A caballo entre finales del siglo XIX y principios del XX, el embajador de Estados Unidos en Francia llevó a cabo una peculiar misión extra en París: la búsqueda en el antiguo cementerio protestante de St. Louis del cuerpo de un compatriota fallecido ciento trece años antes. Con la ayuda de un simple mapa y el asesoramiento de un prestigioso antropólogo, el 7 de abril de 1905 consiguió por fin dar con lo que buscaba. Una autopsia confirmó que se trataba de John Paul Jones, uno de los grandes héroes de la historia estadounidense, cuyos restos mortales, perdidos en medio de la vorágine de la Revolución Francesa (el camposanto había sido propiedad de la famila real y, en consecuencia, quedó semiabandonado), fueron repatriados a su país de origen a bordo del USS Brooklyn.

Nada más apropiado, puesto que probablemente había sido el marino más distinguido de la incipiente armada norteamericana, de la que es considerado padre. Y eso que había nacido en Escocia en 1747, pero tuvo que emigrar a Fredericksburg, Virginia (donde vivía su hermano), tras matar con su espada a un marinero amotinado cuando navegaba al mando del Betsy, un west indiaman (un tipo de barco de la costa este norteamericana), y sospechar que el juicio correspondiente no le auguraba nada bueno, dadas las influencias en el Almirantazgo británico del finado. Fue entonces cuando añadió al suyo el apellido Jones, para despistar.

Como se puede deducir, John Paul Jones se había embarcado desde muy joven, con trece años, aprendiendo la profesión en un buen número de barcos mercantes y esclavistas. En 1764 ya era tercer oficial del King George y cuatro años después el destino le ofreció su primera oportunidad de mando cuando la fiebre amarilla mató al capitán y el segundo de a bordo del bergantín John, quedando él con la responsabilidad de dirigirlo hasta Jamaica. Lo hizo de forma tan brillante que los armadores escoceses le ascendieron a capitán y le dieron un diez por ciento de la carga.

Retrato de John Paul Jones en 1781, obra de Charles Wilson Peale / foto dominio público en Wikimedia Commons

La carrera naval de Jones estaba ya asentada y realizó un par de viajes a las Indias Occidentales, ganando experiencia. Se topó entonces con el primer contratiempo: la disciplina que imponía a bordo era tan rígida que un marinero al que castigo a ser azotado -como era costumbre en la época- falleció. Consiguientemente, fue detenido y procesado y, aunque al final obtuvo la libertad bajo fianza y algunos apuntan a que la causa de la muerte no fueron los latigazos -no era un marinero propiamente dicho sino un carpintero recién embarcado y de familia influyente-, aquello quedó para siempre en su expediente. De ahí los problemas posteriores por el duelo que le obligaron a emigrar.

Su hermano, dueño de una plantación, acababa de morir y Jones, renunciando a la vida campesina, no tuvo problema en continuar su carrera naval al enrolarse en 1775 en la llamada Continental Navy, germen de la futura US Navy, que estaba necesitada de oficiales porque ya había estallado el movimiento por la independencia frente a Gran Bretaña. Así, recibió el cargo de primer teniente de la fragata USS Alfred, de veinticuatro cañones, con la que interceptó al Mellish (un navío que llevaba suministros a Canadá para el general británico John Burgoyne) y en la que pasó a la historia al izar la bandera de los nuevos Estados Unidos de América por primera vez. Tras algunas acciones en Nassau, a Jones se le entregó el mando de la corbeta USS Providence mientras se terminaba el plan de construcción de trece fragatas. Con la Providence capturó dieciséis naves enemigas y campó a sus anchas por Nueva Escocia.

El fuerte carácter de Jones le jugó otra de las varias malas pasadas que sufriría a lo largo de su vida, al discutir con su superior, el comodoro Hopkins, quien, como castigo, en vez de darle la fragata prometida le destinó a una pequeña corbeta, la USS Ranger. Con ella debía viajar a Francia llevando a los comisionados encargados de solicitar ayuda, uno de los cuales era Benjamin Franklin, con quien entabló una estrecha amistad hasta el punto de que, en 1778, ingresaron juntos en la logia masónica Les Neuf Soeurs. La misión tuvo éxito y ese mismo año Francia reconocía la independencia de los Estados Unidos y firmaba una alianza con ellos.

En abril, la USS Ranger zarpó de Brest y llevó a cabo una serie de incursiones por las costas británicas, estando a punto de capturar la corbeta HMS Drake en su propio puerto con un asalto nocturno y realizando un desembarco (también de noche) en Whiteheaven, el pueblo donde Jones había empezado a navegar, incendiándolo y provocando el caos entre los cientos de mercantes carboneros anclados en el puerto. También atacó puntos del litoral escocés e intentó capturar al conde de Selkirk para intercambiarlo por marinos estadounidenses presos, aunque el aristócrata resultó estar ausente y hubo que conformarse con saquear su mansión (por cierto, al acabar la guerra Jones le devolvió su parte del botín). Para resarcirse, volvió a Irlanda y esta vez, tras duro combate, logró hacerse con la HMS Drake.

El sarcófago con los restos de John Paul Jones en la Academia Naval de los Estados Unidos / foto dominio público en Wikimedia Commons

A pesar de que tuvo un nuevo altercado, esta vez con su segundo Simpson, al que había confiado la corbeta inglesa y terminó sometiendo a un consejo de guerra por pretender actuar por su cuenta, el regreso de Jones a América fue triunfal y en 1779 obtuvo el mando del USS Bonhomme Richard, un mercante donado por Francia y transformado en buque de guerra de cuarenta y dos cañones. Con el dirigió una flota, que también incluía naves galas y españolas, que debía atacar la costa británica. El momento álgido de esa campaña fue la batalla de Flamborough Head; Jones perdió su barco en un enfrentamiento con la fragata HMS Serapis, más artillada, pero entró en la leyenda con una frase histórica: «¡Aún no he empezado a luchar!», gritó cuando le conminaron a rendirse. En el fragor de la lucha, Jones resultó herido y tuvo que ser trasladado a una nave francesa, pero mientras el Bonhomme se iba a pique aún tuvo tiempo de dejar otra perla: «Puede hundirse pero que me aspen si me rindo». Aquel choque terminó más bien en tablas pero sus palabras se difundieron por todo Estados Unidos y, en 1780, Luis XVI nombró caballero a John Paul Jones; Gran Bretaña, por contra, le daba consideración de pirata.

Poco importó porque en 1783 Estados Unidos ya era un nuevo país, poniéndose fin a la guerra. Cuatro años después, echando en falta la acción, Jones se puso al servicio de Catalina la Grande en la Armada Imperial Rusa, en el conflicto que libraba ese país con los turcos. Con el cargo de contraalmirante y al mando del buque Vladimir, participó en la campaña del Dniéper-Bug Liman a las órdenes del príncipe Carlos de Nassau-Siegen, con el que el temperamental estadounidense no se llevó bien. Grigori Potemkin le destinó entonces al Mar del Norte, pero se presentó una nueva adversidad en forma de acusación de abuso sexual a una niña de doce años. No quedó claro si realmente había algo o se debía a las intrigas que sobre él desataron el príncipe Nassau-Siegen e incluso los marinos británicos al servicio ruso, que aún se la tenían jurada. Amargado, Jones dejó Rusia y en 1789 recaló en Varsovia, donde un antiguo compañero de armas, Tadeusz Kosciuszko, le sugirió entrar al servicio de Suecia.

La cosa no llegó a concretarse y el marino terminó en París donde, en junio de 1792, fue nombrado cónsul de Estados Unidos. Allí murió a los cuarenta y cinco años de edad por una nefritis. El ataúd que el embajador llevó de regreso a su país fue depositado en la Academia Naval de Maryland y luego sustituido por un espléndido mausoleo, como corresponde a uno de los grandes héroes de aquella joven nación.


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