La pequeña urbe india de Bodh Gaya no forma parte de los circuitos turísticos clásicos que suelen ofrecer las agencias de viaje, a pesar de ubicarse en la misma zona noroeste del país y estar a un par de horas de Benarés. Sin embargo, podría ser un interesante destino cultural; no por las visitas monumentales en sí, que las tiene aunque no resulten tan espectaculares como otras de la India (el Templo Mahabodhi constituiría el rincón estrella), sino porque allí es donde se encuentra el árbol bajo el que nació el budismo.
Cuenta la leyenda que cuando el príncipe Siddhartha Gautama, durante un recorrido por las calles de su ciudad, descubrió lo que era la muerte al ver el funeral de un anciano, impresionado, renunció a sus privilegios y se retiró para llevar una vida de asceta. Ese momento culminó una noche que se sentó bajo una higuera jurando no volver a levantarse hasta descubrir la Verdad. Así pasó varias jornadas, protegido por un naga (una especie de serpiente mitológica) que se enroscó a su alrededor y alcanzando el llamado estado de bodhi (despertar) y convirtiéndose en el Buda, que puede traducirse como el Iluminado porque de pronto comprendió las cuatro nobles verdades (el anhelo lleva a una vida de sufrimiento que puede superarse siguiendo el camino que lleva al nirvana o estado de liberación).
La higuera en cuestión donde Buda llevó a cabo aquella trascendental meditación es conocida como Árbol del Bodhi. Se trata de un ejemplar de la especie ficus religiosa que, en realidad, no es el original sino un descendiente directo de aquél.
La tradición dice que fue plantado en el año 288 d.C. (Buda vivió entre los siglos V y VI a.C), pero se sabe que en 1876 un rayo mató al ejemplar que había (al que por cierto, los expertos de la época no le calculaban más de un centenar y medio de años) y fue el arqueólogo inglés Alexander Cunningham quien se encargó de plantar otro en 1881.
La verdad es que no se sabe con exactitud -resulta imposible y es la tradición la que manda- si el árbol procede de algún esqueje o simplemente se plantó otro de la misma especie. Lo que sí está claro es que el auténtico fue destruido por Tissarakkhā, la esposa del rey Ashoka, celosa de la devoción que le dedicaba su marido, aunque cuenta el mito que volvió a crecer.
O, al menos, se plantó uno nuevo porque la historia de su tala se repitió periódicamente con el paso del tiempo; otros soberanos como Pushyamitra Shunga (siglo II a.C) y Shashanka (año 600 a.C) también lo quitaron de enmedio, pero siempre terminó habiendo un sustituto.
Como pasa con los lignum crucis, montones de lugares sagrados de múltiples países budistas conservan una rama del Árbol del Bodhi al atribuirle propiedades milagrosas, como curar enfermedades o atraer la lluvia: Sri Lanka, Tailandia, Bangladesh… Incluso el jardín del vecino Templo Mahabodhi tiene unas cuantas higueras que presuntamente descienden de él.
La cuestión de si la higuera actual procede de la primigenia tampoco parece tener mayor importancia porque, consecuentemente, forma parte del puñado de lugares de peregrinación para los devotos de esta religión, que acuden de todo el mundo para verlo desde hace milenios, incluso desde antes que Buda mismo falleciera.
Ha pasado a ser, pues, un auténtico santuario y por eso a su alrededor se construyó un templo, el Animisalocana Cetiya, y un monasterio, el Bodhimanda Vihara, que llegó a tener treinta mil monjes.
De hecho, para conmemorar la Iluminación de Buda, cada 8 de diciembre se celebra ante él una fiesta conocida como Día del Bodhi o Rohatsu en la que los adeptos aprovechan para hacer meditación bajo sus ramas intentando emular a su maestro. Asimismo, en el budismo es frecuente recurrir a la iconografia arbórea que hace alusión a la higuera sagrada, representada con hojas en forma de corazón.
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.