Sólo a un artista atrevido e inaudito se le podía ocurrir realizar una gigantesca obra de arte, la más alta del mundo de hecho, para enterrarla y dejar aflorando sólo una pequeña placa. Pero si ese artista se llama Walter de Maria, todo un especialista en enormes y complejas instalaciones, entonces se puede decir «ah, bueno».
Como decía, el estadounidense De Maria era un especialista en creaciones colosales (digo «era» porque falleció en 2013 a los setenta y siete años de edad). Natural de Albany, California, estudió Historia y Arte en la célebre Universidad de Berkeley antes de establecerse en la dinámica Nueva York, donde practicó varias especialidades como la ilustración y la música, disciplina esta última en la que se fajó como compositor y batería (en el grupo The Primitives, germen de The Velvet Underground).
Pero, sobre todo, brilló en la escultura, que es la que realmente le ha dado la fama. Su estilo era marcadamente simple, minimalista y conceptual. La primera obra con la que destacó, en 1977, fue The Lightning Field, que consiste en cuatrocientos postes de acero inoxidable situados en el desierto de Nuevo México con los que atraía los rayos de las tormentas, y con la que cabe imaginar el peculiar estilo del autor.
Pero la que nos ocupa está en la ciudad alemana de Kassel, un lugar al que acudió ese mismo año para participar en el Documenta, que es una de las exposiciones artísticas más importantes del mundo, celebrándose cada cinco años y con una duración de cien días. Fruto de ese macroevento es la permanencia definitiva en la urbe de algunas obras, donadas por sus autores a los museos locales y a la ciudad en general. Por ejemplo, Joseph Beuys dejó sus Siete mil robles, Horst H. Baumann una instalación láser y Wolf Vostell su Quinta del Sordo, entre otros.
La aportación de Walter de Maria fue Vertical Earth Kilometer, que es exactamente lo que indica su nombre: una vuelta de tuerca a la idea clásica del kilómetro cero pero desarrollada en vertical en vez de horizontal. Consiste en una serie de barras macizas de latón, cada una de cinco centímetros de diámetro, superpuestas bajo tierra una tras otra, de manera que alcanzan un kilómetro de profundidad. Lo más curioso es que en la superficie sólo queda visible el corte transversal de la barra superior.
Cualquier peatón despistado que pasee por la Friedrichsplatz y no esté advertido previamente, pasará por encima de esa minúscula circunferencia sin percatarse de que ahí, a sus pies, tiene el monumento más alto del mundo, sólo que enterrado, a manera de un larguísimo iceberg de metal. Ni siquiera hay una placa explicativa y tan sólo se puede identificar por la baldosa de piedra rojiza sobre la que se asienta. Quien quiera saber cómo son las barras tendría que irse a Manhattan, en cuyo subsuelo se exhiben algunas como las alemanas pero sin montar
Para la realización de Vertical Earth Kilometer, De Maria contrató los servicios de una compañía petrolera texana, que fue la que perforó el largo agujero atravesando seis capas geológicas de terreno. Una vez hecho el hueco, el artista fue atornillando las barras entre sí e introduciéndolas hasta rellenarlo. El proyecto, todo hay que decirlo, levantó cierta polémica porque el coste ascendió a setecientos cincuenta mil marcos (casi dos millones de euros al cambio actual) y supuso dos meses y medio de ruidosos trabajos en medio de una zona pública. Todo para una obra gigante… pero invisible.
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