El concepto de atlas visual -representación de historia, técnica, arte y otros aspectos en un trasfondo geográfico- es muy reciente pero, sin ser nombrados de esa manera, hace ya muchos siglos que se elaboraron mapamundis que contenían mucha más información que la meramente geográfica y la exponían gráficamente. Dos buenos ejemplos son los llamados mapamundis Hereford y Ebstorf, que además son los mapas medievales más grandes del mundo.

Hereford

Es posible que el primero le suene a más de un lector por la polémica que protagonizó en 1988 el párroco de Hereford, donde se conserva, cuando propuso venderlo en una subasta de Sotheby’s para afrontar los problemas financieros de la diócesis. Al final, por suerte para los escandalizados vecinos, el mecenazgo solventó la cuestión con la construcción de una gran biblioteca en la que se expone al público. Pero involuntariamente -se supone-, el sacerdote le hizo una gran publicidad a lo que era una pieza excepcional.

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Se trata de un mapamundi, dibujado sobre un pergamino de medidas 132 x 162 cm y enmarcado en roble, que colgaba de una pared de la catedral local excepto en períodos turbulentos, en que se escondía bajo el suelo de una de las capillas, hasta que en 1855 se procedió a su limpieza y restauración por parte del British Museum. La autoría se atribuye a un tal Richard de Haldingham, notable de Lafford -su firma está en la esquina inferior izquierda-, quien admite haberse documentado en las obras de Solino y Orosio. Ha sido datado en tiempos medievales, en el año 1285 d.C.

Como era normal por entonces, el mapa representa un O.T, es decir, un Orbis Terrarum, que es un tipo de representación cartográfica creada por San Isidoro para su obra Etimilogías, pero que bebía de la tradición romana iniciada por Marco Vipsanio Agripa. De ese mismo estilo hay otros importantes ejemplos que también se pueden considerar atlas visuales, caso del de Beato de Liébana, el Salterio de la abadía de Westminster, etc. En ellos destaca la T con que se articula la representación, formada por el Mediterráneo (brazo vertical) separando Europa de África y los ríos Nilo y Don más el Mar Negro (brazo horizontal) que separan nuestro continente de Asia. El anillo exterior correspondería al océano y la población humana, descendiente de los hijos de Noé, se reparte por el trifolio terrestre.

Mapamundis Herefors Ebstorf atlas visuales del Medievo

El mapamundi de Hereford sigue ese esquema. Tiene forma circular, estando presidido por un Pantocrátor (Cristo en majestad) en el Paraíso, situado en la parte alta (que corresponde al Este porque por allí sale el sol) y rodeado de un muro de fuego que cierra el paso a los condenados al infierno por el Juicio Final. Debajo está el mundo conocido, con Jerusalén en el centro (un pequeño agujero indica que se hizo con un compás) y los continentes excepto América (porque aún quedaban más de dos siglos para su descubrimiento). No faltan océanos y mares, así como la señalización de casi medio millar de localidades, muchas de ellas habitadas entonces y otras sólo citadas en la Biblia.

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Pero también hay otros elementos bíblicos, hasta una quincena. Así, fijándose detalle a detalle, podemos ir viendo la torre de Babel, el Arca de Noé o la ruta seguida por los judíos en su Éxodo (con el Mar Rojo pintado de ese color). Igualmente, abundan las referencias a leyendas medievales: el unicornio, los hombres salvajes, una treintena de criaturas antropomórficas fantásticas… Otros mitos son clásicos (8), como las columnas de Hércules en Gibraltar, el Vellocino de Oro o el laberinto del Minotauro en Creta. No todo es imaginario porque también aparecen el campamento de Alejandro Magno, la medición del mundo ordenada por Julio césar y una pequeña recopilación de 33 animales y plantas de todo el mundo, algunos tan exóticos de aquélla como el camello asiático o los elefantes de guerra que aparecían en los relatos clásicos, otros fantásticos.

Ebstorf

El mapamundi de Ebstorf es un pergamino aún mayor que el anterior (¡13 metros cuadrados!) que, de hecho, fue el mapa más grande su época. La misma que la de Hereford, pues está fechado en el año 1300 y fue realizado en un monasterio benedictino de la Baja Sajonia. Lamentablemente, aunque la pieza se encontró en dicho monasterio en 1830, los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial lo destruyeron y hoy en día sólo lo conocemos por las fotografías que, por suerte, se le habían realizado en 1891 y que han permitido hacer reproducciones facsímiles.

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Se desconoce quién era Gervasio de Ebstorf, el autor, identificándolo algunos expertos con Gervasio de Tilbury (un sabio inglés autor de la obra Otia imperialia, una especie de enciclopedia sobre historia, geografía y naturaleza concebida para la pedagogía de la realeza), aunque no es seguro. En cualquier caso, su mapamundi es del mismo estilo O.T. que el de Hereford -en realidad una cruz, más bien- y tiene bastantes similitudes con él: esa forma circular con el oikumene (el mundo habitado conocido) distribuido entre los tres continentes: Asia en la parte superior, África en la inferior y Europa a la izquierda; Jerusalén, en el centro una vez más.

En este caso, el Pantocrátor no queda al margen sino colocado de una peculiar manera: como si estuviera detrás, con la cabeza asomando arriba (recordemos, el Este), los pies abajo y las manos a los lados, tal cual estuviera sosteniendo el conjunto formando la referida cruz. El Paraíso queda en Asia, de nuevo rodeado por un muro de fuego, junto a China y el Ganges; más abajo, la tierra de Gog y Magog separada del resto por la muralla de Alejandro. Al oeste, las amazonas y la Cólquida. El continente africano, más pequeño por desconocido, aparece poblado de trogloditas, 24 razas imaginarias y el bestiario habitual. Muestra el Jardín de las Hespérides en Marruecos y sitúa el nacimiento del Nilo en Mauritania. El oceáno vuelve a rodear el mundo y, otra curiosidad, los Pirineos cruzan transversalmente la Península Ibérica.

Los mapamundis Hereford Ebstorf atlas visuales del Medievo

Estos atlas eran también auténticas guías de viaje -no de bolsillo precisamente- y pretendían ser útiles, tal como el propio Gervasio de Ebstorf dijo, recalcando esa idea en un texto al margen de su obra: “Puede verse que este mapa es de no poca utilidad para sus lectores, dando direcciones a los viajeros de las cosas más placenteras en el camino”.

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