Con la rebosante belleza de la Toscana, omnipresente y multitemática, uno no sabe por dónde empezar: naturaleza, paisaje, historia, arte, turismo, gastronomía… Hay tanto en esa región italiana que siempre va a quedar algo en el tintero y muchas de esas cosas no sólo nunca llegaremos a visitarlas sino ni siquiera a saber de ellas. Uno de esos tesoros semidesconocidos se oculta en la localidad de Leccio (Regello), en la provincia de Florencia: el Castillo Sammezzano.
Es un lugar que formalmente rompe un poco con ese Renacimiento que protagoniza estéticamente, de forma casi absoluta, la arquitectura de la zona. Y es que su estilo es un tanto ecléctico pero con predominio de inspiración morisca, tanto exterior como interiormente.
En eso se nota la mano española, ya que fue la aristocrática familia Ximénez de Aragón la que lo adquirió en 1605 y uno de sus descendientes, que era arquitecto, lo reformó personalmente en la segunda mitad del siglo XIX con ese estilo orientalista que tan de moda estuvo por aquellos años.
En realidad, el edificio es anterior y hunde sus raíces en tiempos medievales; concretamente la primera referencia es del año 780, en que Carlomagno regresaba a su tierra desde Roma, donde había bautizado a su hijo, y que se detuvo en el Sammezzano para descansar.
Después fue propiedad de la familia florentina de Gualtierott, aunque iría pasando de un apellido a otro: primero los Altoviti, luego los Médicis. Fue precisamente un miembro de estos últimos, Cosme I, el que añadió al castillo todo su entorno natural antes de regalárselo a su vástago Fernando en 1564.
Se sabe que, en 1878, el rey Humberto I de Italia instaló temporalmente su corte allí. Más adelante, desde mediados del siglo XX y como suele pasar con este tipo de construcciones, el castillo se usó como hotel de lujo, dotado de las comodidades propias de su tipo: campo de golf, spa…
Pero en 1990 se cerró y, salvo visitas esporádicas, no ha vuelto a abrir al público, pese a los proyectos que hay para recuperarlo turísticamente y las dos restauraciones sucesivas acometidas para ello. Es una lástima porque se trata de un sitio espectacular que, de momento, parece destinado únicamente a servir de localización para películas y videoclips.
Arquitectónicamente se caracteriza por el cuerpo central de la fachada, una especie de gran torreón donde una singular escalera a modo de barbacana conduce a la entrada monumental de arco arábigo, coronada por un reloj y una campana. Las cornisas están decoradas con artísticas almenas y abundan las ventanas en las tres plantas iluminando las 365 habitaciones, una por cada día del año y todas diferentes entre sí.
Por dentro no cede en belleza, destacando impresionante cúpula acristalada de la Gran Rotonda Blanca y la epatante policromía de cerámica geométrica de la Sala Pavo Real. Pero hay mil y un maravillas más: las salas de los Espejos, de los Amantes, de los Lirios, de las Estalactitas, de los Españoles, etc.
Ladrillo, estuco policromado, azulejos, dorados, molduras, baldosas venecianas, artesonados, vidrieras, esmaltes, lámparas colgantes… El Castello Sammezzano es una delicia visual continua que se prologa al aire libre a través del enorme parque decimonónico que lo rodea. Éste es uno de los mayores de la región (450 hectáreas), diseñado por Ferdinand Panciatichi siguiendo modelo inglés.
Aunque el arbolado original se ha perdido en gran parte, reúne muchas especies exóticas -entre ellas el grupo de sequoyas gigantes más numeroso de Italia- y está decorado con diversos elementos como puentes, grutas, fuentes y estatuas.
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