Como tantos otros inventos a lo largo de la historia la botella de vino moderna surgió de una casualidad. La de que su inventor fuera el dueño de una fábrica de vidrio. Del mismo modo que las fechas de caducidad en los alimentos las puso de moda el dueño de las máquinas de estampar fechas, o que las cruces se popularizaron en el mundo gracias a, efectivamente, un carpintero.

Pero resulta que este Kenelm Digby, el personaje en cuestión que pasa por ser el inventor de algo tan cotidiano y normal como es una botella de vino, era además filósofo, cocinero, pirata y cortesano, además de algunas otras cosas.

Nació en 1603 en una localidad de Buckinghamshire, en Inglaterra, en el seno de una familia católica. Con solo tres años vió como su padre era ejecutado por su participación en la Conspiración de la Pólvora (junto a Guy Fawkes) para matar al rey Jacobo I volando las Casas del Parlamento.

Venetia Stanley en su lecho de muerte, cuadro de Anton Van Dyck / foto stephencdickson en Wikimedia Commons

A los 15 años fue a estudiar a Oxford, pero abandonó pronto ya que dos años más tarde estaba ya viajando por Europa donde, según él, Maria de Medici (por entonces ex-reina de Francia) no dejaba de acosarle. Tras tres años de periplo vuelve, esta vez a Cambridge y se casa con Venetia Stanley.

Se convierte al anglicanismo cuando se le ofrece, y acepta alrededor de 1625, un puesto en el consejo privado del rey Carlos I. Pero algo no debió ir bien porque en 1627 le encontramos como corsario al mando de su navío, el Eagle, dedicado a capturar barcos españoles y flamencos en torno a Gibraltar y Mallorca.

El 11 de junio de ese año se sabe que obtuvo una gran victoria enfrentándose a barcos franceses y venecianos en el puerto de Alejandreta, lo que le valió ser puesto al mando de la Trinity House, la corporación pública británica fundada en 1514 y que controla casi todos los aspectos de la navegación en el país, todavía hoy.

En 1633 su esposa fallece repentinamente, según algunos envenenada por él mismo presa de los celos, y en su lecho de muerte es retratada por el famoso pintor Anton van Dyck. Es por esta época que Digby monta una fábrica de vidrio y empieza a fabricar un tipo de botellas de vino que pronto llaman la atención de sus competidores.

Botellas belgas del siglo XVIII fabricadas con la técnica de Digby / foto Égoïté en Wikimedia Commons

Y es que las suyas eran mucho más resistentes y estables que las que se fabricaban en cualquier otro sitio de Europa. Tenían forma globular, con un alto cuello cónico, collar y batea. Además su color verde o marron translúcido protegía el líquido de la luz solar haciendo que no se degradase con tanta rapidez. Las botellas que se empleaban hasta entonces eran redondeadas, y la de Digby al tener forma de cilindro en lugar de esfera era mucho más fácil de almacenar horizontalmente.

Su técnica consistía en emplear un horno de carbón que producía una temperatura más alta de lo normal gracias a un túnel de viento, y añadir una mayor proporción de arena a la mezcla empleada para fabricar vidrio.

Pero en 1642 Digby es encarcelado por matar a un noble francés en duelo. Mientras está en la cárcel el resto de fabricantes de vidrio londinenses aprovechan el momento y comienzan a imitar su técnica de fabricación y el estilo de las botellas de vino.

Algunos incluso llegaron a atribuirse la invención. Tuvo que pelear muchos años, pero al final en 1662 el Parlamento británico le reconocio la autoría y le otorgó la patente de la botella de vino moderna.

Digby moriría tres años más tarde, no sin antes haber publicado dos tratados filosóficos, La naturaleza de los cuerpos y Sobre la Inmortalidad de las Almas razonables, y uno de botánica, Discurso sobre la vegetación de las plantas, en el cual hacía notar, por primera vez en la historia, la importancia que desempeñaba el oxígeno en la vida de los vegetales.

Cuatro años después de su óbito uno de sus sirvientes recopiló sus notas y recetas de cocina en el libro The Closet of the Eminently Learned Sir Kenelme Digbie Kt. Opened, que contiene más de cien platos tradicionales ingleses, además de otros que fue anotando en sus viajes por Europa. Por ello se le considera el primer y auténtico foodie de la historia.


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