Si alguien piensa que la Guardia Suiza del Vaticano tiene una mera función representativa y que sus miembros únicamente están para adornar las esquinas o hacerse fotos con los turistas se equivoca de medio a medio. Se trata de un cuerpo militar que realmente desempeña la misión de velar por la seguridad del Papa y vigilar ese pequeño estado. Y aunque hoy en día sólo cuenta con un centenar de efectivos, en otros tiempos formó parte de un auténtico ejército y, como tal, participó en varias acciones bélicas en defensa de los intereses de la Santa Sede.

Para ser exactos, no sólo los suizos componían el ejército pontificio: también estaban la Guardia Noble del Cuerpo de su Santidad, la Guardia Palatina de Honor y la Gendarmería Pontificia (que era una especie de policía) y, más atrás en el tiempo, los Zuavos Pontificios, los Lanzas Quebradas, la Guardia de Caballería Ligera, el Arma de Artillería, etc. Los tres primeros cuerpos fueron disueltos en 1970 por Pablo VI, en un proceso de desmilitarización del Vaticano. Un paseo por el Museo Histórico del Vaticano muestra los diferentes uniformes y equipamiento que utilizaron.

Los vistosos trajes de la Guardia Suiza, que corresponden exclusivamente a ésta, no fueron diseñados por Miguel Ángel, como dice la leyenda, sino que son mucho más recientes, de principios del siglo XX, concebidos por un comandante llamado Jules Répond; se basó para ello en pinturas renacentistas pero de Rafael (los vivos colores representan al apellido Della Rovere aunque también usaron el rojo de los Médici). De hecho, los guardias utilizan material moderno, con armas cortas (pistolas) y largas (subfusiles), aunque de cara al público únicamente luzcan las famosas alabardas y, en ocasiones solemnes, coraza y morrión.

Hay que remontarse a principios del siglo XVI para encontrar el origen de esta institución. Como en aquella época los mercenarios suizos constituían la élite guerrera europea, el papa Sixto IV firmó una alianza defensiva con la Confederación Helvética que luego fueron renovando sus sucesores, empleando aquellas tropas en los conflictos territoriales de una Italia a la que aún le faltaban cientos de años para estar unida. Por eso se mantiene la tradición de reclutar a los guardias entre católicos suizos (que además deben tener entre 19 y 30 años, ser solteros, superar el 1,74 de altura y tener experiencia en las Fuerzas Armadas Suizas). En enero de 1506 Julio II decidió contar con un cuerpo permanente ante la amenaza de invasión francesa, así que contrató a 150 suizos para formar la llamada Guardia Pontificia, con el veterano capitán Gaspar von Silenen al frente.

Su bautismo de fuego propiamente dicho, ya como cuerpo permanente, llegó el 6 de mayo de 1527, cuando el ejército imperial de Carlos V protagonizó el famoso Saco de Roma. Eran 20.000 hombres entre los que había españoles e italianos pero, sobre todo, lansquenetes alemanes, incluidos varios contingentes luteranos por curioso que suene. Las tropas imperiales desobedecieron a sus mandos, irritadas por el retraso en las pagas y la actitud hostil de Clemente VII, siempre favorecedor de los intereses de Francia. Los soldados asaltaron la ciudad, matando, robando y violando sin freno.

Foto dominio público en Wikimedia Commons

Llegados ante la Basílica de San Pedro, intentaron entrar por la fuerza y los suizos se vieron obligados a formar un círculo alrededor del pontífice, protegiendo su huida hacia el interior del templo, donde estaba la entrada al Pasetto di Borgo, un pasadizo medieval de casi un kilómetro de longitud que llevaba hasta el Castillo de Sant’ Angelo. Clemente logró refugiarse mientras sus guardias cubrían la retirada con sus vidas. La última resistencia la ofrecieron en la parte izquierda de la basílica, cerca del Camposanto Teutónico: allí cayeron 147 de los 189 que lucharon, hasta el punto de que, al acabar aquel caos, la protección del Papa tuvo que correr a cargo de cuatro compañías de españoles y alemanes católicos. Una docena de suizos supervivientes se les sumó y el resto optó por volver a su país. La ceremonia de juramento de fidelidad que la Guardia Suiza hace actualmente cada 6 de mayo rememora estos hechos.

En 1548, Pablo III reorganizó la Guardia Suiza aumentándola a 225 efectivos. Parte de ellos formaron parte de un contingente que Pío V envió de refuerzo a la Santa Liga Cristiana, que dirigía Don Juan de Austria contra los turcos. Se embarcaron en una de las galeras y, así, el 7 de octubre de 1571 volvieron a entrar en combate. Pero esta vez salieron victoriosos: fue, obviamente, en la batalla de Lepanto, durante la cual consiguieron arrebatar al enemigo dos banderas.

A partir de entonces se impuso un prolongado período de calma que duró dos siglos, hasta que en 1798 Napoleón se adueñó de Italia y forzó a Pío VI a disolver la Guardia Suiza. Esa situación duró tres años porque en 1801 Pío VII volvió a formarla, aunque con apenas 64 miembros que León XIII aumentó a 200 en 1824.

La tensión se disparó de nuevo cuando el país se vio envuelto en el proceso de unificación, durante el que el Vaticano perdió gran parte de sus territorios y quedó rodeado por tropas hostiles. La pequeña hueste pontificia se aprestó para la defensa junto a sus aliados franceses pero, paralelemente, Napoleón III cayó derrotado en Sedán y el Papa se quedó solo. Roma pasó a manos de Garibaldi y las tropas vaticanas fueron disueltas, quedando únicamente los cuerpos citados al principio. Nunca más trabarían combate.


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