Una de las grandes figuras militares británicas del siglo XVII fue Sir Arthur Aston, que tuvo una intensa vida bélica en el siempre turbulento contexto de la época, participando en conflictos europeos menores antes de alcanzar el culmen de su carrera en la Guerra Civil que sacudió Inglaterra entre 1642 y 1649. Fue en los momentos finales de esos enfrentamientos donde Aston encontró la insólita muerte que, paradójicamente, le ha dado fama.
A Arthur Aston, natural del condado de Cheshire e hijo de una acomodada familia católica, la vocación militar le venía de casta. Su padre que se llamaba igual, había servido en Rusia en 1610 llamando la atención del rey de Polonia Sigismund III. Así fue cómo en 1621 Aston hijo entró a su servicio, al mando de dos mil mercenarios ingleses e irlandeses, para frenar al ejército turco, que en su expansión amenazaba las fronteras polacas. En realidad sólo trescientos soldados lograron llegar porque Dinamarca, país protestante, hizo dar media vuelta a la mayoría, pero los que lo hicieron pasaron a integrar una especie de guardia de corps del monarca, con Aston ascendido a capitán tras la muerte de su padre en 1624.
Aquel singular cuerpo combatió en las guerras entre Polonia y Suecia, con suerte irregular. Aston cayó prisionero en 1627, cerca de Danzig, pero dos años después lo encontramos al servicio de Gustavo Adolfo intentando organizar un nuevo regimiento de ingleses y escoceses. Esta tropa se movió por Europa central interviniendo en conflictos secundarios pero consiguiendo cierta fama. Se lo conocía como el Mackay’s Regiment y sufrió tantas bajas -por enfermedad fundamentalmente- que fue necesario cubrirlas con voluntarios alemanes.
Aston regresó a Gran Bretaña en 1640 y se puso a las órdenes del rey Carlos I en la llamada Segunda Guerra de los Obispos, que desde 1640 (aunque hubo otra el año anterior) enfrentaba a Inglaterra con los covenanters escoceses. Se trataba de una versión local de las guerras de religión, con los presbiterianos (protestantes) intentando imponer su reforma frente a los episcopalistas (anglicanos). Sin embargo tenía extensiones políticas, ya que los obispos apoyaban a los primeros mientras que el rey optaba por los segundos, y ello eclosionó poco después en una Guerra Civil por toda Inglaterra: los presbiterianos constituían la masa militante del movimiento puritano que Oliver Cromwell dirigía para acabar con el poder real proanglicano y establecer un régimen parlamentario.
En medio de ese lío, Aston resultaba raro porque era católico, así que renunció al mando y vivió tranquilo durante un tiempo gracias a que fue nombrado caballero (sir). Pero el bando monárquico estaba pasando apuros y no podía renunciar a hombres tan experimentados como él, así que tanto a Aston como otros militares católicos los incorporaron finalmente a filas. En su caso, fue nombrado general de dragones y sirvió en la campaña de Edgehill, ocupando Oxford y resultando herido al caerse del caballo, lo que propició su apresamiento por los puritanos.
Aston logró su liberación en un intercambio de prisioneros y volvió al campo de batalla, en Bristol y Newbury. Su prestigio le valió ganarse el cargo de gobernador de Oxford en 1643, labrándose cierta mala fama por su rigidez. Una nueva caída del caballo sentaría la base de su futuro. A consecuencia del accidente no sólo tuvo que ser relevado sino que perdió una pierna, que hubo de sustituir por otra de madera originando una insólita estampa.
Aquella discapacidad no mermó en absoluto sus ganas de marcha y en 1648 volvió a la escena bélica a las órdenes del conde de Ormonde, cuando aquel conflicto se extendió a Irlanda. Aston quedó sitiado en el puerto de Drogheda por las fuerzas de Cromwell, quien consiguió romper la línea de defensa y dio orden de no tener piedad con nadie que tuviera brazos. Se produjo así una auténtica carnicería a la que únicamente sobrevivieron Aston y un puñado de hombres atrincherados en la fortaleza de Millmount. No obstante, no tenían posibilidades de resistir mucho tiempo, por lo que pactaron la rendición.
Los puritanos no respetaron los términos y en cuanto los defensores entregaron las armas se lanzaron sobre ellos asesinándolos. En medio de aquella orgía de sangre, a Aston le arrancaron su prótesis dando pábulo a la habladuría de que que ocultaba monedas de oro en su interior. La decepción al ver que no era así resultó tan grande que, presos de furia, los atacantes le apalearon con la pierna de madera hasta matarlo. Asi terminó su variopinta carrera militar y entró en el anecdotario histórico.
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