reinados de Fernando el Católico, Juana la Loca y Carlos V.

Es un caso conocido y documentado al haber intervenido la Inquisición. Torralba nació en Cuenca entre los años 1485 y 1490. Descendía de familia hidalga con medios suficientes para pagarle un viaje a Italia, donde permaneció unos doce años estudiando filosofía y medicina bajo la protección de Francesco Soderini, obispo de Volterra y futuro cardenal. Ya entonces el ardor de la juventud le metió en ciertas disquisiciones teológicas no muy ortodoxas y le hizo aficionarse a la astrología y la nigromancia. En 1507 conoció a un dominico, también estudioso de esos temas -por entonces se consideraban más o menos científicos-, que le haría un insólito regalo en agradecimiento por tratarle una enfermedad.

Según las actas de la Inquisición, que son la única fuente documental disponible para conocer el caso, aquel inaudito presente era una especie de duende o espíritu familiar que atendía al nombre de Zequiel y se materializaba con forma humana, de anciano, hablando latín y toscano. Puede parecer estrambótico, pero hubo más casos de esa época en los que ilustres personajes aseguraron contar con asesoramiento de ángeles o espíritus parecidos, como Lutero, Zwinglio o Cardano; de hecho, se dice que el propio cardenal de Volterra quiso comprárselo. Zequiel le contó a Torralba que procedía de la India, le asesoró en los trabajos de herboristería y le confió que tenía poderes premonitorios, anticipándole la derrota de Los Gelves, el fallecimiento de Fernando el Católico y el nombramiento del cardenal Cisneros como regente de Castilla. Eso sí, al parecer tenía sus manías, como no dejarse tocar.

Otra pintura del saco de Roma | foto Wellcome Images en Wikimedia Commons

El momento álgido de aquella demostración de capacidades ultrahumanas tuvo lugar el 6 de mayo de 1527, cuando Zequiel profetizó el Saco de Roma. Como Torralba se mostró interesado en verlo con sus propios ojos, el espíritu le subió a una caña y le llevó volando hasta la Ciudad Eterna, como cuenta Cervantes, justo para ver cómo las tropas de Carlos V llevaban a cabo el famoso saqueo. Lo mejor de ese episodio, no obstante, fue que acto seguido hicieron el vuelo de regreso a España, aterrizando en Valladolid y dando la noticia una semana antes de que pudieran llegar con ella los mensajeros imperiales. Esa cesión a la vanidad, ampliada con la narración de otros viajes a Francia y Turquía, le costó atraer demasiado la atención y que, alertada por un amigo suyo llamado Diego de Zúñiga, interviniera la Inquisición.

En enero de 1528 el Santo Oficio le arrestó. Durante el interrogatorio, Torralba aseguró que Zequiel era bondadoso y que incluso le reprendía cuando pecaba, negando la aseveración del inquisidor Ruesta respecto a que los espíritus benignos sólo obedecen a Dios, no a los hombres, quienes únicamente podrían lograr eso invocando al diablo. El proceso se dilató por la testarudez del médico, que se negaba a retractarse, lo que terminó llevándole a la tortura. Finalmente fueron unas vueltas de potro las que le hicieron claudicar, admitiendo que su peculiar amigo era en realidad un demonio que le había engañado. Al renegar de él, Torralba fue condenado a varios años de prisión; pero pudo salir libre -aunque con obligación de llevar el sambenito– gracias a un indulto.

Sin embargo, en 1531 volvió a toparse con la Suprema, que investigaba aquellas herejías de su juventud romana, cuando cuestionó la divinidad de Cristo y negó la tesis aristotélica de la inmortalidad del alma. En este segundo proceso parece ser que los inquisidores consiguieron hablar con el mismísimo Zequiel, aunque por boca de Torralba. Como sus palabras fueron una refutación de las ideas de Erasmo y Lutero, y dado que Torralba tenía contactos en la corte por haber tratado alguna vez al rey Fernando, ese mismo año de nuevo quedó en libertad tras mostrar arrepentimiento y con la condición de no volver a contactar con Zequiel. O eso dice una versión de los hechos, ya que otra dicta que murió en prisión.


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