Seguramente el nombre de Stavanger le sonará a más de uno porque es una de las ciudades más importentes de Noruega por su actividad económica, tanto industrial (especialmente por el petróleo) como turística (es el punto de partida para visitar el famoso Preikestolen o Púlpito, en el fiordo de Lyse). Lo que ya no resulta tan conocido, al menos para los que no son noruegos, es que muy cerca tuvo lugar uno de los capítulos fundamentales de la historia del país, como recuerda un espectacular monumento.

Y es que a unos seis kilómetros, sobre un pequeño promontorio, se alzan tres impresionantes espadas vikingas hechas de bronce en lo que se llama Sverd i Fjell (Espadas en la Roca), una obra diseñada por al artista Fritz Røed de Bryne y que inauguró solemnemente el entonces rey Olaf V, padre del actual monarca, Harald V, en 1983. Las espadas resultan muy vistosas en su simplicidad, ya que miden diez metros de altura cada una y parecen presidir el fiordo.

Aunque oficialmente son una metáfora de la paz, ya que al estar clavadas en la piedra no podrían usarse para luchar, en realidad cada arma representa a un soberano. La más grande a Harald, no el actual sino el llamado Hårfagre (algo así como Cabellera Hermosa), que unificó el país bajo su mando hace más de mil cien años. Las otras dos, que son ligeramente más pequeñas, a los enemigos a los que derrotó para conseguirlo.

Otra vista del monumento de las espadas / foto Knut Arne Gjertsen en Wikimedia Commons

Fue en la batalla de Hafrsfjord, que tuvo lugar precisamente allí en el año 872 d.C, si bien la fecha exacta no parece del todo clara porque las únicas fuentes disponibles son las sagas, dos siglos posteriores, y un breve poema contemporáneo de los hechos; por tanto, el arco cronológico podría extenderse hasta el 900 d.C.

El combate de Hafrsfjord constituye uno de los mitos fundacionales noruegos, equiparable a lo que supone Covadonga para España o Accio para el Imperio Romano, por ejemplo. Porque, hasta entonces, Noruega occidental estaba compuesta por una serie de reinos independientes, con Harald dominando buena parte del territorio -aunque otra versión lo supedita a la corona danesa- pero con la parte suroeste en manos de diversos caudillos que finalmente cayeron ante él manu militari.

Así se convirtió en el primer rey noruego propiamente dicho, si se atiende al sistema nacional de tributos que estableció. Sus adversarios se vieron obligados a irse exiliados a Escocia pero como Harald I los persiguió hasta allí, terminaron refugiándose en Islandia. El norte escocés más las islas Orcadas, Shetland y Hébridas pasaron a manos de Noruega y así siguieron, en parte, hasta el siglo XIX. Harald vivió hasta los ochenta y tres años, aunque los tres últimos gobernó ya a medias con su hijo Eric.


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