La importancia en el campo cultural, económico y político del rey castellano Alfonso X se manifiesta en sus múltiples aportaciones y reformas, tanto de índole literarios, científico, histórico y jurídico. Por algo es uno de los dos personajes hispanos representados en el congreso de los Estados Unidos.

Pero a lo largo de su vida y su reinado (fue rey de Castilla entre 1252 y 1284) sufrió numerosas decepciones, fracasos y contratiempos. Entre ellos su aspiración al trono del Sacro Imperio Romano Germánico, algo que le consumió durante buena parte de su vida y que se le escapó de la manera más tonta.

Alfonso aceptó en 1256 ser candidato al Imperio cuando se lo propuso una embajada procendente de la ciudad italiana de Pisa. Inmediatamente se puso manos a la obra con la campaña enviando dinero y tropas a las ciudades gibelinas de Italia con el fin de recabar más apoyos. Sin embargo no consiguió el del Papa, que veia en el Imperio un incómodo rival.

La elección de Emperador se hacía entonces mediante voto de siete príncipes electores germanos. En la votación de 1257 cuatro lo hicieron por Alfonso, mientras que los otros tres se decantaron por su rival Ricardo de Cornualles. En una primera votación el resultado había sido el inverso, pero Otakar II de Bohemia cambió en última instancia su voto para favorecer a Alfonso.

Urna que contiene el corazón y las entrañas de Alfonso X en la Catedral de Murcia / foto tiberioclaudio99 en Wikimedia Commons

Desgraciadamente para él, Ricardo, que era hermano del rey Enrique III de Inglaterra y uno de los hombres más ricos del mundo, viajó rápidamente a Aquisgrán, consiguió convencer a Otakar de volver a cambiar su voto, y se hizo coronar Emperador junto a la tumba de Carlomagno. Alfonso se quedó en Castilla viendo como se le escapaba su sueño.

Otro de sus deseos que no pudo llevar a cabo fue extender la Reconquista más allá del Estrecho de Gibraltar. Para llevar a cabo la conquista de África había finalizado las grandes atarazanas de Sevilla, donde se debía construir la flota requerida para la invasión. Tenía ya contactos diplomáticos con algunos reyes africanos que le apoyarían, y el permiso del Papa para predicar la Cruzada en Castilla con el fin de recaudar el dinero necesario.

Todo fue vano, la invasión nunca se produjo. Ni siquiera consiguió conquistar Ceuta, que era el objetivo principal. Lo más que llegó fue a saquear el puerto de Salé.

En los últimos años de su vida tuvo que lidiar con la rebelión de su hijo Sancho, al que estaba a punto de derrotar cuando le sobrevino la muerte, y que finalmente reinaría como Sancho IV.

Alfonso había dejado instrucciones muy claras sobre lo que debía hacerse con su cuerpo en el momento de su muerte. A los cuarenta años ya había dejado establecido que quería ser enterrado en la iglesia de Santa Cruz de Cádiz, que él mismo había ordenado construir.

Sepulcro de Alfonso X en la Catedral de Sevilla / foto José Luis Filpo Cabana en Wikimedia Commons

Sin embargo esta disposición no fue recogida en el codicilo testamentario que otorgó en Sevilla el 22 de enero de 1284, unos tres meses antes de su muerte. Allí dejó escrito que quería que su corazón fuese enviado a Jerusalén y enterrado en el Monte Calvario. Sus entrañas debían ir al monasterio de Santa María la Real del Alcázar en Murcia. Y respecto al resto de su cuerpo, pedía que fuera enterrado en Sevilla, donde mejor les pareciese a sus descendientes.

Pero una vez más Alfonso no tuvo suerte. Su corazón nunca viajó a Tierra Santa, y terminó junto con sus entrañas dentro de una urna en la Catedral de Murcia. Allí puede verse en la actualidad, aunque la urna no es la original, sino la que mando construir Carlos I.

Su cuerpo fue enterrado en la Catedral de Sevilla, en un primer momento en la antigua Capilla Real a los pies de una estatua suya que llevaba una corona de oro y un cetro de plata. Estos elementos, junto con el resto de joyas que la adornaban, fueron retirados por Pedro I de Castilla, su tataranieto, en 1356.

En 1948, en el séptimo centenario de la conquista de Sevilla por Fernando III, padre de Alfonso, se le construyó el sepulcro actual que está situado en el lado del Evangelio de la Capilla Real.

Así pues, aquel que desee visitar la tumba del monarca puede hacerlo en dos lugares diferentes.


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