Ya es casi una tradición, no por fea menos real, que en España se tienda a olvidar las gestas de sus personajes históricos mientras que otros países hacen exactamente lo contrario, a veces incluso a costa de exagerar. En ese capítulo encajaría la figura de Francis Drake, el famoso navegante y corsario inglés, a quien el incuestionable mérito de haber circunvalado el mundo no parece hacer olvidar que no fue el primero, pues le precedió el viaje de Magallanes y Elcano y, como veremos, se puede sumar algún otro.
Es el mismo Drake que hoy da nombre al tramo de océano que separa el Cabo de Hornos (o sea, el extremo de Sudamérica) de las Islas Shetland (al norte del Polo Sur), formando parte del Océano Glacial Antártico, obviando que antes se llamaba Mar de Hoces en recuerdo de su verdadero descubridor más de medio siglo antes.
Francisco de Hoces, era su nombre. Como pasa con otros contemporáneos, se ignora casi todo de su pasado anterior a los hechos -ni siquiera constan ni el lugar ni la fecha de nacimiento-, así que podemos decir que, para la Historia, su vida comienza en 1525. Ese año se incorporó a la expedición que desde hacía más de un año preparaba García Jofre de Loaísa por orden de Carlos V con el objetivo de llegar a las Islas de la Especiería (las Molucas), que se disputaban Castilla y Portugal. Loaísa reunió cuatrocientos cincuenta hombres (entre ellos Rodrigo de Triana, el marinero que avistó América en el primer viaje de Colón, y el citado Elcano) y siete naves, una de las cuales era la carabela San Lesmes, a cuyo mando estaba Francisco de Hoces.
Zarparon de La Coruña el 24 de julio de 1525 y, tras una escala en La Gomera, la ruta que siguieron fue paralela a la costa africana. Aguas portuguesas en las que, como cabía esperar, se toparon con una carabela de ese país pero tras capturarla le permitieron seguir a cambio de llevar correspondencia. Poco más tarde descubrieron la isla guineana de Annobón, a la que bautizaron como San Mateo, y después tomaron los Alisios alcanzando Brasil y navegando rumbo sur desde allí hasta el Estrecho de Magallanes, al que llegaron el 14 de enero de 1526. Por el camino se habían perdido dos barcos, desaparecidos en medio de una tormenta.
Pese a que Elcano y otros ya habían estado allí en 1520, no acertaron a dar con el paso y la escuadra encalló, aunque pudo liberarse con la pleamar… para enfrentarse a una terrible tempestad que hizo naufragar la nao Sancti Spiritus; una pequeña parte de los náufragos logró llegar a tierra, donde vivieron una dura odisea. Días después reaparecieron las dos naves perdidas y así, reunida la flota, se inició la travesía del estrecho.
Aquí es donde entra en liza Francisco de Hoces. En medio de un espeluznante oleaje, Elcano encontró una abrigo donde poner a salvo la nao Santa María de Parral, junto el patache Santiago. Sin embargo, la San Lesmes fue empujada hacia delante por el fuerte viento y alcanzó los 55º de latitud, avistando el Cabo de Hornos a finales de enero y sobrepasando el extremo meridional del continente americano (lo que él llamó el acabamiento de la Tierra). El resto de la flota se reunió con la carabela en febrero, salvo la nao Anunciada, cuyo capitán, Pedro Varela, desobedeció las órdenes y decidió dar media vuelta para intentar llegar a las Molucas doblando el Cabo de Buena Esperanza, mucho más seguro; nunca más se volvió a saber de ese barco. Lo peor es que al poco lo imitaba la nao San Gabriel, aunque en este caso se sabe que se salvó por poco del ataque de tres galeones franceses y consiguió arribar a Bayona.
Tras afrontar más temporales, el ataque en canoas de indios patagones e incluso una gravísima plaga de piojos a bordo, alcanzaron la isla Desolación, dejando atrás el paso. Era el 26 de mayo de 1526, lo que significaba que emplearon nada menos que cuarenta y ocho días en atravesarlo. Entonces se desató una nueva y brutal tormenta que desperdigó la escuadra. La capitana Santa María de la Victoria pudo llegar a Guam y Mindanao antes de arribar a su destino en Molucas pero, por el camino, el escorbuto mató a Loaísa y Elcano; quedó al mando Alonso de Salazar pero también falleció y la responsabilidad recayó entonces en el cosmógrafo Andrés de Urdaneta, quien al regresar a España (tras circunvalar el globo, por lo que Drake no sería el segundo sino el tercero) entregó un memorial del viaje al emperador . La Santa María de Parral continuó la singladura y alcanzó también las Célebes, aunque un motín supuso la muerte de su capitán y la nao terminó embarrancada; los pocos supervivientes que no murieron a manos de los nativos fueron rescatados dos años después… para acabar ejecutados. El patache Santiago viró al norte y en un viaje inaudito logró fondear… ¡en Nueva España! Sus tripulantes se enrolarían en la expedición de Álvaro de Saavedra, que fue quien capturó a los amotinados de la Parral.
Pero la historia más enigmática y atractiva fue la de la carabela San Lesmes, que desapareció en la mar. Era una nave de ochenta toneladas tripulada por medio centenar de hombres, la mayoría gallegos aunque consta que había también asturianos, vascos y flamencos. Durante dos siglos se la dio por hundida y en 1772 la fragata Magdalena encontró una cruz en Tahití cuya autoría se adjudicó a los náufragos, lo que llevó al marino e historiador decimonónico Martín Fernández de Navarrete a proponer la teoría de que las corrientes habían arrastrado a la San Lesmes hasta allí. Se abrió así la veda de las teorías: unas apuntaban a que llegaría a Nueva Zelanda, otras a Australia; éstas a su apresamiento por la flota del portugués Gomes de Siqueira (que habría ejecutado a los tripulantes por entrar en sus aguas), aquellas a un naufragio en la Polinesia y no falta quien conjuga todas estas hipótesis en una, como el francés Roger Hervé.
Precisamente en Amanu, una isla del archipiélgo de Tuamotu (que había descubierto Magallanes), se encontraron cuatro cañones españoles del siglo XVI, allá por 1929. Algunos expertos los identificaron como pertenecientes a la San Lesmes, cosa difícil de corroborar porque lamentablemente se perdieron. Sin embargo, en 1969 aparecieron otros dos y el investigador australiano Robert Langdon cree que, en efecto, eran de la carabela desaparecida. Según sus conjeturas, el barco encalló en los arrecifes y la tripulación tiró los cañones para aligerar el peso; lo consiguieron y siguieron navegando, desembarcando marineros en un par de atolones antes de alcanzar Nueva Zelanda. La huella genética de aquellos hombres, dice Langdon, explicaría por qué otros marinos como Fernández de Quirós o Cook encontraron indígenas con rasgos raciales blancos y elementos culturales occidentales, como hórreos.
La última noticia sobre Francisco de Hoces, facilitada por el patache antes de que se separasen, fue que estaba enfermo y había tenido que ser relevado del mando por su segundo, Diego Alonso de Solís. Por tanto, el final de su vida resulta tan misterioso como el comienzo: aparece en la Historia en 1525 y se esfuma en 1526. Pero, al menos, cabe reivindicar que el Paso de Drake fue antes el Mar de Hoces.
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