¿Quién no ha leído Los tigres de Mompracem o visto la legendaria serie televisiva Sandokán? Incluso a quien no lo haya hecho le sonará el nombre de ese personaje creado por la pluma de Emilio Salgari: un príncipe de Borneo al que los británicos despojaron de su trono tras asesinar a su familia y que, reconvertido en pirata, se dedica a atacar los intereses del imperio bajo el sobrenombre de El Tigre de Malasia.

El escritor italiano publicó hasta once novelas de la saga pero fue en las dos primeras donde quedó perfilado un villano que, curiosamente, no nació de su febril imaginación sino que existió realmente: James Brooke, el rajá blanco de Sarawak.

Brooke fue uno de esos personajes heterodoxos, un aventurero inclasificable hecho a sí mismo que supo forjarse su propio destino y triunfar, un poco al estilo de lo que que Kipling narraba en El hombre que pudo reinar (donde, por cierto, se le cita) pero con éxito final. O, como le definió George MacDonald Fraser en su novela Flashman y señora, donde le convierte en anfitrión del protagonista: «Fue uno de aquellos victorianos que tenían una inconmovible confianza en su propia misión civilizadora y disfrutaban luchando contra sus enemigos». De hecho, Joseph Conrad también se inspiró en él para el protagonista de Lord Jim.

Tres clásicos que tratan a Brooke

Su mismo lugar de nacimiento en 1803, Benarés (actual Vanarasi, India), parecía predisponerle a su azarosa vida en escenarios exóticos. Era de buena familia (el padre, juez) y por eso no tuvo problema en enrolarse como teniente en la Compañía de las Indias Orientales, que desde el siglo XVI tenía el monopolio del comercio con Oriente e incluso contaba con su propio ejército privado (aunque el Estado tenía participación).

Como oficial participó en varias acciones bélicas e incluso fue herido en Burma en 1825, pero terminó dimitiendo en 1830 con la idea de prosperar por su cuenta, embarcándose a lo largo de la década siguiente en una serie de viajes comerciales con una goleta que adquirió gracias a la herencia que obtuvo cuando falleció su padre.

James Brooke raja blanco de Sarawak

Brooke había pasado su convalecencia leyendo relatos de aventuras y ya tenía en mente un nombre que se convirtió en una obsesión: Borneo. Tras negociar permisos con las autoridades coloniales británicas, a las que convenció hábilmente con el siempre recurrente tema evangelizador, en 1841 consiguió llegar a Sarawak, la región litoral noroeste de la isla, que en aquellos momentos se hallaba en un delicada situación, asolada por los renombrados piratas moros.

El británico ofreció su ayuda al sultán, organizó un variopinto ejército que juntaba malayos, dayaks y chinos, e hizo desaparecer la piratería de aquellas costas. Como premio se le concedió el título de rajá de Sarawak.

Si bien carecía de experiencia en cuestiones administrativas, bajo su gobierno se promulgó un código legal igualitario, se fomentó la actividad comercial de la próspera minoría china y siguió persiguiendo a los moros. En Londres no veían con buenos ojos aquellas iniciativas individuales pero, dado que el sultán de Brunei se mostraba conforme, terminaron aceptando la situación.

Los dayaks, guerreros fieles a Brooke / foto Tropenmuseum en Wikimedia Commons

Incluso proporcionaron la ayuda de algunos barcos de la Royal Navy al mando del capitán Henry Keppel, que trabó amistad con el rajá blanco y juntos barrieron los pueblos que daban refugio a los piratas pero respetando la vida de sus familias, ganándose hábilmente a muchos, que abandonaron aquel estilo de vida. En aquellas operaciones colaboró también el famoso almirante Thomas Cochrane.

En 1847, poco después de afrontar un fallido intento de golpe de estado, Brooke fue llamado a Inglaterra, donde primero tuvo que someterse a una investigación instigada por Gladstone y otros políticos que desaprobaban sus expeditivos métodos, y después, una vez exonerado, fue distinguido con la Orden del Baño, además de ser nombrado gobernador de Labuán y cónsul en Borneo.

De vuelta a Sarawak se encontró con una revuelta de los chinos que solucionó con contundencia. Así transcurrieron diez años más y en 1856 la malaria y la viruela empezaron a pasarle factura a su salud, por lo que empezó a planterase el retiro. Algo en lo que también influyeron las deudas que había ido contrayendo con la Compañía de las Indias Orientales.

Fotografía de Brooke en su última época / foto dominio público en Wikimedia Commons

Brooke nombró sucesor a su sobrino, dado que carecía de descendencia. Este tema ha sido siempre muy controvertido, pues al rajá blanco no se le conocieron relaciones con mujeres salvo en su juventud, en que mantuvo un noviazgo con la hija de un clérigo. Asimismo, se sabe que reconoció un hijo aunque no hay mucha más información. Una rica dama inglesa, Angela Burdett-Cotts, se enamoró de él y le ofreció su fortuna pero Brooke rechazó la oferta, según algunos porque la herida recibida en 1825 no había sido en el pecho sino en los genitales, dejándole impotente, y según otros porque en realidad era homosexual (se le adjudican relaciones afectivas con varios adolescentes, unos ingleses y otros malayos).

El caso es que John Brooke Johnson-Brooke, hijo mayor de su hermana que había sido designado en 1861 para continuar su labor, no duró mucho en el cargo; el rajá blanco, descontento con él, le destituyó a los dos años y en su lugar puso a otro sobrino, Charles Anthony Johnson Brooke: los hijos de éste prolongaron la saga hasta la invasión japonesa de Borneo en 1942.

En 1868 una apoplejía, la tercera que sufría, acabó con la vida de aquel insólito personaje, cuyos restos descansan en una iglesia de Plymouth. Nadie mejor que MacDonald Fraser para acabar: «No había escasez de héroes a los que venerar en la época victoriana, pero entre los Gordons, Livingstones, Stanleys y demás, James Brooke ocupó merecidamente un lugar único. Después de todo, representaba al típico aventurero inglés de la vieja tradición: independiente, intrépido, honesto, gazmoño, y animosamente inmodesto, y con un pequeño toque de bucanero; no fue de extrañar que toda una generación de novelistas jóvenes lo tomaran como modelo. Lo cual era un gran cumplido, pero no mayor que el que le tributaron las tribus de Borneo; para ellos, según dijo un viajero, era simplemente sobrehumano. Los piratas de las islas quizá hubieran estado de acuerdo».


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