Hace poco hablamos de la costumbre otomana del fratricidio, y como la solución fue encerrar a los herederos de por vida en la Jaula del palacio Topkapi. Solo al que sería nombrado sultán le era permitido salir.

Pero sus desdichas no terminaban ahí. Mucho tenía que compensar el poder para soportar aquello y afrontar la vida en palacio, ya como sultán, pero prácticamente incomunicado y obligado a guardar silencio de por vida.

Porque una de las cualidades que debían poseer los sultanes otomanos era el silencio. Se consideraba altamente indecoroso que un sultán hablase demasiado, ni siquiera con sus sirvientes, visires y eunucos. Muchos no pudieron soportarlo y enfermaron de afecciones psicológicas.

Mustafa I / foto Wikimedia Commons

Tampoco era por voluntad propia, sino por cuestiones de estado. Muchos trataron de cambiar las cosas y prohibir la obligación de guardar silencio, pero parece que ninguno lo consiguió. Mustafa I, que reinó durante dos periodos desde 1617 a 1618 y desde 1622 a 1623, vio como sus visires declinaban su petición de levantar la prohibición, y se dice que en sus últimos años era visto frecuentemente arrojando monedas al mar para que se las gastasen los peces.

El caso era que las intrigas palaciegas entre visires, cortesanos, funcionarios, eunucos e incluso las mujeres del haren, por hacerse con cuota de poder eran de tal magnitud que la obligación del silencio pretendía prevenir a cualquiera oír cosas que no debería, ser sobornado, o revelar secretos.

De hecho, entre los siglos XVI y XVII la mayor parte de los sirvientes del sultán, porteros, eunucos y demás funcionarios de palacio debían ser sordomudos. De ese modo resultaba casi imposible comunicarse con ellos o implicarlos en conspiraciones.

Para que los sultanes pudieran hablar con sus sirvientes se inventó la Lengua de Señas Otomana, también llamada Lengua del Serrallo. Parece que el impulsor de la idea fue Osman II, que reinó entre 1618 y 1622, y fue el primero en emplearla ordenando igualmente que todos sus sirvientes debían aprender a utilizarla. En el apogeo de su reinado tenía más de 100 sordomudos a su servicio.

Estos le seguían a todas partes, fuera donde fuera, vigilándolo. Ahmed III, sultán entre 1703 y 1730, se quejaba a sus visires de que cada vez que entraba en una habitación había 40 personas observándolo. Incluso cuando se vestía debía estar acompañado por unos pocos.

Su único medio de comunicación era la lengua de señas, de la cual nada se ha conservado. Los expertos creen que era tan rica que permitía comunicar ideas de gran complejidad, y que se transmitía a los sirvientes jóvenes mediante fábulas e historias orales y escritas, hasta que se estableció en Estambul una escuela oficial de sordos para su aprendizaje.

El escritor español Otavo Sapiencia escribió en 1622: Toda la conuersación del Gran Turco es con mudos, enanos y truhanes, y en Palacio todos hablan a lo mudo, haziendo dello particular profesión, y no quiere otra conuersación, sino del dicho género de gente.

Pero ningún registro escrito ha sido hallado hasta el momento que permita reconstruir esta lengua, por lo que tampoco se sabe si la actual lengua de señas turca deriva de ella o no.


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