En 1926, en medio de una inestable situación de crisis en todos los aspectos (política, económica y social), un golpe de estado en Portugal derrocó al régimen republicano que década y media antes había conseguido expulsar al rey Manuel II. Se instauró así una dictadura militar conocida como Revolución Nacional que seis años más tarde entregó el poder a Antonio de Oliveira Salazar; era un ex-seminarista y catedrático universitario que había formado parte del nuevo gobierno como ministro de Finanzas pero que había renunciado al poco por no poder aplicar su programa, aunque no tardó en regresar. Su aplaudida labor en esa cartera y su habilidad para moverse en los entresijos políticos le impulsaron a terminar asumiendo el cargo de primer ministro.
Al frente del ejecutivo desarrolló lo que llamaba Estado Novo: un régimen inspirado levemente en el fascismo mussoliniano, basado en el partido único (Unión Nacional), un nacionalismo intenso y la concentración de poder en su persona, algo que terminó por identificar el proceso como salazarismo. La afinidad ideológica le llevó a autorizar la participación de una pequeña fuerza expedicionaria militar en la Guerra Civil española apoyando a Franco: no están claras las cifras pero se calcula entre 8.000 y 12.000 voluntarios a los que se conoció con el nombre de viriatos.
En 1939 terminaban las hostilidades en España y empezaban en Europa con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Salazar, que asumió personalmente la cartera de Exteriores, se alineaba ideológicamente con las potencias del Eje pero las tradicionales buenas relaciones con Gran Bretaña y el recuerdo de las consecuencias que supuso la participación en la Primera guerra Mundial, le hicieron decantarse por la neutralidad. El llamado Pacto Ibérico con el gobierno franquista oficializaba la creación de un Bloque Ibérico que no sólo mantenía a los dos países peninsulares al margen de las hostilidades sino que tranquilizaba a Lisboa ante la hipótesis de que España ocupara Portugal apoyada por Alemania para controlar el Atlántico.
Sin embargo hubo una corriente claramente germanófila que defendía el alineamiento con Hitler y estaba protagonizada por la Legión Portuguesa, una organización paramilitar impulsada por el gobierno en 1936, virulentamente anticomunista y que aglutinaba a unos veinte mil miembros. Como en España, cuando los alemanes iniciaron la Operación Barbarroja (la invasión de la URSS), se despertó el entusiasmo en esa milicia. Y el visto bueno del franquismo a la creación de la División Azul, un contingente militar que debía ir al país soviético a combatir encuadrada en la Wëhrmacht bajo el grito «¡Rusia es culpable!», supuso que varios antiguos viriatos se alistaran entusiásticamente.
No fueron muchos. Según los registros el número se quedó en 76, bastante pequeño teniendo en cuenta que la Legión Portuguesa tenía en esos momentos 53.000 miembros. De esos voluntarios, 22 eran lisboetas, 14 de Oporto, 8 de Portoalegre, 8 de Viana, 3 de Évora, 3 de Viana do Castelo, 2 de Beja, 2 de Braga, 2, de Coimbra, 2 de Faro, 2 de Setúbal, 1 de Castelo Branco, 1 de Guarda, 1 de Leiria y 1 de Madeira. Casi todos eran muy jóvenes, entre 18 y 20 años (pese que el reglamento de la División Azul prohibía inscribirse con menos de una veintena) y ninguno pasaba de 40. En su mayor parte ejercían oficios comunes con algunas excepciones (un estudiante universitario, un escritor…).
Dentro de la división se agruparon bajo el nombre, algo pretencioso dados sus exiguos efectivos, de Legión Verde y junto con sus compañeros españoles viajaron al frente de Leningrado en la segunda mitad de 1941, entrando en liza en el entorno del lago Ladoga. En la famosa batalla de Krasny Bor (10 de febrero de 1943), en la que unos 5.900 divisionarios tuvieron que enfrentarse a decenas de miles de enemigos, participaron también legionarios portugueses. Fue precisamente en ese combate donde fue capturado José Alberto Rodríguez Estévez, el único prisionero luso (estuvo en un gulag once años, hasta 1954), que se sumó así a la muerte del soldado Agustín Aveiro del Rosario, la única baja mortal de la Legión Verde en la lista de 4.000 caídos ese día.
Tras decidirse la supresión de la division y su regreso a España en otoño de 1943, se dejó una parte, la compuesta por los más radicales (2 millares de hombres), bajo la denominación de Legión Azul. Pero con el tiempo, a principios del año siguiente, ésta también fue disuelta y sus integrantes decidieron enrolarse en las Waffen SS. Entre ellos figuraba medio centenar de portugueses, aunque, al parecer, en su mayor parte no eran legionarios sino residentes en diversos puntos de Europa. Así fue el capítulo final de la Legión Verde, aunque la Legión Portuguesa seminal pervivió hasta la Revolución de los Claveles en 1974.
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