De todo hay en la viña del Señor, dice un proverbio que tomó forma en la corte de Felipe IV y que luego adaptó el torero Rafael Guerra el Gallo en la célebre frase «Hay gente pa tó» al saber que Ortega y Gasset se dedicaba profesionalmente a la filosofía. Pero el caso es que realmente se puede encontrar en este mundo casi cualquier cosa que uno imagine, especialmente cuando la religión se cruza de por medio en su versión más extrema. Y uno de los mejores y más asombrosos ejemplos fue el de los Skoptsy.

Los Skoptsy constituían una singular secta cristiana que fundó en la Rusia de la segunda mitad del siglo XVIII un campesino llamado Kondraty Selivanov. En realidad no era del todo original, ya que devenía de otra anterior, la de los Jlysty (Flagelantes), un grupo escindido de la Iglesia Ortodoxa en 1631 que, según una doctrina que tenía ciertas equivalencias en otros puntos de Europa como el Adamismo, defendía que cada ser humano tenía una parte del espíritu divino y por tanto no había que someterse a restricciones en ningún plano, fuera éste social, intelectual o sexual.

Los Jlisty fueron perseguidos no sólo por sus excesos sino porque sus prácticas tenían ribetes paganos e idólatras, al recuperar la veneración por antiguos dioses eslavos; pero los skoptsy se centraron sólo en Cristo, aunque sí tomaron de ellos la teoría de que el hijo de Dios se reencarnaba continuamente, por lo que siempre estaba entre los hombres. Sin embargo la doctrina teológica no es lo que realmente llama la atención de esta secta sino la peculiar costumbre que les da nombre: la castración obligatoria.

Kondraty Selivanov en un retrato anónimo de principios del siglo XIX/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El porqué hay que buscarlo en una insólita interpretación del Génesis, según la cual, tras ser expulsados del Jardín del Edén, Adán y Eva vieron cómo cada una de las mitades de la fruta prohibida se transformaban en sus órganos sexuales -hasta entonces innecesarios-, de ahí que extirparlos supusiera una vuelta al estado anterior al pecado original. Por tanto, todo seguidor de la doctrina debía someterse a la correspondiente mutilación, que podía ser mayor (completa) o menor (sólo los testículos). La mujeres, que cercenaban sus pechos y a veces también los genitales, se incorporaron a esa práctica algo más tarde y no hay noticias de ello antes de 1815.

Sin miembros no hay belleza y sin ésta no se cae en la tentación ni se peca, con lo que se facilita la comunicación directa con Dios, venía a ser la peregrina idea de pureza que se manifestaba también en las blancas vestiduras que usaban y les hicieron acreedores a otro descriptivo nombre: Blancas Palomas. No obstante, santificaban el matrimonio y era normal casarse y tener hijos antes de proceder a la amputación. Sus ritos incluían el cántico de himnos y bailar frenéticamente hasta caer en estado de éxtasis, a la manera derviche, en ceremonias que duraban toda la noche.

El skoptsysmo empezó a difundirse por la región de Oryol hacia 1771, cuando un campesino llamado Andrei Ivanov convenció a un grupo de trece discípulos para convertirse en eunucos por esos motivos religiosos. Ivanov fue encarcelado y enviado a Siberia pero su ayudante, el mencionado Kondraty Selivanov, pudo escapar y continuar su labor. Aprovechando la libertad de conciencia decretada por el zar Pedro III (en el contexto de una labor modernizadora del país que seguía el modelo de su abuelo pero que resultó muy impopular y al final le costó el trono), Selivanov se autoproclamó Dios de dioses y Rey de reyes.

Plana mayor de la Ojrana en 1905
Plana mayor de la Ojrana en 1905/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Vivió tranquilo un par de décadas en San Petersburgo gracias a que identificaba al zar con Cristo reencarnado, pero con la subida al poder de Pablo I se acabó su protección y en 1797 fue encerrado en un manicomio. Salió cuando a Pablo le sucedió Alejandro I, aunque en 1820 le confinaron de nuevo, esta vez en un monasterio. Allí murió en 1832, con cien años de edad.

Para entonces, el skoptsysmo se había extendido bastante, pese a la férrea persecución a que lo sometía la Tercera Sección (la policía secreta zarista, que en 1880 pasó a llamarse Ojrana) por su carácter secreto y juramentado. Ni las deportaciones ni los castigos humillantes (les obligaban a vestir de mujeres o a llevar carteles que les describían como tontos) pudieron acabar con los skoptsy, que además se extendieron a otros países como Rumanía.

La secta no hacía distingos y admitía tanto a campesinos como a aristócratas, a funcionarios como a militares, a comerciantes como a sacerdotes. En 1874 contaba con cinco millares y medio de adeptos, entre ellos mil quinientas mujeres, de los que una sexta parte y un centenar de féminas se habían castrado. Al entrar en el siglo XX siguieron creciendo y se cree que alcanzaron los cien mil seguidores, pero con el estallido de la Revolución Rusa y la instauración del régimen soviético se inició una nueva represión que fue debilitando paulatinamente el movimiento hasta acabar con él de forma definitiva a principios de los años treinta.


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