Ahora que las enciclopedias agonizan, consumido su período de esplendor en papel y superadas por las que ofrece on line el medio digital -léase Wikipedia y derivados-, no está de más recordar una de las destacadas de la Historia. No es de las primigenias porque el ansia del Hombre por recopilar documentalmente los conocimientos se pierde ya en la noche de los tiempos, pero sí es de las más curiosas por el formato elegido.

Me refiero a la Suda, una enciclopedia escrita en griego por, presumiblemente, un sabio bizantino del siglo X y cuya característica principal, tan original como novedosa, fue ordenar las entradas alfabéticamente para facilitar su búsqueda, utilizando un sistema llamado antistoichia que consistía en la ordenación por sonidos y no por las mismas letras. Y no eran pocas dichas entradas, unas treinta mil, en su mayor parte referentes a cuestiones históricas, literatura y a la etimología de las palabras.

Como decía, la Suda, cuyo nombre no tiene un significado demasiado claro pero parece hacer referencia a una fortificación, no fue la enciclopedia más antigua de la que se tiene noticia, ni mucho menos. Los primeros intentos conocidos se hicieron en Oriente Próximo (Sumeria, Ebla) y Egipto (las llamadas onomásticas); luego, en la antigua Grecia, se pueden citar las recopilaciones de los estudios de clásicos como Platón, Aristóteles y otros filósofos.

En Roma hubo un buen puñado de autores que elaboraron enciclopedias, caso de Varrón (Antiquitatum rerum humanarum et divinarum libri XLI), Celso (De Artibus), Plinio el Viejo (Naturalis Historia), Gelio (Noctes Atticae), Solino (Polyhistor), Marcelo (De compendiosa doctrina), Capella (De nuptiis Philologiae et Mercurii) o Mauro (De rerum naturis). Todos estos títulos se han perdido total o parcialmente y de algunos sólo conocemos partes por copias posteriores. El gran momento de este tipo de obras llegó a partir de la Alta Edad Media con las Etimologías de San Isidoro, en el siglo VII, a partir del cual la lista se multiplica y hace imposible reseñar todo lo publicado; eso sí, es inevitable citar la famosa L’Encyclopédie de D’Alembert y Diderot o la Enciclopedia Británica.

Eustacio de Tesalónica, primer traductor de la Suda / foto dominio público en Wikimedia Commons

Volviendo a la Suda, incluye una cronología mundial que empieza, cómo no, en Adán y termina con el fallecimiento en el año 976 d.C. de Juan I Tzmisces, emperador de Bizancio, lo que puede dar una pista de su fecha de elaboración (si bien menciona a algunos de sus sucesores, parece que, al menos en parte, se trataría de añadidos posteriores). Pero la historia no es el único tema que trata, pues también se ocupa del origen y significado de las palabras, además de proporcionar una relación biográfica de literatos, desde los escritores clásicos (Homero, Filóstrato, los dramaturgos griegos…) a los cronistas medievales (Hesiquio de Mileto, el monje Jorge Sincelo), pasando por los historiadores romanos (Polibio, Flavio Josefo, etc).

Falta determinar quién fue el autor de la Suda. Dado que la obra trata temas bíblicos -aparte de los paganos-, parece razonable deducir que se trataba de un cristiano, aunque para su trabajo utilizó numerosas fuentes de su época, como Valerio Harpocración y la enciclopedia de Constantino VII Porfirogénito, o de períodos anteriores, caso de Juan de Antioquía. Antaño se atribuía la autoría a un tal Suidas, que además habría dado origen al título, aunque ahora se cree que eso fue un error del primer traductor, Eustacio de Tesalónica.

En cualquier caso resulta muy difícil concretar porque, por desgracia, la Suda se perdió durante los saqueos sufridos por Constantinopla, primero a manos de los cruzados en el año 1204 y después por los turcos en 1453, de manera que sólo se conocen fragmentos de copias posteriores a su publicación. La filóloga danesa Ada Sara Adler hizo una edición de la Suda entre 1928 y 1938, sacándola en cinco volúmenes. Hace dos años, en verano de 2014, la Universidad de Kentucky publicó una versión online en griego e inglés.


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