A pesar de la cantidad de colecciones de arte y arqueología que hay repartidas porde todo el mundo, posiblemente sea mucho mayor el número de piezas que permanecen guardadas en sótanos y almacenes por falta de espacio en las galerías expositivas. por estar pendientes de restauración o porque se hallan bajo estudio, cuando no intervienen factores meramente jurídicos. En ese sentido, es una buena noticia que uno de los conjuntos privados de escultura más importantes que existen vaya a salir a la luz: la colección Torlonia. Desde el siglo XIX nunca se había expuesto al público.
Pertenece a la familia homónima y está compuesta por seiscientas veinte obras, entre retablos, estatuas etruscas y griegas, sarcófagos romanos y otras variedades escultóricas que por fin, tras un acuerdo con el gobierno italiano, se podrán mostrar al público a partir de 2017. No todas, dada su ingente cantidad y las limitaciones del lugar previsto (el Palazzo Caffarelli Clementino del Capitolio), pero sí un centenar de ellas aproximadamente.

La colección se remonta al siglo XVIII. Su fundador fue Marino Torlonia, un simple sirviente del cardenal Troiano Acquaviva d’Aragona que recibió la fortuna de éste en herencia al fallecer el prelado. Torloni creó con ella una exitosa industria textil que le impulsó a meterse en actividades financieras. Un préstamo al papa Pío VI le hizo ingresar en la nobleza con la concesión de un ducado y sus descendientes se las arreglaron para ampliar el patrimonio familiar y, lo más importante, conservarlo en su poder frente a la invasión napoleónica.
En 1814, Pío VII concedió a Giovanni Torlonia Raimondo el título de príncipe y, así, el apellido Torlonia se situó al mismo nivel que otros ilustres, como Colonna, Orsini o Borghese. Curiosamente, los problemas que surgieron en el negocio financiero decidieron a la familia reorientar sus inversiones hacia la compra de tierras y de arte. Esto último aprovechando que otras sagas se vieron obligados a desprenderse de su patrimonio monumental. Así, las obras de los Orisini, Cesarini, Caetani-Ruspoli, Giustiniani, Albani, Cavaceppi y otros muchos pasaron a manos de los Torlonia.

Buena parte de ellas no fueron compradas explíctimanete, sino que se encontraron y desenterraron en las múltiples fincas que adquirieron; baste, como ejemplo, decir que en esas propiedades se ubicaban las antiguas ciudades etruscas de Cerveteri y Vulci, auténticas minas arqueológicas. Con tanto material, el hijo de Giovanni Alessandro Torloni fundó un museo privado en 1859 que reunía un centenar de bustos romanos, tanto de eṕoca republicana como de imperial: un conjunto que muchos expertos consideran superior al de los Museos Capitolinos o al del Vaticano mismo.
Sin embargo, la visita para ver esas piezas, que se repartían por setenta y siete estancias de su palacio al lado del Tíber, no estaba abierta al público general sino únicamente a amigos y notables; también a investigadores, que elaboraron un catálogo. Pero entre esa privacidad y la constante incorporación de más y más obras sin disponer de un lugar adecuado para su exposición, la colección Torlonia permaneció guardada y casi ignota hasta los años setenta del siglo XX, cuando el proyecto del titular de dividir el palacio en apartamentos le llevó a un pleito con el Estado italiano.

Desde entonces, hubo un continuo desencuentro entre ambas partes, con negociaciones inacabables que ahora, por fin, parecen haberse empezado a encauzar incipientemente. Aunque el núemro de piezas a exponer es muy pequeño, comparado con el total disponible, es un paso. La primera exhibición, que será itinerante por toda Europa antes de establecerse en Roma de forma definitiva, parece que contará toda esta curiosa historia.
Vía: The History Blog
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