Tiene su lógica que las localizaciones exteriores de la película King Kong (la versión de John Guillermin de 1976, la protagonizada por Jessica Lange) y Seis días y siete noches (dirigida por Ivan Reitman en 1998 y que fue descrita sarcásticamente como unas vacaciones pagadas de Harrison Ford), tuvieran lugar en un mismo y maravilloso enclave hawaiano: el valle de Honopu, que con su extraña pero magnética apariencia lo mismo se adaptaba al misterio de la selva donde vivía el gorila gigante que a la isla paradisíaca donde debían aterrizar de emergencia el tunante piloto y la remilgada editora.
El valle está en la costa noroeste de la isla de Kauai, la cuarta en tamaño del archipiélago y a la que se conoce como Garden Isle por razones obvias. Un sitio cuya fotogenia cinematográfica es inacabable, como lo demostró John Ford en aquella película en la que John Wayne y Lee Marvin se pasaban todo el tiempo a puñetazo limpio (La taberna del irlandés), igual que la cuarta entrega de Piratas del Caribe simulaba desarrollarse en la costa caribeña y Elvis Presley ambientaba sus canciones (Amor en Hawai).
Como las demás islas de su entorno, Kauai es de origen volcánico y tiene una abrupta orografía de montañas, bosques y cascadas, con una fuerte erosión que ha moldeado profundos cañones y valles de formas fantásticas. Cuando el navegante James Cook llegó a Hawai en 1778, redescubriendo para el mundo occidental el sitio que avistara Ruy López de Villalobos en 1555 (y bautizándolo como Islas Sandwich), fondeó en la bahía de Waimea, que está precisamente en Kauai.

Cook no podía imaginar siquiera que casi tres siglos después haría lo mismo un equipo de rodaje porque también Steven Spielberg situó allí algunas escenas de Parque Jurásico. En cierto modo, el mito se cumplió con creces, pues contaba que el dios Lono, uno de los cuatro anteriores a la creación del mundo y que había bajado a Hawai por el arco iris para casarse con una nativa, enloqueció luego de celos y la mató, echándose entonces a la mar en una canoa. Se supone que un día regresaría y los indígenas tomaron a Cook por su encarnación (al menos hasta que se hartaron de él y le mataron). Como se ve, después llegaron muchos más lonos.
Pero siendo una maravilla toda la isla, el valle de Honopu es algo especial. Forma parte del Na Pali State Park y su nombre significa concha, aludiendo al característico ulular del viento cuando pasa entre las rocas de los acantilados, similar al sonido que sale al soplar por un caracola. El valle desemboca en una playa aislada por una especie de soberbio abrigo de piedra, unos imponentes farallones a cada lado, uno de los cuales forma un impresionante arco natural (el vano tiene 27 metros de altura) que comunica con la vecina de Kalalau; sólo desde ésta se puede acceder a la de Honopu, pues otros caminos terrestres están restringidos en aras de preservar su estado salvaje y virgen. La alternativa es llegar nadando desde un barco, siempre que uno esté dispuesto a afrontar las olas de doce metros.
Pero siendo extraordinario el paisaje, lo es aún más cuando se tiene en cuenta la historia que acredita. Hasta la mitad del del siglo XIX, Honopu estuvo habitado por una misteriosa tribu, incomunicada del resto del territorio insular por la agreste naturaleza descrita. En 1922, una expedición arqueológica desenterró varios restos óseos y el análisis de los cráneos llevó a especular que se trataba de los Kama’aina o Menehune, un pueblo que antecedió cronológicamente a los hawaianos actuales (éstos descienden de oleadas de navegantes polinesios que llegaron entre los siglos IV y IX) y que habría quedado aislado, olvidado. Sin embargo, actualmente se ha descartado esa teoría y los huesos se adjudican a hawaianos tipo.
Luego se encontraron restos de arquitectura religiosa y necrópolis, especialmente en los acantilados. Como suele ocurrir en estos casos, las leyendas perduraron a pesar del esfuerzo de los arqueólogos por desgranar lo verdadero de lo falso. Resulta divertido saber que el más famoso e imposible de ellos, Indiana Jones, estuvo en la isla de Kauai (aunque no exactamente en Honopu) porque las escenas iniciales de En busca del arca perdida se rodaron cerca: la exuberante vegetación del valle, tapizado de una densa capa de palmeras, helechos y frutales silvestres, pasaba perfectamente por la Amazonía.
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