Es cada vez más frecuente que los cementerios históricos vayan incorporándose a la oferta turística de cada lugar y algunos incluso se convierten en sitios de gran atractivo para el visitante, como prueban casos muy conocidos: los tres camposantos de París, el Cementerio Protestante de Roma, el londinense de Highgate…
En Estados Unidos también se da este fenómeno, siendo acaso el militar de Arlington, en Virginia, el más destacado. Pero uno de los más curiosos de ese país es el de Nueva Orleans, que lleva el nombre de St. Louis.
La ciudad de Nueva Orleans tiene en la práctica no una sino tres necrópolis con ese nombre, aunque en realidad es una sola descentralizada y dividida en sectores numerados. El denominador común es el hecho de que están destinados a católicos, fundamentalmente, y que ha sido incluido en el Registro Nacional de Lugares Históricos, aunque el camposanto más antiguo, el original neorleano, ya no existe, pues fue sustituido por el de St. Louis en 1789 tras el gran incendio que asoló la ciudad el año anterior. La fecha deja a las claras que éste también tiene su historia.
Evidentemente, las tumbas de algunos personajes célebres enterrados en ese camposanto constituyen el principal foco de atención para el visitante. La mayoría son notables locales de la política y el comercio, militares de la Guerra de Secesión y algún músico de rythm & blues y ragtime que a quien no sea de allí difícilmente le sonarán, a la espera de que le llegue su hora al actor Nicolas Cage (que se compró un mausoleo piramidal en 2010). También consta que en St. Louis fueron enterrados uno de los hombres del corsario Jean Lafitte (un marino natural de Bayona que colaboró con la armada estadounidense contra los británicos a principios del siglo XIX), Paul Morphy (campeón mundial de ajedrez) e incluso Delphine LaLaurie (sádica asesina de esclavos de la que ya hablamos hace poco en otro artículo).
Pero hay una cripta especial, la de la familia Glapion, donde yacen los restos mortales de alguien cuyo nombre sí resultará más familiar: Marie Laveau, una mulata que se convirtió en la reina del vudú, teniendo como clientas a las principales damas de Nueva Orleans, y cuyo calado en la cultura popular ha perpetuado su imagen en el imaginario colectivo, siendo uno de los personajes principales del Mardi Gras, protagonizando montones de películas y novelas y constituyendo el alma del Museo Histórico del Vudú que hay en la ciudad. Glapion, por cierto, era el apellido de su segundo marido.
La tumba de Laveau es modesta, aún cuando ha sido sometida a una restauración que oculta el sencillo ladrillo con que se construyó, pero resulta todo un espectáculo en determinados momentos.
Pasaría desapercibida de no ser porque suele aparecer decorada con flores, poemas, monedas y botellas de licor que la convierten en un altar vudú de facto, algo que ya está casi institucionalizado porque todas las semanas se celebra allí, públicamente, alguna ceremonia de ese peculiar culto afroamericano, para satisfacción de los visitantes. También está enterrada en St. Louis la asesina Delphine Lalaurie.
Pero hay otra característica poco común en el cementerio de St. Louis: debido a que Nueva Orleans se encuentra en una cota cinco metros por debajo del nivel del mar el suelo resulta demasiado blando y no se pueden excavar fosas, ya que unas lluvias torrenciales y la cercanía del río Missisipi lo convertirían en un pantano, destruyendo las tumbas y haciendo aflorar los ataúdes. El huracán Katrina ya jugó alguna mala pasada en ese sentido, de ahí que los cuerpos se entierren en panteones, al estilo español, formando lo que se suele conocer como Ciudad de los Muertos.
Cabe añadir que Nueva Orleans aún tiene otros dos cementerios. Uno es el de Metairie, creado en 1838 sobre un antiguo hipódromo y caracterizado por sus esculturas funerarias. En él estuvo enterrado Jefferson Davies, presidente de la Confederación durante la Guerra de Secesión (aunque luego se trasladaron sus restos a Richmond) y hoy el sepulcro más famoso quizá sea el de Jim Garrison, el fiscal que investigó el asesinato de Kennedy y cuya historia se contó en la pelicula JFK.
El último camposanto neorleano es el Lafayette, que se creó en 1833 aprovechando una plantación y cuya seña de identidad es la «democratización», pues allí se enterraba a las clases populares de toda raza y condición.
Hay tumbas de muchos soldados de la Guerra de Secesión, de esclavos negros manumitidos, de emigrantes de múltiples procedencias y de las miles de víctimas que la epidemia de fiebre amarilla se llevó a lo largo del siglo XIX. El Lafayette, curiosamente, no resultó especialmente afectado por el Katrina.