Encontrar el fósil de un pez que vivió hace más de cien millones de años siempre es algo muy celebrado, aún cuando no se trate de una especie nueva o desconocida. Ahora bien, si encima resulta que en el proceso de fosilización se preservó íntegramente uno de sus órganos internos, el descubrimiento se vuelve excepcional porque esos tejidos blandos no suelen conservarse. Por eso acaba de ser noticia un sensacional caso anunciado recientemente por la revista eLife.
Se trata de un ejemplar de Rhacolepis buccalis, un tipo de pez extinto que vivió en el período Cretácico hace entre ciento trece y ciento diecinueve millones de años. El fósil estaba en la Formación Santana brasileña, en un tipo de zona de depósito llamada comúnmente Konservat laggerstätten y que se caracteriza por un enterramiento rápido bajo unas condiciones químicas especiales que permiten mantener en buen estado no sólo el esqueleto sino también otras partes del organismo que habitualmente son menos resistentes al paso del tiempo, como músculos o incluso vísceras.
Hay que tener en cuenta que los materiales orgánicos suelen empezar a descomponerse al poco de producirse la muerte, debido a la acción bacteriana y a un complejo proceso tanto exterior como interior. En este caso lo llamativo fue el encontrar el corazón fosilizado completo, algo excepcional que puede contribuir a comprender mejor los patrones evolutivos de los órganoz especializados de especies prehistóricas.
Así lo debe ver José Xavier-Nieto (del Laboratorio Nacional de Biociencia de Brasil), que en colaboración con Lara Maldanis (Universidad de Campinas) y Vicente Fernández (European Synchroton Radiation Facility), además de otros científicos brasileños y suecos, han conseguido presentar al mundo esta imnagen de Rhacolepis tomada in situ en su entorno calizo mediante un sincrotón de rayos X que realiza tomografías de seis micras que luego se juntan digitalmente.
La tomografía lleva incorporada a la paleontología como técnica auxiliar una década, aproximadamente, tiempo en el que ha revelado su utilidad de forma patente. Por ejemplo, para obtener la imagen 3D del cerebro de un pez de trescientos millones de años encontrado en Norteamérica o los haces musculares de un placodermo australiano aún más antiguo, de trescientos ochenta millones de años. Rhacolepis ha aportado su corazón, que es algo muy poco frecuente; tanto que los casos anteriores se limitaban a manchas de hemoglobina en el hueco que ocupaba el órgano, en un vertebrado fosilizado de trescientos noventa millones de años recuperado en Escocia.
La novedosa tecnología permite, gracias a su comparación con el corazón de un pez similar actual -el sábalo-, distinguir detalles como el cono arterial o el bulbo de su parte superior, donde se encuentran las válvulas, que al parecer revisten un interés especial para los investigadores porque Rhacolepis es el antepasado común de los peces de aletas radiadas, que hoy se han diversificado en cerca de treinta mil especies con diferente morfología en sus corazones. Rhacolepis pertenece a una familia completamente extinguida, la de los Pachyrhizodontidae, base de los teleósteos actuales. El ejemplar brasileño se sitúa en una taxonomía intermedia entre el patrón más primitivo y el más avanzado, aunque dicen los expertos que en biología los patrones simples suelen encubrir significados más complejos.
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